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Christopher.

Rachel estuvo algo extraña al principio de la cena. Aunque eso cambio cuando empezamos a comer. Sigo teniendo que preguntarle dónde coño se le ocurría ir cuando Mike me dijo que la camioneta había cambiado de dirección.

No había ninguna jodida razón para la desviación. Me asegure de que todo saliera bien hoy. La ira no tardo en aparecer, pensando en que ya había salido con sus delirios de ver qué los otros estuvieran bien y ponerlos en primera fila, dejándome otra vez como un idiota.

Disminuyó cuando Mike volvió a aparecer, diciendo que quizá había habido un error, porque la ruta de la camioneta volvió a tomar la principal.

Aunque el ver su expresión me dijo que si había algo más detrás. No solo era un error.

Despejó mi cabeza, obligandome en centrarme en sus besos. Se puso muy cariñosa después de la propuesta y no me voy a quejar, a decir verdad.

Sigo recibiendo besos en el rostro y también en los labios, no me puedo contener a la hora de devolver la acción. Ha revuelto todo en mi. La coraza que cree para ocultar todo esto ha caído. Demostrando que será la única capaz de hacerme sentir más que placer carnal.

Llegamos a la cabaña, dónde ya ha sido arreglado todo, porque dudo que haya dejado ordenado. Cierro detrás de mí, sin soltarla. Me niego a hacerlo.

Vamos a la cama, dónde ella cae sobre su espalda y yo sobre su cuerpo, beso cada centímetro de su piel, cada milímetro...

Me deshago de su top para poder besar esas tetas que me ponen a babear y muerdo los pezones ya erguidos sobre el encaje negro.

Su gemido es acallado por su mano.

Regreso a besarla, sorprendiendome incluso a mi mismo cuando el beso es lento... La siento sonreír contra mis labios, enredando los brazos al rededor de mi cuello. Sus manos se adentran en mi cabello...

La ropa desaparece después...

Es tan ridículo esto, pero el acto es lento, dónde ella reitera una y mil veces que me ama. La calidez que provoca en mi pecho es rara, pero a la vez, se siente tan bien.

Siempre he reiterado que es mía. Mi mujer. Pero hoy, finalmente puedo asegurarlo y gritarlo a los cuatro vientos. No tiene escapatoria y también sé que no la busca.

Las ansias de hacérselo saber a todos los jodidos idiotas que la pretenden me hacen aumentar el ritmo de mis embestidas. Y ella no se queja en ningún momento.

—Mi mujer —murmuro en su oído y ella asiente.

—Solo suya, coronel —me estrecha contra ella—. Así como usted solo es mío. Y no pienso compartirlo con nadie.

—Suyo, teniente.

Patético. Mi subconsciente me reprocha en lo que nos ha convertido está mujer.

Con esas palabras, ambos alcanzamos el orgasmo.

Nos hago dar la vuelta hasta que su cuerpo descansa sobre el mío. Sus besos perezosos en mi mandíbula y cuello siguen, al igual sobre mi corazón.

Retomamos el acto y no hay descanso en toda la noche. Incluso el amanecer nos toma con ella sobre mí.

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Siento el movimiento de Rachel, lo que me despierta. La sostengo contra mi, cómo señal de que no se va a levantar. Al menos no ahora.

—Mi amor... Me quiero ir a duchar... Por favor —pide.

Si Rachel no hubiera ido con Stefan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora