Día 22: Consentir

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—¿Xiǎo gē gē? —Shiryu despertó tranquilamente por tercera vez en el día. No supo cuando se quedó dormido ni por cuanto tiempo lo había hecho. Seguía descansando sobre el pecho de Seiya, y su novio tampoco parecía haberse movido en absoluto. La habitación estaba menos iluminada, pero aún se podía gozar de un poco de luz natural; deberían ser como las cuatro o cinco de la tarde.

—¿Mhm? —respondió Pegaso, muy concentrado en un manga que jamás había leído y aún no entendía del todo de qué se trataba, pues era el volumen 9 de una serie, que Shiryu conservaba sobre la mesa de noche.

—¿Sigues aquí?

—No —bromeó Seiya, ahogando una risa.

Baka... —respondió Shiryu, aunque la culpa había sido de él por semejante pregunta. Había que entenderlo, no se sentía del todo bien aún.

—¿Qué necesitas? ¿Te sientes bien?

—Me duele un poco la cabeza —agregó, incorporándose.

—Puede ser hambre, no has comido ni bebido nada desde ayer. ¿Se te antoja algo de comer?

Shiryu meditó su respuesta unos momentos. —Sí, por favor.

Seiya sonrió y salió corriendo hacia la cocina. Aquello no era su fuerte, pero haría su mejor esfuerzo para prepararle a Shiryu la mejor comida de su vida —al menos algo decente.

Después de un tiempo que a Shiryu le pareció una eternidad, Seiya llegó con una charola con lo que parecía ser un pan francés quemado, salchichas, algo que se suponía sería un pan tostado —pero calculó mal el tiempo del tostador y quedó algo carbonizado—, mantequilla y un vaso de jugo de naranja a la mitad. Todo bellamente decorado con un pequeño florero que albergaba una florecita diminuta recién arrancada del jardín.

—¡Itadakimasu! —exclamó, poniendo la charola frente a Shiryu.

—¡Wow! Yo pensaba en un sandwich de jamón, pero veo que echaste la casa por la ventana.

—Sólo lo mejor para ti, come lo que se te antoje.

La mirada de Shiryu inmediatamente se posó sobre el vaso medio vacío de jugo. —¿Se acabó el jugo?

—De hecho... no había... ¡Yo lo hice! Por eso tardé —agregó, orgulloso de sí mismo.

Shiryu sonrió y probó la creación de Seiya. Hizo lo que pudo para reprimir la mueca provocada por la acidez del líquido.

—Mmm... delicioso... —mintió. Aquella mentira fue recompensada con una sonrisa adorable en el rostro de su novio. Era suficiente para él.

Después de la grandiosa merienda, Seiya decidió que era hora de un baño. Shiryu había sudado mucho durante la mañana, y seguramente una ducha lo haría sentir mucho mejor.

El Dragón hizo una mueca, sabía que era lo mejor, pero su pereza lo desalentaba. Antes de que pudiera decidirse, Seiya lo jaló del brazo hasta la bañera. Una tina llena de agua tibia lo aguardaba, aunque el agua no tenía un aspecto cristalino, sino que se percibía un tenue color púrpura.

Shiryu arqueó una ceja. —¿Qué tiene el agua? —preguntó temeroso de la respuesta. Conociendo a Seiya, podía imaginar cualquier cosa.

—Le robé a Saori una... ¿cómo dijo que se llamaban? Bombas de agua o algo así. Según ayudan a relajar el cuerpo, pero quién sabe. Por lo menos se ve bonita, ¿no? ¡Y huele a lavanda!

Shiryu rió ligeramente. Seiya casi le hacía olvidar que se sentía enfermo.

El cuerpo cortado y el frío que sintió cuando se quitó la pijama fueron inmediatamente compensados con el agua cálida de la bañera y el aroma a lavanda que desprendía. Quién sabe si era la temperatura o los artilujios de Saori que hacían que el agua se sintiera deliciosa sobre su piel. La sensación se incrementó cuando sintió a Seiya pasar la barra de jabón sobre su hombro. Esa sensación era mucho mejor.

Seiya únicamente usaba su mano y el jabón, no quería que Shiryu se sintiera incómodo si usaba la esponja, seguramente su piel seguía sensible. El Dragón dejó salir un suspiro de placer, en otras circunstancias aquello habría sido de lo más erótico y seguramente habría dado paso a algo más; sin embargo, el placer de Shiryu se debía sencillamente a que el tacto de su novio se sentía delicioso sobre su cuerpo adolorido en conjunto con el agua tibia, y mucho más después haber pasado una mañana como aquella.

Después del baño, Seiya lo ayudó a vestirse, le prestó una de sus pijamas, una panchoncita de color azul con estampado de gatitos multicolor. Le quedaba algo ajustada, pero Shiryu no se quejó. Procedió a cepillar su cabello y secarlo con la secadora. Shiryu se sentía verdaderamente relajado y en las nubes. Tal vez porque después de pasar fiebre su cuerpo agradecía cualquier tipo de caricia, o simplemente porque con Seiya todo era mil veces mejor.

Finalmente, después de una cena que Seiya planeó con mucho amor y devoción —un bowl de cereal—, Shiryu regresó a la cama. Seiya acomodó las almohadas y lo arropó con el edredón.

—Estaré aquí si necesitas algo —agregó Seiya, quitando el felco de la frente de Shiryu.

—Gracias... por todo lo que hiciste hoy.

—No es nada. Harías lo mismo por mí.

Shiryu sonrió, y luego de un momento de silencio, cuando Seiya pensaba que ya estaba dormido, añadió con somnolencia:

—Te amo, xiǎo gē gē. Buenas noches.

30 días ShiseiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora