¿TIGRE O GALLETA?

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Al amanecer, mientras estaba aún medio perdido en mis pensamientos, vi cómo Mia se levantaba y se dirigía a la ducha. Yo tampoco había dormido mucho, la idea de que podía estar embarazada no me dejaba descansar, pero intentaba mantener la calma por ella.

Me levanté tras unos minutos, y cuando salió de la ducha, vi cómo se miraba al espejo, tocándose la tripa con una mezcla de incertidumbre y curiosidad. Me acerqué sin hacer ruido, abrazándola suavemente por detrás, y dejé que mi mano descansara sobre su vientre, allí donde tal vez ahora crecía algo más que nuestra historia juntos.

—Tranquila, pequeña —le susurré, queriendo transmitirle toda la seguridad que tenía dentro—. Si de verdad tienes a nuestro bebé aquí... lo vamos a querer, será nuestra cosita.

La vi sonreír por el espejo, pero en su mirada todavía había algo de duda. Se giró hacia mí, besándome con una dulzura que solo ella tenía. Pero en su voz, cuando preguntó, percibí el miedo que aún le rondaba la cabeza.

—¿Estás seguro de que quieres ser padre? —preguntó.

Le sostuve la mirada. Esa pregunta me hacía pensar en todo lo que estábamos viviendo, en lo mucho que había cambiado desde que Mia llegó a mi vida.

—Contigo, Mia, lo quiero todo. —respondí sin titubeos, y sabía que cada palabra que decía era cierta.

Salimos del apartamento con prisa, sin desayunar, para hacer los análisis de sangre. Mia había estado algo nerviosa, aunque intentaba disimularlo. Yo, por mi parte, mantenía la calma, pero dentro de mí había una mezcla de emoción y ansiedad que me costaba ocultar.

Cuando llegamos al hospital, Mia se encargó de todo en recepción. Yo me quedé observándola mientras hablaba con la secretaria, tan segura y eficiente como siempre. Todo parecía rutinario hasta que, al entrar en la consulta, me quedé de piedra.

—¿Roger? —murmuré, un poco incrédulo.

Frente a nosotros estaba Roger, uno de los mejores amigos de Mia. Siempre había pensado que Roger era alguien cercano a ella, pero no me esperaba encontrarle aquí, en calidad de médico. Se levantó con una sonrisa, dándonos la bienvenida como si fuera la cosa más normal del mundo.

—¡Vaya! No sabía que tú eras el doctor de confianza de Mia —dije, tratando de sonar más relajado de lo que me sentía.

Mia soltó una pequeña risa, mirando a Roger con cariño.

—Sí, Eros. Roger es de los mejores. Nos conocemos desde hace muchos años, así que me siento cómoda viniendo a él —respondió, como si fuera algo obvio.

Roger nos miró a ambos, claramente divertido con la situación.

—Tranquilo, Eros. No muerdo —dijo con una sonrisa—. Mia es como mi hermana, así que puedes estar seguro de que está en las mejores manos.

Asentí, intentando no mostrar lo incómodo que me sentía ante la cercanía entre ellos.

—Sí, claro, solo... no me lo esperaba. —respondí.

—Tú siempre tan protector —comentó Mia, acariciándome el brazo para calmarme un poco.

Roger se puso manos a la obra, revisando los papeles que tenía en su escritorio y preparándose para tomar la muestra de sangre.

—Bueno, Mia, vamos a hacer esto rápido y sin dramas, ¿de acuerdo? —dijo Roger, con ese tono relajado y profesional.

—Eso espero —respondió Mia, estirando el brazo.

Mientras Roger empezaba a preparar la jeringa, no pude evitar preguntar:

—Oye, Roger, ¿tú ya sabías que Mia podría estar...?

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