Martin y yo habíamos pasado juntos prácticamente todo el verano. Me había gastado más dinero en trenes de lo que nunca imaginé gastar en viajes, pero cada trayecto, cada vez que bajaba de un vagón y lo veía esperándome, hacía que todo valiera la pena. Cada segundo a su lado se sentía como un oasis en medio del caos, y aunque el mundo pareciera desmoronarse a nuestro alrededor, estar con él hacía que todo lo demás dejara de importar.
Sin embargo, con el inicio del curso vinieron también nuevas dudas. El miedo, que hasta entonces había logrado mantener bajo control, empezó a acecharme en cada momento de soledad. Sabía que no podríamos vernos tanto como antes, que las escapadas espontáneas de verano se convertirían en visitas planificadas con semanas de antelación. Eso me aterraba más de lo que estaba dispuesto a admitir. ¿Y si la distancia, que durante el verano parecía un obstáculo salvable, se convirtiera en un abismo que no pudiéramos cruzar?
Además, estaba el tema de su padre. Desde hacía tiempo, había notado que algo entre ellos no iba bien. No es que Martin fuera del tipo que se queja abiertamente de su familia, pero se notaba. Ese verano, sobre todo, la distancia emocional con su padre se había hecho evidente, aunque Martin nunca quiso entrar en detalles. Solo me dijo que no estaba preparado para hablar del tema y yo, aunque preocupado, decidí respetarlo. A veces creo que esa fue la primera grieta en lo que creíamos tener.
Sabía que su padre no estaba contento con su decisión de estudiar interpretación en Bilbao. Lo veía como una pérdida de tiempo, como algo impráctico y sin futuro. No lo decía abiertamente, pero Martin lo sentía. Esa presión, ese constante recordatorio de que no estaba cumpliendo con las expectativas de su familia, lo afectaba más de lo que quería admitir.
Recuerdo las veces en que me hablaba de cómo su padre le dejaba caer comentarios sutiles pero hirientes sobre su elección de carrera, como si lo único que importara fuera seguir el camino "correcto". La tensión se acumulaba en sus hombros, en la forma en que sus ojos se oscurecían cuando tocábamos el tema. Intentaba restarle importancia, decir que lo tenía todo bajo control, pero yo lo veía. Veía cómo cada palabra de su padre se le clavaba como una espina en la piel.
Las últimas veces que nos vimos, Martin había estado más callado, más distante cuando estábamos a solas. A veces, lo notaba sumido en sus pensamientos, como si estuviera en otro lugar. Nunca supe si ese lugar era un rincón oscuro dentro de sí mismo, o si estaba pensando en su padre, en lo que esperaba de él, o en lo que creía estar perdiendo por estar conmigo. Cuando intenté hablar con él sobre eso, me dijo que no estaba listo para abrirse del todo. Me lo dijo con esa sonrisa que solía usar cuando quería tranquilizarme, pero que en el fondo siempre me dejaba una sensación extraña, como si algo se me escapara de las manos.
Aun así, decidí no presionarlo. Pensé que, con el tiempo, las cosas se resolverían por sí solas. Que la distancia con su padre se cerraría, que las dudas se disiparían, que la relación que teníamos, fuerte y vibrante, sería suficiente para enfrentarnos a cualquier cosa. Pero el inicio del curso marcó el comienzo de algo distinto.
No se trataba solo de la distancia física, de los kilómetros que nos separaban. Era algo más profundo, algo que empezaba a hundirse entre nosotros como una sombra que no podíamos ignorar. Me asustaba pensar que, a pesar de todo lo que habíamos compartido, a pesar de lo que sentíamos, la vida real —con sus compromisos, expectativas y miedos— pudiera acabar desgastándonos.
Hoy, después de varios intentos fallidos de llamarnos, me mandó un mensaje: "Lo siento, llevo todo el día con mi padre y no he podido contestarte. Hablamos mañana."
Lo leo una y otra vez, con esa sensación en el estómago que no se va. Sé que tiene problemas con su padre, que no lo acepta, que aún está lidiando con la muerte de su madre, pero no puedo dejar de pensar que algo más está ocurriendo.
Esa noche, mientras me meto en la cama, decido llamarlo una vez más, aunque ya es tarde. El tono suena largo y frío. Justo cuando estoy a punto de colgar, la voz de Martin responde.
—Oye, ¿estás bien? —pregunto, mi voz suena más insegura de lo que quisiera.
—Sí, lo siento. Hoy ha sido un día largo. Mi padre ha estado... bueno, ya sabes cómo se pone. —Hay un cansancio en su voz, pero algo más también. Algo distante.
—¿Qué ha pasado? —insisto, pero no quiero sonar demasiado intenso. No quiero asustarlo.
— No entiende por qué estoy contigo. No quiere que pierda el tiempo, dice que debería concentrarme en trabajar con él, dejar la carrera... No sé, es como si quisiera controlarlo todo. —Suspira, y hay un silencio incómodo que se instala entre nosotros. Me duele escuchar cómo sufre, pero no sé cómo ayudarlo a distancia.
—Sabes que no tienes que escucharle, ¿verdad? —le digo, intentando sonar fuerte, aunque mi corazón se siente cada vez más pequeño—. Lo importante es lo que tú quieres. Lo que sentimos el uno por el otro.
—Lo sé, Juanjo, lo sé... —Su voz suena más suave, como si estuviera a punto de decir algo importante, pero en lugar de eso, cambia de tema—. ¿Qué tal tú? ¿Cómo fue tu día?
No quiero hablar de mí, no cuando siento que estamos tan desconectados. Pero aun así, le cuento alguna anécdota, intentando aligerar el ambiente. Sin embargo, cuando cuelgo, la sensación sigue ahí. Esa sensación de que algo más está pasando y que no me lo está diciendo. Y que tal vez tenga que ver conmigo.
Intenté contarle lo que me había pasado, de las clases, de cómo había visto a unos compañeros de siempre en la cafetería y de lo mucho que había pensado en él durante el día, pero la conversación se sentía forzada.
—Y nada, luego fui a la biblioteca a estudiar un rato, pero me costaba concentrarme —seguí hablando, esperando que en algún momento reaccionara, que me hiciera alguna pregunta, que se riera o que al menos sonara más interesado.
—Ajá... —respondió con esa voz que delataba que no estaba prestando atención. Podía casi imaginarlo mirando su móvil, o distraído con cualquier otra cosa.
—¿Estás bien? —le pregunté, con la sensación de que había algo que no me estaba diciendo.
—Sí, solo estoy cansado, Juanjo. Ha sido un día largo. ¿Te parece si hablamos mañana? —su voz sonaba aún más distante ahora, como si cada palabra le costara más esfuerzo de lo que debería.
Sentí un nudo formarse en mi estómago. Esa desconexión, ese "mañana hablamos", dolía más de lo que quería admitir. No era la primera vez que lo hacía últimamente, pero cada vez que pasaba sentía que una pequeña parte de nosotros se iba alejando.
—Claro... Mañana hablamos —respondí, tratando de que mi voz no delatara lo que estaba sintiendo.
Nos despedimos, pero el "te quiero" que le dije no tuvo respuesta. El silencio al otro lado de la línea fue como un golpe sordo. Me quedé mirando el móvil, esperando, como si mágicamente fuera a recibir otro mensaje o llamada, algo que me dijera que todo estaba bien. Pero no pasó.
Apagué la luz y me metí bajo las sábanas, sintiendo el peso de todo sobre mí. El nudo en mi estómago se hizo más fuerte, y de pronto, las lágrimas empezaron a salir sin que pudiera controlarlas. No era solo porque Martin estuviera distante esta vez, era todo. La acumulación de pequeñas desconexiones, de silencios incómodos, de la distancia que parecía crecer más rápido que los kilómetros entre nosotros.
¿Qué está pasando con nosotros? Pensé, con los ojos cerrados mientras las lágrimas empapaban la almohada.
El miedo de perderlo, ese que había estado enterrado durante todo el verano, ahora me golpeaba con fuerza. Me daba cuenta de que, por mucho que intentara convencerme de que todo estaba bien, algo en nuestra relación había cambiado. Y no sabía cómo arreglarlo.
Me quedé dormido entre lágrimas, abrazado a la almohada, deseando con todas mis fuerzas que las cosas volvieran a ser como antes. Que él volviera a ser como antes.
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Hola amores! Espero que os esté encantando la historia. Venía a avisaros que a partir de ahora se me va a hacer más complicado actualizar porque he empezado la uni y este año me he propuesto sacarmelo todo con buena nota (rezad por mi), así que tardaré mas en subir los caps (no tendreis dos al dia vaya), ya lo siento espero que lo entendáis! y mil gracias por leerme <3
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we can't be friends
RomanceEn la brisa salada del verano, Juanjo y Martin se encuentran en una playa remota donde el tiempo parece detenerse. Martin, un chico de ciudad con una pasión por la fotografía, y Juanjo, un chicos con las cosas poco claras, se ven atraídos el uno por...