Magia en las manos

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Después de dejar todo en orden abajo, Winry tomó su mano para subir las escaleras. Ed estaba asombrado de lo lejos que le había llevado su sinceridad. Si hubiera sido capaz de decir lo que sentía de verdad desde el principio, su vida en los últimos meses habría sido mucho más fácil. Durante el viaje había tenido tiempo para pensar en su conversación con Roy Mustang. Su opinión sobre él había mejorado un poco después de verle junto a Riza Hawkeye. Si ese tipo había conseguido el amor de una mujer como esa hasta el punto de acceder a casarse con él, valía la pena considerar sus consejos. La teniente parecía bastante satisfecha y feliz, lo que le concedía mayor mérito. Y muy relajada, también había que decirlo. Además, sus recomendaciones coincidían bastante con las conclusiones a las que había llegado por sí mismo, aprendiendo a base de experiencia, lo que quería decir que no lo estaba haciendo tan mal.

Gracias a esta reflexión había recuperado gran parte de su seguridad habitual y esa noche Ed se sentía imparable. Y aún así, estaba más dispuesto que nunca a tomarse las cosas con calma. Esperaba que el maldito Mustang tuviera razón con lo de que merecía la pena porque sus momentos con Winry siempre se le hacían cortos y se moría de ganas de estar con ella. "¿Será que la química del deseo es capaz de alterar la percepción del tiempo?", se preguntó mientras seguía a la joven por el pasillo.

Cuando Winry abrió la puerta, aceptó su invitación y entró en la habitación con pasos vacilantes. Su indecisión solo duró unos segundos. Apenas la puerta volvió a cerrarse tras ellos, la atrapó entre sus brazos igual que había hecho momentos antes, y se inclinó para susurrar junto a su oído:

—No te imaginas las ganas que tenía de verte.

Ella se estremeció ante la cercanía de su voz, pero no retrocedió.

—Claro que sí. Pero me gusta que me lo digas igualmente.

Sus palabras avivaron su excitación al instante. Pensaba ir despacio, es cierto. Pero no tanto como para mantener sus labios y sus manos lejos de ella. Quizá mejoraría con el tiempo, pero de momento su resistencia tenía un límite. Y más todavía en esa primera noche.

—¿Y si mejor te lo demuestro? —preguntó con voz suave.

Se inclinó para volver a besarla, pero ella escapó de sus brazos riendo por lo bajo y lo tomó de la mano, guiándole hacia la cama. En esos momentos, la hubiera seguido hasta el infierno sin preguntar.

Unos pocos pasos después, Winry le empujó suavemente, indicándole que se sentara sobre el lecho. Sobre la cama de Winry... Si la habitación de la joven era un santuario, su cama era un altar, uno donde llevaba meses deseando adorarla de formas inconfesables. Por todos los demonios, cuántas veces había deseado estar ahí. Justo donde estaba ahora. Con ella. Aceptando su invitación o más bien, cumpliendo su deseo. Nada le hacía más feliz que complacerla.

Se agachó a quitarse las botas, mientras Winry permanecía de pie frente a el, con ese vestido corto que dejaba a la vista gran parte de sus piernas. Se desató los cordones sin apartar sus ojos en ella. Incluso en la penumbra de la habitación pudo ver cómo la joven se estremeció bajo su mirada.

Decidido a disfrutar cada segundo de ese momento que tanto había esperado, empezó despacio, cogiéndola de las manos y depositando un beso sobre ellas. Sus labios recorrieron el dorso de su mano y continuaron sobre sus nudillos, subiendo hasta la punta de los dedos y bajando de nuevo hasta el interior de su muñeca. Fue un beso dulce, tierno y lento. Y muy sugerente para Winry.

—Win.... Cuánto echaba de menos esto... 

La acercó hacia él y la abrazó, dejando que su cabeza reposara sobre su ombligo, sintiendo su calor, escuchando su respiración. Era tan reconfortante... Disfruto de la sensación, mientras las manos de Winry acariciaban sus cabellos, tibias y gentiles como siempre.

La cuestión de WinryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora