TE LO RUEGO, NO HAGAS NINGUNA LOCURA

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Cuando me sentí mejor, Eros accedió a llevarme al trabajo, aunque no paraba de mirarme preocupado. Después de dejarme en la oficina, él bajó al piso de abajo para ir a la suya, pero antes de salir me advirtió, con esa seriedad que me hace sentir querida y protegida:

-Si te mareas o te encuentras mal, me llamas de inmediato, Mia. No me hagas ir a buscarte, ¿vale?

-Sí, sí, lo prometo -le respondí, sonriendo para tranquilizarle, aunque sabía que su preocupación no se disiparía tan fácilmente.

Le vi desaparecer por la puerta, pero el eco de su advertencia se quedó rondando en mi cabeza. Me senté en mi escritorio y respiré hondo, decidida a concentrarme en el trabajo... aunque no podía evitar pensar en cómo Eros siempre conseguía mezclar la dulzura con esa autoridad suya.

Me senté en mi escritorio, dispuesta a revisar los papeles que Simón me había dado. Al principio, todo parecía estar en orden, pero conforme intentaba cuadrar las cuentas con las que ya tenía en el sistema, algo no encajaba. Faltaban datos, las cifras no correspondían, y algunas cuentas no coincidían ni con los proveedores ni con las nóminas. Todo estaba mal, y lo que más me inquietaba era la sensación de que esto no era un simple error administrativo. Era algo mucho más turbio.

Me fijé en las firmas. Algunas decían ser de Eros y de su padre, pero... no eran como las que había visto en otros documentos. Eran sutilmente distintas, como si alguien hubiera intentado falsificarlas. Empecé a atar cabos: faltaban números, las cuentas no cuadraban, y había algo en esas firmas que indicaba fraude. ¿Blanqueo de dinero? ¿Evasión de impuestos? Cada vez todo tenía más sentido, pero la gravedad de la situación era demasiado grande para que lo afrontara sola.

Cogí mi móvil, marcando el número de Eros. Él contestó rápidamente.

-Mia, ¿todo bien? -preguntó, como si ya intuyera que algo no estaba bien.

-Necesito que vengas a mi oficina, y trae a tu padre contigo -le dije, intentando sonar calmada, aunque por dentro tenía el corazón en un puño.

-¿Para qué? -preguntó, claramente extrañado.

-No te lo puedo explicar por teléfono. Ven lo antes posible, es importante.

Cerré la llamada sin darle más detalles. No quería que se alarmara antes de tiempo, y menos sin haberlo comprobado todo.

Mientras esperaba a que llegaran, decidí aprovechar el tiempo para revisar las imágenes de la cámara que había colocado en la oficina de Simón. Me recordé a mí misma lo loca que había sido esa idea, haciéndome pasar por una chica del servicio de limpieza para instalarla sin levantar sospechas. Pero ahora, viendo lo que salía en la pantalla, me di cuenta de que había hecho bien.

Simón estaba en su despacho, revisando algo con mucha cautela. Me llamó la atención cómo se movía hasta un rincón de la habitación, cerca de un armario. Con una llave que sacó de su bolsillo, abrió lo que parecía ser una caja fuerte oculta, bastante grande a decir verdad. Dentro había un montón de dinero, organizado en fajos. Mi corazón empezó a latir con más fuerza. Simón cogió uno de los fajos, unos papeles y... una pistola. Eso sí que no me lo esperaba.

Observé cómo sacaba el móvil y hacía una llamada.

-Harvin, ¿tienes listo el cargamento? -dijo.

¿Cargamento de qué?, me pregunté, notando cómo una oleada de preocupación se apoderaba de mí. Esto ya no era solo cuestión de fraudes financieros, estaba claro que había algo mucho más peligroso en juego.

Cuando escuché el leve golpe en la puerta, supe que eran Eros y Alexander. Mi corazón dio un vuelco, pero intenté mantener la calma. Me levanté de mi escritorio y abrí la puerta. Eros entró primero, su expresión mostraba preocupación, mientras que su padre, Alexander, me dedicó una sonrisa cordial.

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