XXIV

105 13 4
                                    

Solamente era capaz de escucharlo y perderse en el sonido de su voz. No podía dejar de mirarlo, aunque quisiera; más de una vez se había encontrado a sí mismo deteniendo una de sus manos para que no tocara alguno de esos rizos dorados que caían con gracia sobre la frente de su acompañante. Estaba totalmente embriagado por el olor de su perfume y el aroma dulzón de su piel, que, pese a que los años hubieran pasado, seguía siendo el mismo. Los idénticos envoltorios vacíos que habían decorado esa misma mesa hace más de quince años, ahora lo hacían también. La libreta y lapicera pararon en una esquina, junto con el envase vacío de un jugo de naranja y una lata de soda, pese a que él ya hubiera pensando en un par de ideas de las cuales podría desarrollar un par de versos, cosa que había estado intentando hacer hace meses y nada le dio resultado, hasta ese momento.

Estaba atento a los movimientos de su boca al hablar, como era que utilizaba sus manos para describir una situación en la que él no había estado presente. Guardó cada palabra en su memoria para después repetirla en su soledad, si es que fuese necesario; se deleitó con las aventuras en países extranjeros, antes de que su accidente ocurriera, como fue su vida después de que lo dieran de alta del hospital... Como se enseñó a caminar solo porque se había negado a recibir la ayuda de sus padres, médicos y enfermeras a causa de la vergüenza que sentía sobre sí mismo por haber perdido la vida que conocía por un descuido. Había soñado tanto con ese momento, lo imaginó tantas veces, que no se veía capaz de decir nada, como si el amor lo hubiese dejado mudo ante su nueva presencia en su vida.

"Pero creo que ahora te toca hablar a ti." Se interrumpió a sí mismo, lo cual fue suficiente para sacar al escritor de su trance. "Acabo de bombardearte con información. Lo siento."

"¿Por qué lo dices?" La sonrisa en sus labios fue incontenible al ver como el hombre frente a él mostraba sus mejillas rojas como un par de manzanas maduras, algo avergonzado.

"Hemos estado como tres horas aquí y no me has dicho ni siquiera cinco palabras." Hablar de la forma en lo que lo había hecho no estaba estrictamente regulado en su naturaleza, misma razón por la cual no pudo evitar corregirse mentalmente para no volver a hacerlo.

"Lo siento." Negó un par de veces con su cabeza, inclinándose un poco hacia él para poder ver mejor su rostro. "Es que, solamente... Soñé tantas veces con escucharte hablar que no quería interrumpirte." Su mano se coló casi con cautela hacia el mentón del ex bailarín, elevándolo apenas unos centímetros. Sintió la respiración tranquila de su amor chocar con su rostro, y de pronto creyó que eso había sido como un soplo de vida que le llegó desde el cielo. "No haber escuchado tu voz por más de diez años fue como intentar vivir un siglo sin ver el sol, ángel."

Aziraphael se preguntó a sí mismo como era que, pese al tiempo que había pasado, él no se hizo más fuerte ante las palabras que Crowley pudiera decir para él. Ante sus ojos era el mismo muchacho con aires de galán que había bajado de un escenario luego de que su presentación terminase para poder invitarle a tomar algo; era el mismo muchacho que se había partido la rodilla en el suelo por resbalarse a causa del hielo en un intento por acompañarlo a casa. El brillo de sus ojos no había cambiado, tampoco lo hizo el tono suave de su voz para él... Los años obviamente habían pasado sobre sus cuerpos, más sobre el de él que el del escritor, pero todo parecía igual a cuando se encontraron en la vida del otro por primera vez ¿Que había sido esa década, todos los lugares que visitaron, las experiencias que vivieron, las penas que sufrieron sin el otro? Nada de eso fue lo suficientemente fuerte para derribar la vivencia de su amor. Nada había sido ni siquiera, lo necesariamente potente, para romper aquella cuerda invisible que unía sus corazones desde que ellos se encontraban de pie en el mundo.

"¿Qué piensas?" Preguntó Crowley luego de un momento en silencio en el que sólo se conformaron con verse reflejados en los ojos del otro. Al fin se había atrevido a enredar con cuidado sus dedos en esa mata se rizos, sobre todo los que caían sobre la frente del bailarín, peinándolos hacia atrás. Se deleitó por el toque suave de las hebras, sin poder evitar soltar una suave risita de regocijo.

Never Gonna Dance Again [Aziracrow]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora