En un despacho perdido dentro del banco, descansaba el cuerpo de Nairobi, dependiente a unos cables y un tubo de oxigeno a su lado. Ezeiza, leal a su promesa de amarla en la salud y en la enfermedad, tomaba su mano y rezaba por un milagro.
Bogotá ingreso en el despacho, con una especie de motocicleta casera.
— ¿Y eso? -pregunta Paquita, siempre atenta.
— Para cuando despierte -responde el hombre.
— Es un detalle muy bonito
— Lo más bonito que me ha dicho, es que no me toca ni con un palo -ríe, irónico.
Ezeiza escuchaba la conversación, sin interferir, solo pidiendo en sus adentros que mantuvieran el silencio, para no perturbar la paz de su mujer.
— Cuando tenes a terrible mujer a tu lado, no hay necesidad de andar pensando en neanderthales como vos -acoto Ezeiza, harta de la conversación.
Lo cierto, es que no estaba muy segura de sus palabras. Al fin y al cabo, Nairobi antes de Ezeiza jamás había tenido interés en las mujeres y se consideraba heterosexual.
— ¡Bogotá, Ezeiza! ¡Bajad Ya! Gandia se ha escapado -la voz de Tokio se hizo presente por el inter comunicador.
Ezeiza no tardo ni un solo minuto en llegar al hall central, debía encontrar a ese peligro.
— ¡Nairobi, algo pasa! -Bogotá corrió en busca de Nairobi. Detrás de el, Ezeiza y todos los demás.
En su despacho, Nairobi peleaba con uñas y dientes por sobrevivir al ataque de Gandia, quien había jurado por la vida de su hijo que la mataría.
— ¡La han intentado ahogar, estaba 162 pulsaciones! -informa Paquita, temblando de nervios.
— Gandia anda suelto -avisa Nairobi, ahogada por la falta de aire.
— Ezeiza, te quedas con ella. Y si vuelve a entrar, le revientas la cabeza -ordena Tokio, Ezeiza chasqueo la lengua, negando.
— Yo lo busco, pero antes de matarlo, lo hago sufrir. Bogotá. —Saco su arma y le apunto directo al entrecejo — la vida de mi mujer queda en tus manos, cualquier cosa que le pase, te la devuelvo el triple ¿Estamos?
— La voy a cuidar como si fuera mía -asegura.
— Helsinki, Ezeiza. A por el
Helainki, Tokio y Ezeiza salieron a la caza de Gandia. En determinado momento, los tres separaron sus caminos, barriendo la mayor cantidad de superficie posible en el menor tiempo.
— ¡Ezeiza! ¡Ezeiza, coño! -grito Tokio.
Ezeiza corrió tras la voz de Tokio, al llegar vio a Helsinki colgando del cuello. Subió las escaleras y comenzó a cortar la soga con un trozo de vidrio antiguo que encontró en el suelo.
— ¡Bogotá! -llamo Ezeiza. — A la biblioteca, rápido
Bogota llego a los pocos segundos, ayudando a Tokio a sostener el cuerpo de Helsinki, tratando de que dejara de ahogarse.
Varios minutos después, con la certeza de que Helsinki sobreviviría, pensó en visitar a Nairobi y que le contara lo que había ocurrido con Gandia.
Bogotá había llegado antes que ella.
— Vamos a ver como esta eso -pide Bogota.
Ezeiza se quedo detrás de la puerta, escuchando la conversación.
— Mira que yo no me fiaba de ti ni un pelo -confiesa Nairobi.
— ¿Y eso?
— Que eres de la cuadrilla de Palermo y Berlin.
— Ya, pero Ezeiza también -contraataca Bogota.
— Y porque vas de machito ibérico -agrega Nairobi.
— Machito, pero hombreton -ríe Paquita. — Un hombre como un castillo
— Lo que es, es un sensible —Nairobi guiño un ojo.
— Te voy a poner la inyección, Nairobi bonita -advierte Paquita.
— Eres lo más, Paquita. Se lo he mandado yo que me la pusiera.
— Pues bueno, si son ordenes de la paciente...
Ezeiza pensó en entrar, pero la voz de Nairobi la interrumpió.
— ¿Sabes eso de que no te tocaba yo ni con un palo? Pues, me lo estoy pensando -confiesa la gitana.
Paquita salió de la habitación y al ver a Ezeiza casi habla, pero la Argentina le hizo una seña para que se callara la boca.
— Si a mi con lo del palo, ya me tenías. Ahora ya te estoy viendo venir vestida toda de blanco, por allí "si quiero, si quiero" -fantasea Bogota.
— Bueno, a ver, no te vengas tan arriba, porque tu a mi no me vas a hacer el octavo -niega Nairobi.
Dentro de Ezeiza algo se rompió, no supo identificar si fue su corazón o aquella ilusión del romance perfecto que se había armado con Nairobi.
Para no arruinar aún más el plan, Ezeiza se dio la vuelta y se alejo de aquel despacho.
Con el corazón roto y la mente fría.