Después de un buen rato riéndonos de la conversación con Asthon, seguimos caminando por las calles de Lahaina. El calor era agradable y el ambiente relajado, perfecto para aprovechar nuestras últimas horas en Hawái. Aunque intentaba no pensar en ello, una parte de mí sabía que el tiempo con Eros estaba contado, y quería que cada momento fuera especial.
—¿Qué te apetece hacer ahora? —me preguntó, todavía con esa sonrisa traviesa en los labios.
—Mmm... no sé, la verdad. ¿Y si encontramos algún sitio más tranquilo y simplemente nos relajamos? —sugerí, un poco más pensativa.
Eros asintió, entrelazando su mano con la mía mientras seguíamos caminando. El bullicio del pueblo empezaba a disiparse a medida que nos alejábamos de las calles principales, y pronto encontramos un pequeño parque junto a la costa. Era perfecto: apenas había turistas y desde allí se veía el océano.
Nos sentamos en un banco de madera, mirando el horizonte. Eros se quedó en silencio, y yo no pude evitar sentirme extrañamente tranquila a su lado. Con él, todo parecía fluir de manera natural, como si estuviéramos conectados de una forma que nunca había sentido con nadie más.
—Nunca me había pasado esto —dijo de repente, rompiendo el silencio.
Le miré, intrigada.
—¿El qué?
Eros bajó la mirada, como si estuviera eligiendo bien sus palabras. Parecía más serio de lo habitual, lo cual me sorprendió.
—No lo sé... —murmuró, soltando un leve suspiro—. Estar con alguien y no querer que el momento termine. Normalmente, cuando estoy con alguien... bueno, ya sabes, no me complico demasiado. Paso un buen rato, y luego sigo con mi vida. Pero contigo es diferente. Siento que... quiero más. Y eso me asusta un poco.
Me quedé mirándole, sorprendida por su sinceridad. No esperaba que Eros fuera a decir algo así, pero sentí que lo que había entre nosotros era algo más que solo atracción física.
—Yo también siento que esto es diferente —dije suavemente—. Y aunque sea complicado, estoy intentando no pensar en lo que viene después. Quiero disfrutar de lo que tenemos ahora, sin más.
Eros me miró con esa intensidad que hacía que todo lo demás desapareciera. Sonrió levemente y luego tiró de mi mano, haciéndome apoyar la cabeza en su hombro.
Nos quedamos así un buen rato, en silencio, viendo las olas romper contra las rocas. Era uno de esos momentos que no necesitaba palabras, donde el simple hecho de estar juntos lo hacía todo perfecto.
Finalmente, rompí el silencio, porque si no lo hacía, sabía que me quedaría ahí pensando demasiado.
—¿Sabes? Podríamos llevarnos una de esas tablas de surf hinchables —dije, intentando aligerar el ambiente—. He visto que las venden en esa tienda de ahí atrás, ¿qué me dices?
Eros soltó una carcajada suave, sacudiendo la cabeza.
—¿Vas a decirme que sabes surfear ahora?
—¿Quién dijo que sabría? Pero siempre hay una primera vez, ¿no?
—Si quieres acabar revolcada por las olas... —dijo divertido, levantándose y extendiéndome la mano para volver a caminar—, yo no pienso perdérmelo.
Nos reímos y seguimos caminando por las calles empedradas. Hacía calor, pero el aire del mar lo hacía agradable, y con Eros a mi lado, cada rincón de Lahaina parecía más bonito.
Pensé en lo poco que nos quedaba aquí, en cómo en menos de 24 horas nuestras vidas volverían a la rutina. Pero por ahora, solo quería vivir este día como si no hubiera un mañana.
ESTÁS LEYENDO
MI DESASTRE FAVORITO
Teen FictionMia Thomson es una chica de 26 años con una mezcla única y extravagante: padre griego, madre noruega, y nacida en Sídney. Estudió Derecho Mercantil, y según su amiga Cala, es un "desastre con patas" certificado. Mia es la definición perfecta de torp...