MISFITS CLUB (3)

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8

Jesús está sentado en la playa, meditando. La suave llovizna y el sonido del mar lo ayudan a despejar su cabeza de todo tipo de pensamientos, pero no puede quitarse de la mente la imagen del pelinegro saliendo de la ducha dos días atrás, goteando.

—Rovia —lo saca de su meditación la siempre alegre y amable voz de Duncan.

—Ey, hola —saluda Jesús abriendo los ojos.

Duncan le sonríe de mejor modo y le explica que está tomando un curso porque estuvo a punto de reprobar una materia y no puede permitirse reprobar nada en el último año. Luego divaga un poco sobre los maestros y uno que parece odiarlo de especial manera. Finalmente le pregunta al castaño por qué está él ahí cuando son vacaciones, quizá también esté tomando un curso, con suerte. El castaño sacude la cabeza.

—No tengo familia ni dinero para irme de vacaciones, así que me quedé y conseguí un trabajo —le cuenta.

También está aprovechando para aprender a surfear.

—Daryl me está enseñando.

—¿Dixon? —se sorprende un poco. Pero entonces suena la alarma de su reloj pulsera y se disculpa, debe darse prisa o llegará tarde al curso, diciendo aquello se aleja gritándole que deben quedar para cenar juntos.

Rovia saca de su propia maleta el móvil y comprueba la hora.

Las ocho con seis minutos, en la portada, Maggie abraza a Beth sonriendo para la cámara; devuelve el móvil adentro y se levanta. Va a comprar las cosas para la despensa y limpia un poco la casa. Alimenta a un viejo gato trotamundos al que Daryl ha llamado Caralarga, y deja al animal comiendo de la lata de atún sobre de la barda y va hasta la plaza del centro comercial, donde entra y rodea la zona de ropa pasando los cines y el área de alimentos.

No se supone que esté gastando en estas tonterías, pero va a hacerlo.

—¿Tiene cita? —pregunta la chica de recibimiento del local al que entra. Y Jesús le muestra su teléfono donde vienen todos los datos que le han mandado cuando apartó su cita para el día de hoy; así que ella le sonríe, lo mira, y llama a una chica de nombre Naomy.

—Bienvenido —dice Naomy al ir por él y lo lleva a una sección del establecimiento.

La joven le ofrece un asiento que se recarga en una pilastra y apenas se sienta, la chica trae un pequeño carro donde parece tener preparado todo lo que pueden necesitar. Mientras va acomodando las cosas, Jesús mira el sitio y decide que le gusta el ambiente, es sobrio, elegante, no lujoso, pero tampoco barato. Ha pagado ciento cincuenta y cinco dólares por el tratamiento "resot" que le ofrece el lugar.

Entonces la chica lo recuesta, lo acomoda, y comienza a preparar su cabello con vapor y aceites que frota tranquilamente, y luego le coloca en la cabeza una toalla caliente en espera de que los aceites hagan su labor. Y mientras esperan, la joven le limpia el rostro con una espuma que huele delicioso y forma burbujas que le hacen cosquillas en la piel.

No suelen ver chicos por allí, admite Naomy, pero siempre es bueno ver que hay muchachos que sí se preocupan por su cabello y su piel.

—Esto no se trata de lujos o darse gustos, es simple cuidado personal, no vanidad —dice ella mientras le limpia el rostro con una toalla pequeña y humedecida en agua caliente—, y, de todos modos, la vanidad no está mal mientras no le hagamos daño a los demás. —¿Qué tiene de malo quererse ver bien? —se queja ella casi dulcemente.

—Lo mío es vanidad —se sonríe Jesús.

Naomy se ríe y dice algo sobre la vanidad de los hombres.

JESURYLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora