XXIII

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No sabía como su cuerpo estaba funcionando tan bien pese a la diferencia horaria a la que se había visto sometida, pero creía fielmente que era porque hace tiempo no se había visto a sí misma tan determinada. Le costaba recordar la última vez que visitó Londres por su cuenta, se perdió más de una vez en las combinaciones del metro y se vió obligada a pedir un taxi más de una ocasión. Nunca había recorrido las calles de esa ciudad con tanto ahínco y, pese a eso, aún no daba con su objetivo. Recorrió las direcciones que había encontrado anotadas en los diarios de su ex esposo, pero no encontraba en ellas lo que buscaba; visitó el enorme edificio de la academia del Ballet Real y tampoco le dieron una respuesta convincente ahí; se vio en la obligación de visitar la cafetería de su ex suegro, siendo recibida por un gran abrazo y comida deliciosa, pero nada de información, por lo que sólo le pidió de paso que no le dijera nada a Crowley de su visita. Su última opción fue la oficina postal de Londres, el único lugar que le sirvió de algo, pues fueron capaces de darle la dirección del paradero del hombre que buscaba.

Misma razón por la que se encontraba ahí.

Frente a ella se presentaba una casa antigua de una planta, alejada del centro de Manchester, casi a la periferia de la ciudad. Su jardín parecía ser sacado de una revista de remodelación de exteriores, con flores de distintas especies y árboles que se negaban a crecer a más de un metro sesenta de altura. El lugar parecía un santuario que no debía ser transgredido, e incluso, de pronto creyó que se encontraba en la dirección equivocada, pero luego de que hubiera verificado al rededor de tres veces, supo que ahí era donde debía estar. Se armó de valor para al fin pasar de esa cerca, se tomó su tiempo para tocar la puerta y sintió un nudo en su estómago cuando al fin lo hizo; esperó pacientemente, pero nadie respondía y su ansiedad más crecía, misma razón por la que no se resistió a hacerlo por segunda vez. Pudo escuchar el ruido de alguien caminando, seguido de una excusa por la tardanza y sólo luego de unos segundos la puerta se abrió, dejando ver a un hombre con rostro de ángel y rizos rubios de querubín, con ojos que parecían el cielo y una sonrisa gentil que podría haber derretido cualquier corazón de hielo; de pronto creyó entender por qué su ex esposo no pudo sacarlo de su cabeza por todo ese tiempo.

"Lo siento por la tardanza, estaba trabajando en el patio de atrás y a veces esta cosa no quiere funcionar." Su acento era marcado y gentil, como el de Crowley cuando recién se habían conocido, no sonaba como un pseudo americano. Sólo por su comentario pudo notar el bastón de bronce que lo acompañaba, por lo cual ella solamente hizo un gesto con la mano para que no se preocupara. "¿Puedo ayudarle en algo?

"¿Eres Aziraphel Fell?" El hombre en frente de ella asintió, por lo cual estiró su mano en forma de saludo, cosa que él recibió. "Soy Olivia Armstrong, no nos conocemos, pero..."

Olivia.

Olivia.

Olivia.

El nombre resonó en su cabeza justo como la última vez que lo había escuchado, de la boca del único hombre que se vio capacitado de amar en su vida, cuando le anunció que contraería matrimonio. Sin poder evitarlo, sintió el peso de la preocupación sobre sus hombros; no saber de él en tanto tiempo, como si se hubiera desaparecido del mapa luego de su confrontación, no podía significar nada bueno. Pese a todos los años que había pasado en terapia por la presión que causaba su baile en él, por su problema con el alcohol y las pastillas e incluso por el estrés post traumático que había dejado sobre él su accidente, su cabeza aún trabajaba sacando conclusiones apresuradas a una velocidad que ni siquiera él podía creer.

"Eres la esposa de Crowley." Se precipitó a decir, interrumpiéndola sin querer. La mujer en frente de él torció su boca, como si así le demostrara que no estaba del todo equivocado, pero tampoco estaba complemento en lo cierto. "¿Qué sucede? ¿Él está bien?"

Never Gonna Dance Again [Aziracrow]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora