El principio del fin 𐙚 Jenlisa

Capítulo 30

La luz de la luna brillaba a través de las grandes ventanas que iban desde el suelo hasta el techo mientras contemplaba el paisaje inmutable.

La pálida piel de Lisa era cálida contra mi mejilla y su delgado brazo rodeaba delicadamente mi cintura. Su presencia me envolvía como una manta protectora. Sin embargo, seguía siendo incapaz de sucumbir a la inconsciencia.

Mi mente estaba inquieta. Los pensamientos no dejaban de dar vueltas y vueltas y me volvían loca poco a poco. No llegaba a ninguna conclusión; solo había tortura. Mi ritmo cardíaco tampoco había disminuido; era como si un puño estuviera ahí para apretarme el corazón, una y otra vez, con tanta fuerza que me cortaba la respiración.

Apreté con fuerza la suave sábana de satén y me arriesgué a echarle un vistazo a su figura dormida. Lisa estaba recostada boca arriba, con uno de sus brazos alrededor de mi delgada cintura y el otro colgando sobre el colchón. La manta cubría sus caderas y dejaba al descubierto su tonificado abdomen y su pecho; su cabello rubio se extendía sobre su rostro y sobre la almohada y su flequillo, siempre bien peinado, su expresión era relajada, satisfecha con su sueño.

El aliento pareció abandonar mi cuerpo y mis pulmones parecieron colapsar ante esa visión.

Me costó mantener la respiración mientras me sentaba lentamente, pero fue aún más difícil de lo que había previsto. Mi mano temblaba mientras recorría lentamente con los dedos la línea de su mandíbula. ¿Cómo era posible que esta mujer tuviera todos mis sueños y todos mis deseos en sus poderosas manos? ¿Cómo era posible que significara todo después de tanto tiempo?

Cerrando los ojos con fuerza, incliné la cabeza y toqué su sien con mis labios, deteniéndome en ella.

¿Cómo fue que pude saborear mi felicidad pero no extender la mano y agarrarla, guardarla para mí donde debería haber permanecido?

¿Desde el principio? ¿Cómo era posible que el mundo me pareciera tan cruel ahora? Durante seis años, había trabajado hasta el punto de no importarme, hasta el punto de ser indiferente, y una fracción de segundo fue suficiente para que todo lo que había intentado construir con tanto esfuerzo se derrumbara a mis pies. Un sollozo casi se me escapó de la garganta, pero logré contenerlo.

Lentamente, con cuidado de no perturbar su sueño, me solté de su abrazo. Lisa no se movió. Y me moví hacia un costado de la cama. Tomé mi vestido descartado, me lo puse y salí de la habitación, mis pies pisando silenciosamente el piso de madera. Abrí las puertas corredizas, salí a la terraza y tomé asiento, acurrucándome. Apoyé la frente en las rodillas, cerré los ojos y traté de respirar profundamente para detener mi crisis.

No era el lugar y definitivamente no era el momento.

Cuando desperté, el cielo estaba varios tonos más claro y yo estaba sola. Mi mente registró ese hecho en el mismo momento en que mi piel dejó de percibir su calor corporal y fruncí el ceño. Estiré el brazo con la esperanza de encontrar a la mujer que amaba, abrí los ojos y levanté una de mis manos para frotarme los ojos y quitarme el sueño. Busqué su presencia en la habitación a oscuras, pero no pude encontrarla, y el hecho me desconcertó más de lo que pensé que debería.

Pasé las piernas por el borde de la cama y luego salí hacia la terraza. Había algo dentro de mí que me atrajo hacia afuera con un susurro, y no me sorprendió encontrarla allí, con su vestido rojo puesto y una pequeña botella de agua a su lado. Con la brisa corriendo por su cabello, Jennie miró hacia el horizonte; tenía una pierna apoyada, los codos apoyados sobre la rodilla, mientras que la otra estaba metida debajo de ella.

Jennie giró la cabeza en el momento en que me escuchó abrir la puerta, con una mirada desarmada en sus ojos, pero que al mismo tiempo era muy triste.

—¿Qué pasa? —murmuré, con el ceño ligeramente fruncido, mientras me sentaba a su lado—. ¿Extrañas a Beomgyu?—me aventuré a adivinar cuando ella permaneció en silencio.