Capítulo 24: Los Merodeadores

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2 de Abril 1977

La luna llena se acercaba, y Remus no podía estar más devastado al respecto. Sentía que su cabeza estaba a punto de explotar del dolor, su hambre parecía insaciable e incluso tuvo que salirse de varias clases por una pequeña fiebre. Y todavía le faltan los síntomas del día siguiente, ¿por qué el mundo lo odia tanto?

― Ya volví ―anunció Lily, entrando de nuevo a la habitación con dos humeantes tazas de chocolate caliente―. ¿Cómo sigues?

Remus levantó un pulgar, con la cara escondida en la almohada y siendo incapaz de hablar; su cabeza ya no soportaba los ruidos fuertes o la luz.

― Ya veo... ―su amiga se sentó a su lado en la cama, dejando leves caricias en su espalda―. Te traje chocolate caliente, ¿quieres?

Lupin asintió sobre la almohada, haciendo un gran esfuerzo para sentarse y recibir la taza que la pelirroja le tendía con una sonrisa amable.

― Tuve que infiltrarme en las cocinas para conseguirlo ―le explicó―. Son muy amables los elfos, recuérdame regalarles algo por navidad el próximo año.

― Hmmph ―murmuró Remus, tomando un sorbo del chocolate y sonriendo al sentir el calor llenar su pecho, eliminando cualquier rastro de su anterior mueca de dolor.

― ¡Ah, y mira! Pasé por la enfermería y te traje esto ―Lily sacó de su túnica una pequeña botella verde y una caja de pastillas―. Tengo la teoría que, si mezclas medicina muggle con medicina mágica, tal vez el dolor se pase. Le pedí a Madame Pomfrey una poción contra el dolor, y encontré un paracetamol en mi maleta. ¿Qué te parece? ¿Lo intentamos?

El castaño asintió con la cabeza, dejando a un lado la taza (ya vacía) y tomando la medicina de su amiga.

La licantropía es una enfermedad bastante extraña, todavía no existe alguna cura para las transformaciones, y los dolores que se sienten antes y después de las lunas llenas son tan fuertes que las medicinas mágicas o muggles son incapaces de curar. Aun así, no pierde nada intentando la teoría de su amiga, ¿verdad? Con una fuerte inhalación, Remus se metió la pastilla en la boca, tragándola con ayuda de la poción de Madame Pomfrey. De inmediato, el ardor en su cabeza comenzó a disiparse, y su cuerpo se llenó de una calidez y relajación que no había sentido desde hace días.

― ¿Qué tal? ―le preguntó la chica con expectación.

Remus sonrió, una sonrisa de verdad.

― El dolor disminuyó ―le aseguró sin borrar su sonrisa, acercándosele para envolverla en un abrazo―. Eres increíble, Lils, gracias.

Lily fue la primera persona a quien le confesó su condición. Recuerda que fue alrededor de su tercer año, cuando les tocó hacer juntos un ensayo sobre los hombres lobos. Su amiga de inmediato reconoció la similitud en sus síntomas, sin embargo, decidió quedarse callada, dominada por el miedo de perder a su mejor amigo. Eventualmente el tiempo pasó, y cuando a finales de año él se sintió con la valentía suficiente para confesarle su mayor secreto, se encontró con la sorpresa de que la chica ya lo sabía. Ambos se abrazaron, riendo y llorando a la vez por lo tontos que habían sido al evitar el tema. Desde ese momento, Remus supo que tenía en Lily una buena amiga, una amiga en quien confiar, y aunque no se lo diga a menudo, preferiría mil veces morir a perder su relación con ella.

Unos golpes en la puerta lo devolvieron a la realidad, haciéndolo separarse un poco de la pelirroja para mirar con confusión la entrada.

― ¿Esperas a alguien? ―le preguntó Evans con los ojos entrecerrados. El muchacho negó con la cabeza, levantándose de la cama y dirigiéndose a abrir la puerta.

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