Día 14: Día tranquilo

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La vida de un Caballero de Athena es todo menos tranquila.

Regularmente había que atender problemas menores dentro de un perímetro razonable, en otras ocasiones había que trasladarse a donde fuera que el peligro amenazara a la humanidad: otra ciuadad, otro país, y en algunas ocasiones, otras dimensiones. Los enemigos podían ser de todo tipo, desde simples humanos prepotentes hasta Dioses Olímpicos. Si tenían suerte, su misión les tomaría un día o dos, pero podía extenderse el tiempo que fuera, de repente y sin previo aviso. Y justo cuando uno comenzaba a ponerse cómodo, un nuevo problema aparecía.

Y aquella sólo era una parte del trabajo:

Cada misión conllevaba un reporte, para facilitar el trabajo si algo similar se volvía a presentar. A veces había que ir al Santuario para tediosas juntas o reuniones diplomáticas, acompañar a Saori a realizar alguna inspección o algo por el estilo, y mucho más trabajo no bélico.

Cuando todo aquello estaba cubierto y terminado, no siempre significaba tiempo para uno mismo. Las batallas eran violentas, y las lesiones estaban a la orden del día, incluso si alguno lograba completar rápidamente su cometido, los días en el hospital y posterior convalecencia, y —en ocasiones— rehabilitación, absorberían el contado tiempo que se tenía para disfrutar la vida antes del próximo combate.

Pero un Caballero seguía siendo una persona, con sueños, metas, hobbies e intereses; Athena no lo era todo. Habían aprendido a balancear sus vidas personales, amistades, relaciones amorosas, estudios y trabajos durante los tiempos de paz y recuperación; incluso si eso significaba tener que sacrificar algunas otras cosas.

Por eso, los días verdaderamente tranquilos, aquellos en los que no había nada que hacer y en los que uno podía darse el lujo de quedarse tirado en el sofá el día entero si es que le placía, eran pocos... pero verdaderamente escasos. ¡Un milagro del destino! Un fenómeno rarísimo que ocurría una o dos veces cada cierto tiempo.

Aquel, era uno de esos días.

No había exámenes ni tareas, pendientes o trabajo. Reuniones, papeleo o enemigos.

Nada.

Al menos para Seiya y Shiryu. Saori estaba en el Santuario, atendiendo un llamado urgente, se había llevado con ella a Shun y a Hyoga. Ikki, por otro lado, se encontraba en Reina Muerte, su presencia había sido requerida para tratar un asunto relacionado con los Caballeros Negros.

Lo anterior hacía del día incluso mejor. Shun no llegaría de repente con un plan para que todos salieran juntos a algún lugar, Hyoga no intentaría imponer alguna partida de videojuegos —de su elección, claro estaba—, Saori no pediría compañía para hacer algunas compras o algún brunch, e Ikki... bueno... no andaría merodeando por ahí.

Estaban completamente solos. Con la Mansión Kido completamente a su disposición.

La emoción crecía dentro de ellos, las posibilidades eran infinitas, una sensación de que todo podía pasar llenaba el ambiente.

Así, después del desayuno, Shiryu y Seiya se apoderaron del sofá... y no hicieron nada.

Seiya había encendido la televisión, pero ninguno realmente le estaba prestando atención. No era un programa particularmente interesante, aunque era entretenido de ver, siempre era así con los programas de decoración y cocina.

Pero ninguno de los dos estaba ahí por que quisieran saber si a los propietarios les había gustado su nueva casa, o para robar una que otra idea para sus habitaciones. La compañía del otro era lo importante.

Seiya estaba completamente recostado en el sofá, con la cabeza recargada en el pecho de Shiryu, el subir y bajar de su respiración era relajante, además de las delicadas caricias que sus dedos ejecutaban al pasar entre su cabello, se enredaban y desenredaban con una constancia exquisita a todo lo largo de su cabeza.

Shiryu, por otro lado, se deleitaba con la calidez que el cuerpo de Seiya provocaba en su pecho. Tenerlo ahí junto a él era suficiente para sentirse cómodo y muy a gusto; además de absorber de vez en cuando el aroma que Seiya desprendía, delicioso y cautivador. Con su tacto y gusto perfectamente estimulados, el día pintaba de maravilla.

Ninguno decía nada, sobre el programa o cualquier otra cosa. Y sus mentes tampoco se enfocaban en nada en específico, ni siquiera en las caricias y sensaciones del otro. Disfrutaban de su presencia mutua de manera involuntaria y casi automática.

—¿Tienes hambre? —El programa terminó, rompiendo brevemente la sosegada atmósfera de la habitación. Y saliendo del trance por unos segundos, Shiryu pensó en traer algún bocadillo para completar la imagen.

—No... —respondió Seiya con tranquilidad, levantarse por algo de comer significaba hacer algo y romper la cómoda posición en la que se encontraba; además, con Shiryu ahí, no necesitaba nada más—. Así estoy bien —concluyó, acurrucándose aún más sobre el pecho de su novio.

Shiryu esbozó una sonrisa. Seiya tenía razón, así estaba perfecto.

La vida de un Caballero de Athena es todo menos tranquila; pero en ocasiones, había excepciones.

30 días ShiseiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora