Día 15: Nervios

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Seiya se recargó abruptamente contra un pilar. Todo le daba vueltas, y su respiración acelerada no le ayudaba en absoluto. Sentía su garganta cerrarse a cada segundo que pasaba, la cabeza comenzaba a punzarle y su visión se hacía cada vez más borrosa. No lograba escuchar nada, únicamente el estruendoso palpitar de corazón, golpeando con fuerza su pecho, amenazando con salir. Su Armadura pesaba demasiado, sentía que se desmoronaría en cualquier momento. Una sensación intensa de desesperación invadía su ser, así como una urgencia de salir de ahí. El sudor escurría por su frente, no solamente por el cansancio, pues era una sudor frío que quemaba al mismo tiempo.

No era la primera vez que le ocurría, hacía casi un año desde la primera vez; fue en la noche, una de las más largas de su vida, y una en la que le fue imposible conciliar el sueño después. Se lo atribuyó a una pesadilla, Shun las tenía todo el tiempo; o quizás a que la batalla que había librado había ocurrido apenas unos días atrás, y esta había sido de las más violentas y complicadas en su trayectoria como Caballero. Aquella angustiante sensación lo abordó unos meses después, Hyoga había dejado caer un vaso de vidrio; el sonido del cristal rompiéndose, acompañado del grito desquiciado del Cisne —pues era el quinto que rompía en la semana—, seguido del barullo de los otros tres para reclamarle o ayudarle, lo paralizaron completamente al pie de la escalera. Ahí se dio cuenta que tal vez no era algo pasajero, y que aquello requería un poco más de su atención.

Esta vez era diferente, no estaba en la comodidad de su cama, o en la Mansión Kido, o en algún lugar seguro o medianamente normal. Estaba a la mitad del Templo de Artemisa, evitando los ataques de Icarus y tratando de no morir en el intento. Era su primera misión desde que su muñeca había sanado, y vaya misión. ¿A Saori no se le ocurrió algo más complicado, acaso? Ciertamente, la Diosa tomó en consideración la dificultad de la misión, y la falta de práctica de Seiya. No lo había enviado sólo; en realidad, los cinco se encontraban ahí. Pero tomar el Templo de Artemisa con cinco hombres era estúpido, aún si se trataba de ellos. Tal vez no sería imposible, pues habían demostrado sus excepcionales capacidades como Caballeros en un sinfín de ocasiones, pero ciertamente significaba que cada uno estaría por su cuenta, peleando contra un oponente cada quién.

Era el peor momento para tener un episodio de esa clase. No sólo le costaría su salud emocional, también su vida. Pero aquel prospecto sólo provocaba que la ansiedad en su cuerpo aumentara.

Las lágrimas comenzaban a querer escapar de sus ojos, sus párpados no podrían detenerlas mucho más. Todo lo que sentía y la realidad que lo rodeaba estallaron en su interior, dejándolo impotente y agobiado.

¿Ese sería el final del Caballero de Pegaso?

No sería vencido por un Dios Olímpico o algún poderosísimo enemigo. Icarus era un oponente formidable, pero Seiya sabía que tenía la habilidad para derrotarlo, aunque no fuera sencillo, no era esa clase de enemigo. No, al parecer Pegaso perecería porque tuvo un episodio de ansiedad en el momento y lugar equivocados.

Cerró los ojos, y una nube negra lo cubrió.

—¿Seiya?... ¡Seiya!... ¡SEIYA!

La distante voz que comenzaba a percibir se fue haciendo cada vez más clara y fuerte. Aquella voz que lo llamaba, pronunciando cada sílaba y letra con una dicción particular. Al melódico sonido le siguió un suave tacto sobre sus hombros, era tranquilizante y sentía como se llevaba poco a poco sus miedos e inquietudes.

Abrió los ojos, y lentamente logró enfocar lo que tenía frente a él.

—¿Shiryu? —habló con debilidad.

—¿Estás herido?

No realmente, al menos no físicamente. Aunque su apariencia daba a entender todo lo contrario.

Lentamente asintió con la cabeza.

—No es cierto.

Los ojos de Seiya se posaron sobre los de Shiryu, jamás habían reflejado tanta angustia. Pegaso volvió a asentir, liberando por fin las lágrimas que tenía guardadas.

Se desmoronó en los brazos de Shiryu, sacando toda aquella sensación horrenda en forma de llanto. Era suficiente, no podía más, al menos no por el momento.

—Todo estará bien. No te preocupes.

Seiya poco a poco fue recuperando el aliento y moderando su respiración. Hasta que todo dejó de dar vueltas y comenzó a enfocar las cosas desde otro ángulo. El temor ya no se apoderaba de él, lentamente la valentía y el coraje habituales en él comenzaban a apoderarse de su espíritu nuevamente.

Eventualmente pasaba, pero esta vez, alguien más lo había jalado de aquel hoyo oscuro en el que se encontraba.

—Gracias... —murmuró, incorporándose—. Creo que ya estoy mejor...

Shiryu lo observó atentamente, tratando de percatarse si no estaba mintiendo.

—Aguanta sólo un poco más, y saldremos de aquí —Pegaso asintió con seguridad.

Estaban por volver a tomar caminos separados, pero Seiya detuvo a su novio del brazo.

—Shiryu...

—¿Sí?

—Te amo.

30 días ShiseiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora