Capítulo 24: ¿Me amas?

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Las grietas en las paredes del sótano parecen aumentar con cada minuto que pasa

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Las grietas en las paredes del sótano parecen aumentar con cada minuto que pasa. Gus Gus y Jaq lucen bastante felices, su guarida es cada vez más espaciosa.

La gotera del techo también parece aumentar su tamaño con cada segundo que pasa, consiguiendo que el charco que se forma debajo de ella no tarde en llegar a mi posición.

Fabuloso, no basta con estar llena de sangre también debo aguantarme charcos con agua de dudosa procedencia.

Froto mis brazos en busca de calentarme un poco. El acónito hace difícil regular mi temperatura y me estoy cagando de frío. Soplo aire caliente en mis manos y me encojo más sobre mí misma en busca de conservar el poco calor que me queda.

La puerta se abre de golpe, asustando a mis roomies quienes vuelven a su guarida entre chillidos despavoridos. Levanto la mirada y mi rostro se descompone al ver a Evelyn a un par de metros. ¿Cómo carajos...?

—Tú estas muerta —digo, arrastrándome por el suelo hasta llegar al rincón más alejado de ella que sea posible.

Entre sus dedos se encuentra la jeringa con la que me mantiene sedada y juega con ella entre sus dedos, con una sonrisa sardónica bailando en sus labios.

—¿Segura, Ricitos?

Avanza un paso en mi dirección, pero su camino se interrumpe por el hacha que le corta la cabeza en menos de un segundo, haciendo que su cuerpo caiga al suelo con un golpe sordo. La figura de Bola de Carne se yergue detrás de ella y no sé qué me aterra más: si la mirada perdida de Evelyn en mí, mientras un charco de sangre oscura se forma debajo de sus restos o el híbrido que me mira con hambre en sus ojos.

—¿Me extrañaste, pastelito?

—¡Aléjate de mí! ¡No! ¡No!

Me siento de golpe en la cama y me arrastro por la cama, buscando alejarme de Bola de Carne. La habitación está completamente a oscuras, a excepción del pequeño hilo de luz que sale debajo de la puerta entreabierta del armario de donde aparece Tyler con la preocupación tallada en sus facciones.

—Rubia, todo está bien. Respira profundo.

Intenta tocarme, pero por inercia me alejo llevando mis piernas a mi pecho.

—No... no puedo.

Por más que lo intento, no soy capaz de conseguir que el oxígeno llegue a mis pulmones y el hormigueo en mis manos comienza a subir por mis extremidades.

—Si puedes. Cuenta conmigo. Uno...

—Uno —Jadeo como un pez fuera del agua y siento la humedad de las lágrimas en mis mejillas.

—Eso es. Dos.

—Dos —Continuo, batallando con los puntos negros que me nublan la vista.

—Lo estás haciendo muy bien, Rubia. Tres.

La Alfa (Saga Alfas #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora