Capítulo 30: Los padres de James se descontrolan

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Maratón 1/3


12 de Abril de 1977

La mañana de Regulus había comenzado muy temprano, visitando un extraño lugar llamado "mercado", donde las personas no sólo iban a hacer sus compras, sino también a desayunar, tocar música y pelearse por comida.

Había demasiada gente, y de pronto, deseó haberse quedado en la cabaña con Sirius y Remus, aunque James se enojara con él por no haberles dejado vivir una "cercanía romántica". A veces le caía mal su novio.

― ¿Ya tenemos todo lo de la lista? ―preguntó Monty, sosteniendo con una mano la canasta de despensa y con la otra la mano de su esposa. Desde que entraron al lugar, el hombre se había negado a dejarla ir, como si temiera que fuera a escaparse.

― Casi, sólo faltan los frijoles.

― Mamá ―se quejó James―, estamos a cuarenta grados, en vacaciones, ¿y tú estás pensando en cocer frijoles?

Effie alzó un dedo acusatorio en dirección a su hijo, con una mirada que le heló la sangre.

― Podremos no tener agua, pero en esta casa siempre habrá frijoles ―declaró sin bajar su dedo. James asintió en silencio con la cabeza, logrando regresar la sonrisa amable de la señora―. Que bueno que lo entiendes, mi vida ―se acercó a su hijo, rebuscando algo en su monedero―. Ahora, ¿por qué no vas y te compras un chocomilk o algo?

― ¡Yo quiero uno de fresa! ―gritó Marlene. La sonrisa de Effie se agrandó.

― También le compras uno a los demás ―le entregó a su hijo varios billetes―. Iremos a encontrarnos con ustedes en un momento.

James asintió en voz alta, tomando a Regulus de la mano y jalándolo para poder marcar el paso a lo que probablemente era el puesto de chocomilks (lo que sea que sea eso, comienza a preocuparle nunca tener idea sobre la comida que, según su novio, "marcó su infancia).

― Hay de chocolate y de fresa ―informó el Potter cuando se encontraban a pocos pasos del puesto―. ¿De qué van a querer?

― Yo soy intolerante a la lactosa ―se lamentó Dorcas con una mueca de fastidio. Él sabía cuánto odiaba su amiga ese detalle de su vida; la mantequilla, leche, yogurt y helado eran una bomba para su estómago, que la dejaban inflamada y encerrada en el baño todo el día; claro que a veces lo ignoraba (sobre todo cuando salían a tomar cervezas de mantequilla), pero hoy probablemente era uno de esos días donde si quería cuidarse. Bien por ella.

― Yo quiero uno de fresa ―se anotó Peter, distraído mirando a sus alrededores.

― Bien, entonces tenemos uno de chocolate y dos de fresa ―enumeró su novio, girando la mirada hacia él con una sonrisa―. ¿Tú de qué lo quieres, amor?

Sintió como su estómago se hundió en nervios, pero no los clásicos nervios que aparecían cada que estaba cerca de James, eran los nervios malos.

Su novio era una masita que lloraba hasta cuando pisabas una hormiga, ¿cómo se supone que le dirá que no sabe qué es un chocomilk sin romperle el corazón?

Para su suerte, en ese momento Peter soltó un grito (mezclado con una inhalación) de sorpresa, haciendo que toda la atención se centrara en él. Era su salvador.

― ¡Miren! ―exclamó, corriendo a un puesto de juguetes cercano para señalar la caja de una muñeca―. ¡Es una barbie hada sirena morada! ¡Morada!

El grupo se acercó a su amigo, examinando el juguete con detenimiento; tenía una falda larga y morada fabricada con tul que ayudaba a que se asimilara a una cola, unas alas de mariposas hechas de cartón, una piel prácticamente blanca, un cabello azul atado en una coleta y una cara algo...extraña, tenía los ojos chuecos y una sonrisa aterradora.

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