Madrid - Alfred García

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Salimos de la ducha envueltos en el vapor caliente, nuestras pieles aún húmedas y brillantes. Martin me lanzó una toalla con una sonrisa juguetona, mientras ambos nos secábamos lentamente, pero sin prisa. Nos movíamos con esa calma compartida después de un momento intenso, en el que el mundo parecía haberse quedado fuera de la habitación del hotel.

Cuando terminamos, nos tiramos sobre la cama sin decir nada. El aire acondicionado seguía zumbando, llenando el silencio con su suave brisa fría, en contraste con el calor que seguía quedándose en nuestras pieles. Martin se acercó a mí y empezó a darme pequeños besos en la clavícula, su respiración suave y rítmica me relajaba más de lo que cualquier conversación podría hacer.

—¿Estás cómodo? —me preguntó en un susurro, pasando su mano por mi brazo, haciendo pequeños dibujos invisibles en mi piel.

—Muy —contesté, girando un poco mi cuerpo para quedarme frente a él, nuestras piernas entrelazadas bajo las sábanas.

Me acerqué a sus labios y lo besé despacio, prolongando ese contacto por unos segundos que parecieron más largos, disfrutando del sabor de sus labios, de la familiaridad que ya sentía al estar así con él. Todo lo que me rodeaba parecía lejano, solo existíamos Martin y yo, en ese momento.

Después de un rato, nuestras caricias se volvieron más suaves y menos urgentes. Nos quedamos tumbados de lado, mirándonos, como si los próximos minutos fueran infinitos. Sabía que no lo eran, y esa realidad empezó a deslizarse en mi mente, justo en el momento en que Martin rompió el silencio.

—¿Has pensado en lo que viene después? —preguntó de repente, su voz baja pero seria.

—¿Después de qué? —pregunté, aunque ya sabía a lo que se refería.

—Después de este fin de semana, de las vacaciones... de nosotros. —Martin me miraba a los ojos, como buscando respuestas que ni yo mismo tenía claras.

Sentí un nudo formarse en mi garganta. Era la pregunta que había evitado desde que todo esto comenzó. No quería pensar en lo que pasaría cuando las vacaciones terminaran y volviéramos a nuestras vidas en diferentes ciudades, con diferentes ritmos. Me quedé en silencio por unos segundos, mis dedos jugando con su cabello.

—La verdad... no lo sé, Martin —admití al fin, soltando un suspiro. —No sé cómo será esto a distancia. Me aterra un poco. No quiero perder lo que tenemos, pero también sé que va a ser difícil.

Él asintió, su mirada se suavizó, y deslizó su mano por mi pecho con una ternura que me hizo sentir más vulnerable de lo que estaba dispuesto a admitir.

—A mí también me asusta —dijo, bajando la mirada por un segundo. —Pero... creo que vale la pena intentarlo. No quiero que lo nuestro sea solo un recuerdo de unas vacaciones. Quiero que sea más que eso. Quiero que seamos más que eso.

Lo miré, sorprendido por su sinceridad. En sus ojos veía la misma incertidumbre que sentía yo, pero también veía una determinación que me daba algo de calma. Asentí lentamente, sintiendo cómo una parte de mí se aferraba a esas palabras, como si fueran una promesa de que todo podría estar bien.

—Tienes razón —dije finalmente, rozando su mejilla con mi mano. —Vamos a intentarlo. Veremos cómo funciona, día a día.

Martin sonrió y se inclinó para besarme de nuevo, un beso lleno de esperanza y algo más profundo que no sabía cómo nombrar. Nos quedamos así, abrazados, nuestras respiraciones sincronizándose lentamente, mientras hablábamos de cosas más ligeras, de los planes que cada uno tenía para el futuro.

Él me contó cómo quería estudiar interpretación en serio, cómo estaba buscando escuelas en Madrid o incluso en el extranjero. Me sentí tan orgulloso de él, de su determinación y su pasión por lo que le gustaba. Al escucharlo hablar, me di cuenta de lo mucho que admiraba su claridad.

we can't be friendsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora