HALLOWEEN DREAMING

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HELLO HALLOWEEN

Jordan Kay Freeman, quien quiera que sea Jordan Kay Freeman, había asegurado que daría la mejor fiesta de Halloween de todo el condado... y lo está cumpliendo; su casa, una pequeña mansión al final de la calle Hall River, a un costado del río Richmond, ha sido cuidadosamente decorada para hacer resaltar su estilo victoriano y darle un travieso aire embrujado. El enorme jardín delantero tiene esqueletos y demonios que parecen estarse asomando por entre los árboles, las luces neones parpadean dentro de la casa y el ruido de la música hace vibrar los cristales de la casona.

No se supone que Paul esté allí, pero allí está. Son las siete de la noche de un treinta y uno de octubre, caminando del brazo de Maggie, su mejor amiga. Él usa un improvisado disfraz de novio asesinado el día de su boda y ella lleva un lindo vestido de bruja de 1400, ambos caminan del brazo pasando por entre la gente que ni siquiera los mira.

Hay poca gente en el jardín en su mayoría adolescentes que beben y bromean y fuman a escondidas, y dado el tamaño del caserío, a pesar del mundo de personas que hay allí adentro, tampoco pareciera que hay demasiadas.

—Max quiere que lo hablemos —dice Paul a su amiga mientras se pasean por toda la casa admirando las distintas habitaciones temáticas e ignorando a las parejas que se besan por entre los rincones.

Pero si iban a hablarlo, sería bajo sus términos y condiciones. Sólo la mañana anterior, Jesús había acompañado a Max a una reunión con sus amigos de universidad, y en el paseo se enteró que nadie de ellos sabía que Rovia era pareja de Maximillian Maxwell, ni siquiera saben que Max es homosexual. Fueron a beber en la casa de uno de ellos y cuando estuvieron lo suficientemente borrachos una tal Vanessa comenzó a coquetear con Max, y aunque éste no le hizo caso, la presión de los amigos bromeando y silbando pudo más que él y, en su ataque de pánico silencioso gay, terminó besando a la chica para que lo dejaran en paz, ¡delante de las narices de Paul! Por supuesto, para cuando el beso acabó, Rovia se había largado y desde entonces llevaba ignorando sus mensajes y llamadas; Max exigía una oportunidad para explicarle y disculparse, y Paul se la iba a dar, desde luego... una vez que él viniera a esta fiesta de entrada libre, se emborrachara, ligara con un chico y se besaran.

Maggie no está de acuerdo con su plan de mierda, por supuesto, pero tampoco lo está deteniendo, de hecho, mientras caminan pasan por un salón donde las luces neón titilan y suena la música, en una sala de arañas gigantes, telarañas falsas y fantasmas flotantes, donde unas pocas personas bailan la música entre ellas.

La chica codea a su amigo y le hace un gesto.

—No soy yo, es el destino —le dice—. Estás buscando un ligue de una noche, ¿cierto? —Jesús mira hacia adentro, entre las tenues penumbras, y hace un gesto. Allí, sentado, bebiendo cerveza y fumando un cigarro, mirando a las personas que bailan con su clásico gesto adusto, Daryl Dixon permanece inmutable. Lleva ropa de motociclista y sangre falsa manchándolo.

Por alguna extraña razón que Jesús no comprende, Maggie insiste en que él y Daryl harían una grandiosa pareja.

Rovia no puede estar menos de acuerdo con su amiga, la única vez que se hablaron fue porque de casualidad Maggie se encontró con el chico Glenn y éste estaba con Daryl, que le estaba ayudando a reparar su bicicleta. Rovia sospecha que a Glenn le gusta Maggie y que Maggie lo sabe, lo que no sabe es si su amiga lo corresponde porque ella no habla nunca de Glenn, pero parece feliz si se lo encuentran.

Aquél día, Glenn les presentó al pelinegro, que sólo gruñó a manera de cualquier comentario u siguió reparando la cadena de la bicicleta. Con un cigarro apagado en los labios y vestido como pordiosero.

JESURYLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora