Día 3: Nieve

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El invierno había llegado, y con él, todas las cosas propias de la temporada. Fiestas, frío, y mucha, mucha nieve. Lo bonito de Japón, al parecer de Seiya, era la amplia variedad de climas que uno podía ver y sentir a lo largo del año. Desde calores asfixiantes que derretían la existencia de Hyoga, hasta nevadas inmensas que cubrían el suelo de blanco.

Naturalmente, el Cisne fue el primero en salir a disfrutar de aquel regalo de los Dioses en aquella mañana de diciembre.

—¡Chicos! ¡Está nevando! —gritaba el ruso por los pasillos de la Mansión Kido, para que sus amigos no se perdieran del espectáculo blanquecino.

Tras semejante escándalo, los cuatro Caballeros de Bronce restantes salieron de sus respectivas habitaciones en pijama.

Ikki se asomó a la ventana con cara de pocos amigos, sonrió ligeramente al ver el paisaje mevado y volvió a su habitación. En cuanto a los demás... Seiya los arrastró afuera.

Hyoga ya estaba disfrutando de la nieve, y en cuanto vio a Shun salir de la casa ataviado de chamarras y bufandas, lo jaló para seguir con la diversión.

Pegaso fue a correr por ahí, mientras Shiryu permanecía parado, observando el bonito paisaje. No había nevadas así en Rozan, de verdad era un espectáculo digno de admirar.

—Mágico, ¿no? —Aquella voz lo sacó de sus pensamientos. Seiya estaba a una corta distancia de él, con los brazos hacia atrás, mirándolo atentamente.

Shiryu asintió. —Hace mucho que no veía nevar así. Hyoga debe estar pasándosela bomba.

Ambos rieron, Seiya avanzó lentamente algunos pasos hacia el Dragón.

—¿Sabes que es lo que más me gusta de la nieve? —Shiryu frunció el ceño. —Es suave... pero a la vez lo suficientemente firme.

Shiryu lo miró extrañado. Seiya a veces desvariaba, pero esto era demasiado, incluso para él.

—¿A... já?

—Es perfecta para hacer... ¡ESTO! —Antes de que Shiryu pudiera reaccionar, una bola de nieve se estampó en su cara. Seiya soltó una carcajada, esa contagiosa que hacía reír a cualquiera.

Shiryu tomó un poco de nieve entre sus manos, decidido a contraatacar; en cuanto Seiya adivinó lo que pretendía, comenzó a correr. Shiryu falló ese tiro, pero no el siguiente. Antes de que se dieran cuenta, estaban en medio de una guerra de bolas de nieve.

Una vez más, el Dragón tomo una grosera cantidad de nieve entre sus manos, Seiya abrió los ojos en sorpresa.

—¡Aaaah! ¡Shiryu! ¡¡Espera!!

Shiryu sonrió pícaramente, eso era divertido. Estaba determinado a no fallar aquel tiro y comenzó a perseguir a Pegaso con la bola de nieve en las manos.

—¡No! ¡Tiempo fuera! ¡Tiempo fuera!

—¡Nada de tiempo fuera!

En su afán de querer escapar, Seiya tropezó, con alguna piedra o raíz oculta por la nieve, o quizás con sus propios pies. Para evitar caer, su primer instinto fue agarrarse se lo que tenía frente a él: Shiryu. El Dragón tuvo la misma idea, pues soltó la enorme bola de nieve para sostener a Pegaso; no obstante, antes de pudiera tomar el brazo de Seiya, este lo jaló por el abrigo, llevándoselo al suelo con él.

Seiya cayó de espaldas sobre la nieve, y Shiryu terminó sobre él. Y por si fuera poco, la caída culminó con los labios de ambos impactando entre sí.

Shiryu se tornó rojo, mientras Seiya permanecía anonadado. En sus sueños había imaginado lo que se sentía besar los labios de Shiryu, pero jamás imaginó que lo haría en un futuro cercano... y de esa manera.

—¿Estás bien? —preguntó Shiryu, aparentemente ignorando lo que acababa de ocurrir.

Seiya no sabía como responder a eso.

—Aaa... yo...

—¡Sei-chan! —El grito de Shun hizo que ambos voltearan, aunque ninguno logró moverse. —¿Están bien? ¡Oh! —Shun los miró sorprendido, una sonrisa se formaba en sus labios. —Gomen...

—¿Qué pasó? —Hyoga se sumó a la reunión.

Shun se volvió hacia su novio inmediatamente. —Nada, Hyo-chan. No hay que interrumpir. —Y después de proferir unas risitas extrañas, Shun jaló a Hyoga fuera de ahí.

Shiryu finalmente reaccionó y se incorporó, luego le ofreció su mano a Seiya.

—Gracias —dijo sin saber qué más agregar. ¿Debería mencionar el beso? No quería hacer sentir incómodo a Shiryu, pero tampoco quería pretender que no había ocurrido. Había sido... mágico.

Mientras sopesaba sus opciones, el chico de cabello azabache se acercó y besó fugazmente la comisura de sus labios.

—No hay de qué.

30 días ShiseiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora