Brisa nocturna

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Desde que estaban juntos, las horas compartidas en el porche eran con diferencia el mejor momento del día para Ed. Era agradable sentir la suave brisa de la noche, cuando todo parecía en calma, pero tener a Winry para él solo era infinitamente mejor. Aunque la brisa tampoco estaba mal cuando necesitaba tomar un respiro, eso era cierto. Durante esas veladas nocturnas, Ed había descubierto que cuánto más conocía a Winry, más le gustaba, en todos los sentidos. Sentía que cada noche volvía a enamorarse de ella.

Además, también había advertido cosas sobre sí mismo que le resultaban bastante sorprendentes. Por ejemplo, aunque sus personas más allegadas siempre habían coincidido en que ser una persona muy poco cariñosa y carecer de tacto para decir las cosas figuraban entre los peores rasgos de su carácter, está regla general ya no parecía aplicarse a Winry. Era como si su amor hubiese derribado un muro, destruyendo su vergüenza. Desde que volvió a casa, disfrutaba enormemente hablando con ella.

Lo cierto es que si antes había sido reservado sobre sus andanzas no había sido por timidez o falta de confianza. Siempre andaban metidos en situaciones peligrosas y a medida que se acercaban más a la verdad, sus enemigos eran cada vez más temibles y no tenían escrúpulos en amenazar con hacer daño a sus seres queridos para manipularles, tal y como habían demostrado de sobra. El incidente de Briggs le había enseñado por las malas que apreciar a las personas podía convertirse en un arma contra él, si dejaba que sus enemigos descubrieran lo importante que eran y lo que estaba dispuesto a hacer para protegerles. No le gustaba ocultarla cosas, pero prefería que Winry pensará que era frío a que saliera herida.

Ahora, esa precaución ya no era necesaria. Quería contárselo todo, desde el principio, incluyendo todo lo que en su momento no había podido decirla. Y había tanto que contar... Winry parecía encantada de oír sus relatos y siempre le escuchaba con atención, preguntando, pidiendo más detalles. Incluso tras varios meses, aún les quedaban muchas historias que compartir hasta ponerse del todo al día.

Sus conversaciones no siempre versaban sobre el pasado. A veces se limitaban a comentar cómo había ido el día, hablaban sobre los encargos de Winry o los planes de viaje de Al, sobre pequeñas cosas y sobre temas más profundos... O simplemente, sobre lo mucho que se habían echado de menos.

Y por supuesto, en esas veladas en el porche había mucho más que palabras.

Al fin y al cabo, este era el único momento del día en el que podían dedicarse a recrearse y perfeccionar el fascinante arte de los besos. Ed reconocía que el proceso de aprendizaje le estaba resultando de lo más entretenido. Era curioso por naturaleza y siempre le emocionaba aprender cosas nuevas, pero nunca había disfrutado tanto haciéndolo. Descubrió que un beso era mucho más que apretar sus labios contra los suyos. Era una forma nueva y excitante de conocerse, que los dos experimentaban por primera vez. Y que no dejaba de sorprenderle.

Al principio, sus besos eran tiernos, lentos y delicados. Eran una forma de decir "te quiero" sin palabras, lo que le parecía genial. Cada beso con Winry era diferente, pero los disfrutaba con todos y cada uno de ellos. Siempre se le ocurrían nuevas formas de besarla. Quería descubrirlas todas, aprenderlas todas... A veces eran besos breves que se colaban en medio de la conversación, en los que sus labios apenas se rozaban un instante, a veces eran mucho más largos, rebosantes de emoción contenida... 

Aprendió a besarla lentamente, saboreando sus labios con calma, buscando el ritmo perfecto. Era como disfrutar a pequeños bocados de un postre dulce y delicioso. Y cada vez más, también se volvía tan necesario como comer.

La primera vez que sus lenguas se rozaron entre bocado y bocado fue como una descarga eléctrica. Los dos se separaron, sorprendidos por la sensación, pero no tardaron en volver a probarlo, despacio, muy despacio. Su primer beso había sido precioso, mágico, algo que nunca olvidaría. Sin embargo, Ed reconocía que cuando la lengua estaba implicada, los besos resultaban mucho más placenteros. Era excitante tocarla de una forma tan íntima, como nadie antes lo había hecho, y lo mismo iba para él. Sentir su lengua dentro de su boca era una sensación alucinante. Y además, le había abierto todo un mundo de posibilidades. Poco a poco, esos tiernos besos del principio se fueron tornando más y más apasionados.

La cuestión de WinryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora