Madrid sin ti - niña polaca

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Salimos del restaurante con una sensación de ligereza, las calles de Madrid brillaban con las luces de la noche y el calor de agosto se había suavizado, haciendo que el paseo fuera agradable. Martin y yo caminábamos en silencio, sus dedos entrelazados con los míos, como si todo a nuestro alrededor fuera un escenario secundario en el que solo importábamos nosotros dos.

Después de un rato caminando en esa tranquilidad compartida, rompí el silencio.

—¿Sabes? Nunca pensé que llegaría a vivir algo así —le dije, girando la cabeza hacia él mientras paseábamos. Martin me miró con curiosidad, su atención completamente puesta en mí, como si fuera la única persona en el mundo en ese momento. —Quiero decir, aquí, en Madrid, conociéndote... Todo esto es tan... diferente a lo que esperaba para mí.

Él sonrió ligeramente, sin decir nada, dándome el espacio para continuar.

—Cuando era niño, todo era más simple. Vivía en una burbuja —me reí un poco, recordando. —Tenía este grupo de amigos en el barrio, éramos inseparables. Bea estaba siempre en medio de todo, Ruslana llegó más tarde. Éramos como un pequeño clan... Jugábamos en el parque, en la calle, hasta que nuestras madres nos gritaban que entráramos a casa porque ya era de noche.

Martin seguía en silencio, escuchándome con atención. Sentía su pulgar rozar mi mano de vez en cuando, como un recordatorio de que estaba ahí, conmigo, en cada palabra que compartía.

—Nunca pensé en lo difícil que sería salir de esa burbuja. Crecer, tomar decisiones importantes... Nunca imaginé que llegaría a este punto, en el que no tengo ni idea de qué hacer con mi vida —confesé. —Y luego apareces tú. Todo cambia, y al mismo tiempo, siento que soy yo el que cambia. Como si de repente, lo que creía seguro ya no lo fuera tanto.

Martin me miró con una expresión que no supe descifrar del todo, pero en sus ojos había comprensión. No dijo nada, solo apretó un poco más mi mano, dejándome continuar.

—Es raro... —dije, riéndome suavemente mientras pateaba una pequeña piedra en la acera. —A veces me siento como ese niño otra vez, pero con todos estos miedos y dudas encima.

Seguimos caminando, mientras la ciudad brillaba a nuestro alrededor. Pasamos por callejones, plazas y pequeños bares, hasta que nos detuvimos frente a una pared cubierta de graffitis. Uno en particular llamó mi atención. En letras grandes, llenas de color, decía: "Madrid sin ti no es tan Madrid".

Me quedé mirándolo, las palabras resonando en mi cabeza. Sentí una conexión extraña con esa frase.

—Vaya... —dije en voz baja. —Qué curioso. Madrid no sería igual sin nosotros esta noche, ¿no crees?

Martin sonrió, mirándome y luego al graffiti. Se quedó en silencio un par de segundos, reflexionando.

—Supongo que lo que hace que cualquier lugar sea especial son las personas con las que estás —dijo finalmente, dándome un pequeño apretón en la mano. —No es el lugar en sí. Es con quién lo compartes.

—Sí, tienes razón —susurré, sintiendo un nudo en la garganta. Miré el graffiti de nuevo, pero esta vez lo vi diferente. No era solo una frase sobre Madrid. Era sobre cómo las personas y los momentos crean algo único.

Me acerqué un poco más a Martin y apoyé mi cabeza en su hombro mientras seguíamos mirando la pared. En ese instante, me di cuenta de que no importaba tanto a dónde fuéramos o qué sucediera después. Lo importante era que estábamos aquí, ahora, juntos. Y eso lo hacía todo especial.

Cuando llegamos al hotel, el aire acondicionado nos recibió con ese frescor que tanto necesitábamos después del paseo. Martin dejó las llaves sobre la mesa, y nos quitamos las zapatillas mientras nos desplomábamos en la cama, agotados pero con esa tranquilidad que traen las noches compartidas. Sin decir mucho, encendió la tele y empezó a buscar algo para poner de fondo. Terminó en un canal de documentales, justo cuando empezaban a hablar de osos en su hábitat natural.

—¿De verdad? —me reí mientras me acomodaba a su lado, apoyando mi cabeza en su pecho.

—Es interesante, no te rías —dijo, medio sonriendo, mientras sus dedos jugueteaban con mi pelo.

El documental seguía de fondo, pero nosotros estábamos en nuestro propio mundo. Nos quedamos en silencio un rato, simplemente acariciándonos, disfrutando de estar juntos. Mis manos recorrían su pecho, y él hacía lo mismo conmigo, sus labios rozando los míos de vez en cuando. No hacía falta decir nada, el silencio entre nosotros era cómodo. Pero había algo que llevaba días rondando mi cabeza, algo que sabía que tenía que preguntar.

—Martin... —susurré, mi voz apenas audible mientras miraba el techo—, ¿cómo lo llevas con... con lo de tu madre?

Sentí cómo su respiración cambió. Su mano, que había estado acariciando mi espalda, se detuvo por un segundo. No quería incomodarlo, pero sentía que era importante hablar de ello, que él supiera que me importaba lo que estaba pasando por su cabeza.

Martin suspiró, profundo, como si estuviera preparando las palabras adecuadas.

—Está siendo... difícil —dijo finalmente, su voz sonaba más baja, más contenida. —Es raro, ¿sabes? A veces siento que ella sigue aquí, como si fuera a entrar por la puerta en cualquier momento. Y otras veces... es como si todo esto fuera una pesadilla de la que no puedo despertar.

Me quedé en silencio, dándole el espacio para que continuara.

—Murió hace menos de un año, y todo ha cambiado tanto desde entonces. Mi padre ha estado intentando ser fuerte, pero... —Se interrumpió, mordiéndose el labio mientras miraba hacia la tele sin realmente verla. —La verdad es que ninguno de los dos sabemos cómo seguir adelante sin ella.

Sentí una punzada en el pecho, y mis dedos se deslizaron suavemente por su brazo, intentando darle algo de consuelo aunque sabía que no era suficiente.

—Lo siento, Martin... —susurré, sintiendo que esas palabras no eran ni de lejos suficientes para todo lo que estaba sintiendo.

Él se giró hacia mí, con los ojos un poco más brillantes, como si estuviera al borde de las lágrimas pero conteniéndose.

—Es duro... porque a veces me siento culpable por no pensar en ella todo el tiempo, y otras veces siento que la vida sigue demasiado rápido, que todo está avanzando sin que yo pueda procesarlo. —Hizo una pausa, y luego agregó, en un susurro apenas audible—. No sé si estoy listo para seguir adelante sin ella, pero al mismo tiempo, sé que tengo que hacerlo.

Lo abracé con más fuerza, queriendo que supiera que no estaba solo, que yo estaba allí, que no tenía que cargar con todo eso solo.

—No tienes que estar listo ya —le dije suavemente—. Y no tienes que hacerlo solo. Estoy aquí para ti, Martin, en serio.

Sentí cómo su respiración se calmaba poco a poco mientras me abrazaba de vuelta, nuestras cabezas juntas en la almohada. El documental seguía en la tele, hablando de osos en la naturaleza, pero ni él ni yo prestábamos atención. Nos quedamos así, en silencio, abrazados, compartiendo el peso de su dolor, y en ese momento, supe que no importaba cuánto tiempo pasara o lo lejos que estuviéramos, quería estar a su lado.

we can't be friendsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora