CAPÍTULO 25

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Jin, miró a su alrededor mientras se preparaba para partir hacia el norte. La sequía había afectado gravemente a las aldeas de esa región, y él y sus hermanos habían decidido llevar provisiones a aquellos que más lo necesitaban. Era un acto de bondad y responsabilidad que reflejaba su compromiso con el bienestar de su pueblo.

Con un grupo de leales hombres a su lado, Jin montó su caballo y comenzó la travesía. El primer día transcurrió sin problemas; llegaron a la primera aldea y fueron recibidos con sonrisas y agradecimientos. Los aldeanos estaban ansiosos por recibir los suministros que tanto necesitaban: alimentos, agua y medicinas. Jin se sintió satisfecho al ver cómo sus esfuerzos hacían una diferencia tangible en la vida de aquellos que sufrían.

Sin embargo, al caer la noche del segundo día, mientras avanzaban por un sendero estrecho rodeado de árboles altos, una sensación inquietante se apoderó de Jin. Algo no estaba bien. A medida que continuaban su camino, el aire se volvía pesado y tenso.

De repente, un grupo grande de hombres apareció entre los árboles, armados y decididos.

—¡Deténganse! —gritó uno de los bandidos—. Entreguen todo lo que tienen o enfrentarán las consecuencias.

Jin sabía que no podía permitir que esos hombres robaran las provisiones destinadas a los aldeanos hambrientos. Con determinación en sus ojos, se adelantó frente a su grupo.

—No les dejaremos nada —respondió Jin con voz firme—. Estas provisiones son para quienes realmente las necesitan.

Los bandidos rieron específicamente ante su valentía, pero Jin no se dejó intimidar. Con un movimiento rápido, desenvainó su espada, dejando claro que estaba dispuesto a luchar por lo que era justo.

La batalla estalló rápidamente; los hombres atacaron con ferocidad, pero Jin era más rápido y fuerte de lo que parecían anticipar. Su fuerza sobrenatural brillaba en cada golpe; esquivaba ataques con agilidad sobrehumana y contraatacaba con precisión mortal.

Sus hombres lucharon valientemente a su lado, inspirados por la determinación de su príncipe. A pesar de estar superados en número, la habilidad y el coraje del grupo lograron mantener a raya a los bandidos.

Jin se movía como una tormenta entre ellos; cada golpe de su espada cortaba el aire con una gracia letal. Recordó las enseñanzas de su padre sobre la importancia del honor en la batalla: no solo debía defenderse a sí mismo sino también proteger a aquellos que dependían de él.

Finalmente, después de una intensa lucha que pareció durar horas, pero fueron solo minutos, los bandidos comenzaron a retroceder ante la ferocidad del príncipe y sus hombres. Al ver que estaban perdiendo terreno, decidieron huir hacia el bosque oscuro del cual habían salido.

Jin respiró hondo mientras observaba cómo desaparecían entre los árboles. Aunque había ganado esa batalla, sabía que aún quedaba mucho por hacer. Se volvió hacia sus hombres, quienes estaban exhaustos pero ilesos.

—¿Todos están bien? —preguntó con preocupación.

Asintieron uno por uno; aunque cansados, estaban agradecidos por haber tenido un líder tan valiente como Jin.

—Debemos continuar —dijo él finalmente—. No podemos permitir que esto nos detenga; hay aldeas que dependen de nosotros.

Con renovada determinación, reanudaron su viaje hacia el norte. A medida que avanzaban por el sendero iluminado por la luz de la luna, Jin reflexionó sobre lo ocurrido. Había enfrentado peligros inesperados en su misión altruista, pero también había demostrado la fuerza y el valor necesarios para proteger a quienes más lo necesitaban.

Al llegar a la siguiente aldea, fue recibido nuevamente con gratitud y esperanza. Las provisiones fueron entregadas con alegría desbordante; los aldeanos celebraron como si fuera una victoria personal.

Mientras tanto Jimin se dirigía al sur. A su alrededor, el paisaje había cambiado drásticamente; la sequía se había convertido en lo que una vez fueron campos verdes y fértiles en un desierto árido y desolado. Con su séquito de guardias a su lado, Jimin avanzaba decidido hacia la última aldea que quedaba por visitar, la más cercana a la frontera.

A pesar de las adversidades, Jimin había logrado repartir provisiones en cada aldea que habían encontrado en su camino. Los aldeanos lo recibían con gratitud y esperanza, pero él sabía que aún quedaba mucho por hacer. La última aldea era crucial; allí la situación era desesperada, y sus habitantes dependían de su llegada para sobrevivir.

Sin embargo, mientras avanzaban por un sendero polvoriento, un grupo de hombres apareció repentinamente entre los arbustos secos.

—¡Matenlos! —gritó uno de los bandidos. 

Jimin no dudó ni un instante. Sabía que debía proteger a sus hombres y las provisiones que tanto necesitaban los aldeanos. Sin pensarlo dos veces, desenvainó su espada y se lanzó hacia adelante.

La batalla comenzó con ferocidad; los bandidos eran numerosos y estaban bien armados. A pesar de la valentía de Jimin y sus guardias, pronto se dio cuenta de que estaban superados en número. Cada golpe resonaba en el aire mientras luchaban por mantener a raya a sus atacantes.

Jimin se movía con agilidad entre los enemigos, pero pronto se sintió frustrado al darse cuenta de que no podía utilizar su habilidad para manipular el agua a su alrededor; no había ríos ni fuentes cercanas que pudieran invocar para ayudarlos en esta lucha desesperada. Y no iba a desperdiciar el agua que le llevaba a los aldeanos. Jimin vio como sus hombres caían uno por uno. 

Mientras defendía a uno de sus hombres caídos, una flecha silbó por el aire y se hundió en su brazo. El dolor fue agudo e inmediato, pero lo que realmente le impactó fue ver cómo su propia sangre comenzaba a correr por su blanca piel. En ese momento revelador, comprendió algo fundamental: el cuerpo humano también contenía agua.

Concentrándose intensamente, Jimin cerró los ojos y buscó esa esencia líquida dentro de sus enemigos. Se imaginó el agua fluyendo por sus venas como un río oculto bajo la superficie. Alzó los brazos hacia el cielo con determinación renovada.

Los bandidos lo miraron confundidos mientras comenzaba a canalizar su poder. En un instante escalofriante, el agua dentro de los cuerpos de sus atacantes comenzó a elevarse hacia arriba como si respondiera a una llamada ancestral. Fue asqueroso ver cómo los cuerpos se desfiguraban lentamente; la piel se estiraba y se encogía mientras el líquido vital era extraído sin piedad.

Los gritos de horror resonaron en el aire mientras Jimin mantenía su concentración. Era una escena grotesca: hombres fuertes convertidos en sombras vacías ante sus ojos. Finalmente, cayeron inertes al suelo, dejando solo silencio tras ellos.

Cuando todo terminó, Jimin quedó bañado en sangre ajena; la imagen era brutal e impactante. Sus hombres lo miraron con asombro y respeto renovado; habían sido testigos no solo del poder sobrenatural de su príncipe sino también del sacrificio que estaba dispuesto a hacer para protegerlos.

—¿Su alteza? —preguntó uno de ellos con preocupación mientras se acercaban cautelosamente.

Jimin respiró hondo, sintiendo cómo la adrenalina comenzaba a disiparse lentamente. Aunque había ganado esa batalla, el costo emocional era alto. Asintió con firmeza, aunque todavía temblaba ligeramente por la intensidad del momento.

—Debemos continuar —dijo finalmente—. No podemos permitir que esto nos detenga; hay vidas que dependen de nosotros.

Con ese nuevo sentido de propósito y unidad entre ellos, reanudaron su camino hacia la última aldea. Mientras avanzaban bajo el sol abrasador del sur, Jimin reflexionó sobre lo ocurrido: había enfrentado una oscuridad aterradora dentro de sí mismo al usar su poder para causar daño, pero también había descubierto una fuerza interior que nunca supo que poseía.

PYROS Reino en Llamas [#starpop2024]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora