Si Rachel no hubiera ido con Stefan.

EXTRA XVI: 𝐋𝐀 𝐂𝐇𝐀𝐑𝐋𝐀 𝐃𝐄 𝐋𝐀𝐒 𝐀𝐁𝐄𝐉𝐀𝐒.

Rachel.

—Mi amor, ¿Puedes dejar la pintura? —suplico en voz baja.

—Nop —sonríe, metiendo los dedos en el bote de pintura.

Con dolor observo como llena la pared del estudio de su padre con más dibujos.

Es un bebé. Un precioso bebé.

Un bebé en crecimiento...

Lloro internamente.

Mi bebé encontró un bote de pintura que Olivia utilizaba. El bote de pintura sin tapa, hay que destacar. Mi hija lo dejo en la sala de juegos porqué estaba pintando ahí. Salió, mi bebé entro, corrió con el bote, dejando un rastro de pintura que me condujo hasta aquí.

A papá le dará un infarto cuando vea la manta que entre todos le hicimos.

—Amor, yo entiendo... Entiendo mucho —me arrodilló junto a él—. Pero... Peroooo... Papá nos va a hacer limpiar esto. Y yo no quiero limpiar, ¿Tu quieres limpiar?

—No impota, papá solo —respiro hondo.

—Ethan, cielo, si no dejas el bote de pintura tu, te lo voy a quitar yo. Decides tu, corazón, ¿Prefieres que...?

—Ya —suelta un bufido parecido al de su padre, pero versión infantil.

Se da la vuelta, dejando el bote en el piso.

—Bueno, ya estuvo —mascullo para mí misma cuando el precioso bebé deja las pruebas de su delito sobre la pared y el sofá.

Sus diminutas manos son jodidamente visibles. Y me gustaría decir: me da tiempo limpiar.

En su lugar digo un:

—Ups —cargo a Ethan.

Su padre mira al rededor con una mueca.

—Oye, mocoso, tu castigo va a ser limpiar esto con tu playera favorita y que te bañe yo.

Lo ve con los ojos explayados.

—¡Mamá! —me mira a mi con un tierno puchero en los labios.

—Te lo dije, amor —hago una mueca cuando pega las manos a mis brazos, cara y cuello—. Pero con tu playera favorita no va a ser.

—Esa manta me la dieron mis hijos. Los que no me odian —se cruza de brazos—. Es un castigo justo.

—Esa playera se la dieron sus hermanos.

—Uno por otro.

Entrecierro los ojos.

Suelta un suspiro antes de quitarme a mi bebé y empezar a caminar a su habitación.

Mi bebé me mira con el reproche claro en los ojos.

Le sonrió, caminando detrás de mi marido, subimos las escaleras mientras mi hijo le llena la camisa de pintura a su padre.

Mi mirada se desvía, de la tierna carita de mi bebé, a la manera en que se le marcan los músculos a mi marido. Pronto me encuentro deseando que no tenga la camisa puesta.

—Cuidado y te caes —me mira por encima del hombro.

Hago una mueca. Maldito creído.

Pasamos por las habitaciones de mis otros bebés, las únicas vacías son las de Milenka y Owen, Olivia decidió encerrarse en la suya y Rochelle parece estar muy enfocada en un documental de animales.

Nos mira al pasar, pero decide ignorarnos y centrarse otra vez en lo suyo.

Sacudo la cabeza, mirando como mi marido va directo al baño de la habitación de Ethan. Me muevo para sacarle ropa limpia, ya que parece que es mi marido quien lo va a duchar.