Capítulo 6: Reuniones y teorías

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Cuando era niña odiaba ir a la escuela, cada mañana cuando mamá iba a mi habitación a levantarme para ir a clases siempre le decía que estaba enferma o que la maestra era mala conmigo para así no tener que ir, lo cierto es que la Abigail Moore de ...

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Cuando era niña odiaba ir a la escuela, cada mañana cuando mamá iba a mi habitación a levantarme para ir a clases siempre le decía que estaba enferma o que la maestra era mala conmigo para así no tener que ir, lo cierto es que la Abigail Moore de seis años pensaba que los estudios no eran necesarios en una chica como yo, que sin importar lo lista o el futuro brillante que pudiera tener, mi destino no cambiaría: igual debía ser la Alfa de mi manada y para eso era más importante el músculo, que el intelecto.

Pronto, mamá descubrió mi amor por las artes escénicas y lo utilizó a su favor, convenciéndome cada día de que si iba a la escuela para ser tan lista como ella, me llevaría a mis clases de canto, baile o actuación. Cada noche antes de dormir me leía un cuento y me hablaba de lo importante que era tener un amplio conocimiento sobre cualquier tema, porque sin importar lo que me deparara el futuro, lo aprendido no podría quitármelo nadie.

Con los años, comencé a tenerle cierto cariño a ir a la escuela y a aprender y ahí me di cuenta del porque mamá le interesaba tanto mi educación, ella me estaba preparando para el mundo real, para el mundo que me esperaba una vez tomara el mando de mi puesto.

Porque en mi mundo, las Lunas no somos más que un bonito adorno a un lado de nuestros esposos y cuya labor principal es ser amas de casa y madres ejemplares. Solo de decirlo un escalofrío me recorre la columna vertebral. Por tres días he tenido que escuchar a hombres cincuentones hablar sobre leyes, normativas y territorios, todos dirigiéndose a Tyler, como si yo no fuese igual de capaz que mi esposo para tomar decisiones.

Pero lo que ellos no saben, es que yo también puedo ser una caja de Pandora.

Exhausta, masajeo mi sien en busca de mitigar el dolor de cabeza que me tiene viendo doble hace más de una hora. Tyler parece notarlo, porque no tardo en sentir sus dedos masajeando mi nuca para ayudar a relajarme.

Odio este lugar y todo lo que representa, son los mismos techos abovedados, los mismos pisos de madera, la misma mesa redonda de vidrio templado. Incluso es el mismo estúpido candelabro colgando sobre todos nosotros.

Es exactamente igual a lo que vi en una de mis primeras Premoniciones. Si lo intento, incluso puedo escuchar en mi cabeza el ruido de los vidrios romperse cuando el candelabro impacta contra la mesa, haciéndola estallar en miles de pedazos e hiriéndonos a todos.

Debo darle merito a Cedric, se esforzó en hacer que mis sueños fuesen iguales a la realidad.

Maldito idiota.

Sin embargo y muy al contrario de mi sueño, al inicio de la mesa no se encuentra una imitación barata de Dumbledore. En su lugar, hay un hombre que debe rozar los sesenta años, delatándose su edad en las canas que decoran su barba y sus sienes. Sus ojos son oscuros, al igual que su cabello y lo cierto es que su expresión de pocos amigos y su tono frio me recuerda un poco al malgeniado que me dio la vida.

Recuerdo haber escuchado el nombre de Thomas Sinclair incontables veces mientras crecía y husmeaba las reuniones de papá y el tío Ed en su oficina. Pero ponerle un rostro al nombre es bastante sobrecogedor.

La Alfa (Saga Alfas #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora