Llegamos a la discoteca a eso de la 1:30 de la madrugada. La música retumbaba en el aire, y la voz de Quevedo resonaba con fuerza mientras "Columbia" hacía vibrar las paredes del lugar. Mis amigas, Ruslana y Bea, me cogieron de la mano y me arrastraron directamente a la pista de baile. El lugar estaba abarrotado, y apenas podía moverme sin chocar con alguien. La multitud, apretada y efervescente, me provocaba una leve sensación de claustrofobia, pero me obligué a seguir el ritmo.
Bailamos toda la noche, solo deteniéndonos para que Álvaro pudiera probar un nuevo cubata cada vez que íbamos a la barra. En ese momento, estaba bebiendo una extraña mezcla de vino blanco con zumo de piña, y aunque me costara admitirlo, fue uno de los mejores tragos de la noche.
La discoteca era una de las más prestigiosas de la zona, un edificio imponente de cinco plantas, cada una con su propio ambiente musical. Podíamos subir en ascensor o por las escaleras, pero con nuestro historial de dispersiones en fiestas, presentía que la noche podía volverse un caos en cualquier momento.
En uno de los tantos viajes a la barra acompañando a Álvaro, perdimos de vista a Ruslana y Bea entre la multitud. Al principio no me preocupé; ellas solían perderse y reaparecer con una anécdota divertida. Álvaro, por su parte, propuso explorar el resto de los pisos. Estaba ansioso por pasar un rato en la planta de techno.
Finalmente, llegamos al quinto piso, un espacio oscuro y vibrante donde los bajos retumbaban en el pecho. Álvaro se detuvo a hablar con un grupo de chicos que no conocía. Su entusiasmo era contagioso, pero yo solo quería regresar a la pista principal, o mejor aún, encontrar un rincón tranquilo.
—Bueno, este es mi amigo Juanjo —me presentó Álvaro con la energía de siempre.
—Encantado, chicos —dije, intentando esbozar una sonrisa, aunque por dentro solo quería salir de allí.
Uno de los chicos me miró con un gesto burlón y soltó:
—Tan guapo y con esa cara tan triste.
Sus amigos rieron y comenzaron a hablar en gallego, un idioma que no entendía. La risa se me clavó en el pecho, y mi incomodidad se convirtió rápidamente en enfado. Sentía que se estaban burlando de mí y no tenía forma de defenderme.
—Álvaro, ¿nos podemos ir? —le pregunté, con la voz temblorosa de nerviosismo.
—Pero, ¿qué dices? ¡Nos lo estamos pasando genial! —respondió él, acomodándose en una silla junto a uno de los chicos, completamente ajeno a mi incomodidad.
Me senté en una silla cercana, sintiéndome cada vez más fuera de lugar. La desesperación comenzó a asentarse cuando Ruslana y Bea no respondieron a mis llamadas. Me sentía solo en medio de aquella multitud, anhelando la calidez de mis amigas.
—Álvaro, quiero irme, por favor —le rogué, mi voz apenas un susurro entre la música.
—Tú, ojos tristes, ven a sentarte con nosotros —me dijo uno de los gallegos con una familiaridad que me incomodó aún más.
—Me voy a casa, Álvaro —dije, ignorando al chico y levantándome con determinación.
Sin esperar respuesta, me dirigí al ascensor. Bajé con una mezcla de enfado y decepción mezclándose en mi pecho. ¿Mi amigo prefería quedarse con esos desconocidos en lugar de estar conmigo? ¿Dónde estaban mis amigas?
Decidí caminar de vuelta al apartamento por la playa. La brisa salada del mar no lograba calmar el nudo en mi garganta. Me sentía decepcionado por cómo había terminado la primera noche. Lo que más necesitaba en ese momento era un abrazo, algo que me recordara que aún tenía a alguien cerca.
"Igual ya no soy tan divertido como antes y sí que tengo los ojos tristes", pensé, observando el reflejo de la luna en el mar oscuro y profundo. Me detuve un momento, contemplando la escena a mi alrededor. Eran las 4:30 de la madrugada de un jueves cualquiera de julio, pero la playa seguía viva. Una pareja paseaba de la mano, un hombre jugaba con su perro, y un grupo de chicos reía y disfrutaba bajo la luna. En ese instante, todas esas vidas convergían en un mismo lugar, a la misma hora, frente al mar inmenso y bajo la luz plateada de la luna.
Reanudé mi camino, sintiéndome más solo que nunca, aunque rodeado de vida. Después de un largo paseo, llegué al portal del apartamento. La portera, una mujer de edad avanzada con ojos sabios, me abrió la puerta con una sonrisa amable.
—¿Mala noche? —preguntó, notando mi expresión cansada.
—Solo estoy cansado —mentí, intentando no mostrar como me sentía.
Parecía que todos a mi alrededor podían ver mi tristeza, como si estuviera escrita en mi rostro. ¿Tan evidente era?
Al llegar al apartamento, me cambié rápidamente y me tumbé en la cama. Estaba a punto de cerrar los ojos cuando el teléfono comenzó a sonar. Era Álvaro.
—¿Dónde coño estás? —preguntó, alterado y claramente borracho.
—Estoy en casa, Álvaro. Me voy a dormir —respondí, intentando mantener la calma.
—No puedes irte a dormir porque eres el único que tiene las llaves —replicó él, su tono acusador.
"Mierda", pensé. Había olvidado ese pequeño detalle.
—Os las dejo en el buzón, déjame en paz —contesté, cansado de la situación.
—¿Por qué mierda me hablas así? —gritó él al otro lado de la línea.
—Porque me has dejado solo para irte con unos putos gallegos, en vez de estar con tu amigo que lo estaba pasando mal. Estabas más pendiente del culo del rubio que de mí —le solté, liberando toda la frustración acumulada.
—Estás flipando —respondió él antes de colgar.
Por un momento, consideré la idea de dejarlo dormir en la calle, pero sabía que sería una reacción infantil. A nuestra edad, ese tipo de venganzas ya no tenían cabida. Además, Ruslana y Bea no se merecían quedarse fuera por mi enfado.
Dejé las llaves en el buzón y salí un momento al balcón. La piscina, que horas antes había estado repleta de jóvenes, ahora estaba desierta, y la noche parecía haber encontrado al fin su calma. Todos los chicos de la urbanización estaban de fiesta, pero algo llamó mi atención: un chico, apoyado en un balcón cuatro apartamentos más a la derecha. No podía verle el rostro, pero algo en su presencia me hizo sentir un poco menos solo. Aunque él no lo supiera, en ese instante, ambos compartíamos la misma noche, el mismo silencio, y eso, de algún modo, me reconfortó.
3
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Hola amores, que os está pareciendo? primer día de las vacaciones completado! Gracias por leerme <3
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we can't be friends
RomanceEn la brisa salada del verano, Juanjo y Martin se encuentran en una playa remota donde el tiempo parece detenerse. Martin, un chico de ciudad con una pasión por la fotografía, y Juanjo, un chicos con las cosas poco claras, se ven atraídos el uno por...