El tiempo parecía haberse detenido. Las horas pasaban sin que nos diéramos cuenta mientras nos perdíamos en la conversación, en los besos y en las caricias suaves bajo las estrellas. Hablamos de todo y de nada, dejando que nuestras palabras fluyeran tan libremente como las olas del mar. El frío de la noche apenas se sentía con el calor que compartíamos, y cuando finalmente decidimos que era hora de volver al apartamento, me sorprendió que ya habían pasado dos horas desde que habíamos salido del agua.
Nos levantamos con cierta pereza, recogiendo la toalla y las bolsas vacías del McDonald's. Martin me sonrió, esa sonrisa suya que me desarmaba por completo, y comenzamos a caminar de vuelta por la playa, dejando atrás el murmullo del mar.
El camino de vuelta fue tranquilo, con la brisa nocturna despeinando nuestros cabellos y las luces lejanas de la ciudad iluminando nuestro recorrido. Caminábamos en silencio, pero no era incómodo; más bien, se sentía como si estuviéramos compartiendo un momento íntimo, uno que no necesitaba palabras para ser especial.
A medida que nos acercábamos al apartamento, sentí un nudo en el estómago. Quería decirle lo que estaba sintiendo, cómo estar con él esa noche había despertado algo en mí que no había sentido en mucho tiempo. Pero las palabras se quedaban atascadas en mi garganta. No quería sonar demasiado intenso, no quería asustarlo. Había algo en Martin que me hacía querer ser cauteloso, a pesar de que todo lo que quería hacer era dejarme llevar.
Mientras subíamos la pequeña colina que nos llevaba de vuelta a su apartamento, las luces cálidas de las ventanas comenzaron a aparecer. Sabía que el momento de decir algo se estaba acabando. Respiré hondo, intentando reunir el valor para hablar.
Pero antes de que pudiera decir nada, Martin se detuvo de repente, girándose hacia mí. Sus ojos brillaban con una mezcla de emoción y vulnerabilidad, y por un segundo pensé que él también estaba luchando con algo similar.
—Juanjo, tengo que decirte algo —dijo, con la voz un poco temblorosa.
Mi corazón comenzó a latir más rápido. No estaba seguro de lo que iba a decir, pero sentí que lo que fuera, sería importante.
—Yo... —continuó, mirando hacia el suelo por un momento antes de volver a encontrar mis ojos—, siento cosas fuertes por ti. Algo que no había sentido en mucho tiempo. Y no sé cómo manejarlo.
Su confesión me tomó por sorpresa, pero a la vez, fue un alivio. Era como si hubiera dicho exactamente lo que yo había estado pensando, pero no me había atrevido a decir.
—Yo también siento lo mismo —respondí, casi en un susurro, acercándome un poco más a él—. Quería decírtelo, pero no sabía cómo.
Martin me miró con una mezcla de alivio y preocupación.
—Es que... siento que me voy a llevar una ostia cuando se acabe el viaje —admitió, su voz cargada de una sinceridad que me tocó profundamente—. Todo esto, estar contigo, es increíble, pero no sé qué va a pasar después.
Su temor era palpable, y de alguna manera, compartido. Pero en ese momento, todo lo que quería hacer era asegurarle que no estaba solo en esto.
—No lo sé tampoco, Martin —dije, tomando su mano entre las mías—, pero lo que sí sé es que lo que tenemos ahora es real. Y quiero disfrutarlo mientras dure, sin pensar demasiado en lo que vendrá después.
Nos quedamos así, mirándonos, conectados de una manera que pocas veces había experimentado. Sentía que no había nada más que necesitáramos decir en ese momento.
Finalmente, él asintió, y sonrió de nuevo, esa sonrisa que siempre lograba tranquilizarme.
—Tienes razón —dijo suavemente—, vamos a disfrutarlo.
Seguimos caminando, nuestras manos entrelazadas, y el peso de lo no dicho se disipó en el aire fresco de la noche. Cuando llegamos al apartamento, nos miramos de nuevo, y sin más palabras, nos besamos bajo las luces tenues del portal, un beso que selló lo que ambos habíamos confesado.
Mientras subíamos las escaleras, sentí que, aunque el futuro era incierto, lo que estábamos construyendo juntos en ese momento valía cada segundo. Y por ahora, eso era todo lo que importaba.
Martin y yo llegamos a mi apartamento en silencio, pero no era el tipo de silencio incómodo, sino uno lleno de entendimiento mutuo. No necesitábamos hablar para saber que ambos estábamos lidiando con nuestras propias emociones. Cerré la puerta detrás de nosotros, y automáticamente, nuestras manos se volvieron a entrelazar. Había algo en su contacto que me tranquilizaba, como si en ese simple gesto pudiera encontrar la respuesta a todas las preguntas que rondaban mi mente.
Nos dirigimos a mi habitación, donde el ambiente era tranquilo y acogedor. La luz tenue que se filtraba a través de las cortinas hacía que todo se sintiera aún más íntimo. Sin decir nada, nos quitamos la ropa y nos metimos en la cama. El calor de su cuerpo junto al mío era reconfortante, como si encajara perfectamente en ese espacio que hasta ahora había estado vacío.
Martin se acomodó, apoyando la cabeza en mi pecho, y yo lo rodeé con un brazo, acercándolo más a mí. Su respiración era lenta y constante, lo que me indicaba que estaba al borde de quedarse dormido. Pero, a pesar del cansancio, mi mente no dejaba de correr.
¿Cómo era posible que en solo cuatro días alguien pudiera hacerme sentir tanto? Había algo en Martin que me desarmaba por completo, como si hubiera abierto una puerta que yo ni siquiera sabía que estaba cerrada. Pero al mismo tiempo, me asustaba. ¿Qué pasaría cuando este viaje terminara? ¿Cómo iba a manejarlo cuando tuviéramos que separarnos y volver a nuestras vidas?
Intenté sacudir esos pensamientos de mi cabeza, enfocarme en el ahora, en el sonido de su respiración, en la calidez de su cuerpo junto al mío. Pero cuanto más lo intentaba, más se instalaba el miedo en mi pecho. Tenía miedo de que esto fuera demasiado, de que me estuviera dejando llevar por algo que, inevitablemente, terminaría mal. ¿Y si después de todo, esto solo era una aventura pasajera, un escape de la realidad que se desvanecería tan rápido como había comenzado?
Suspiré, dándole vueltas a esas preguntas, sintiendo cómo el peso de la incertidumbre se acumulaba en mi mente. Pero entonces, sentí a Martin moverse un poco, buscando una posición más cómoda, y me aferré a esa pequeña acción para traerme de vuelta al presente. Mis dedos empezaron a recorrer suavemente su espalda, dibujando líneas invisibles sobre su piel. Quería que sintiera que estaba ahí, con él, a pesar de las dudas que me atormentaban.
Mientras seguía acariciándolo, mi respiración comenzó a acompasarse con la suya. Poco a poco, el cansancio que había estado ignorando me fue venciendo. El calor que compartíamos bajo las mantas, el sonido de su respiración, el peso de su cuerpo relajado sobre el mío... todo comenzó a tener un efecto sedante.
De alguna manera, saber que Martin estaba allí, en ese preciso momento, hacía que todas esas preocupaciones se desvanecieran, al menos por un rato. No tenía todas las respuestas, y probablemente no las tendría por mucho tiempo, pero en ese instante, con él en mis brazos, sentí que podía permitirme dejar de pensar tanto.
Poco a poco, mis ojos se fueron cerrando, y mi último pensamiento antes de caer dormido fue que, sin importar lo que el futuro trajera, este momento, aquí y ahora, era real. Y eso era suficiente.
Me quedé dormido, acariciándolo suavemente, con la esperanza de que el día siguiente trajera más claridad. Pero, al menos por esa noche, todo estaba bien.
ESTÁS LEYENDO
we can't be friends
RomanceEn la brisa salada del verano, Juanjo y Martin se encuentran en una playa remota donde el tiempo parece detenerse. Martin, un chico de ciudad con una pasión por la fotografía, y Juanjo, un chicos con las cosas poco claras, se ven atraídos el uno por...