Capítulo 18

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La tarde pasaba lentamente mientras Jimin regresaba a esa aterradora rutina
Él en casa mientras Yoongi trabajaba
"arduamente" por el futuro que era para los dos.

Tomo la tasa de café recién preparada, tomo asiento en la encimera de la cocina y como tortura, los recuerdos los abordaron.

Flashbacks

El café de la universidad siempre había sido el refugio de Jimin. Entre las clases y el bullicio de los estudiantes que cruzaban los pasillos, ese rincón junto a la ventana le permitía desconectar y sumergirse en lo que más amaba: la poesía. Aquella tarde, mientras la suave luz del sol acariciaba las páginas de su libro, se encontraba absorto en los versos de Rilke, sus palabras bailando en su mente.

Le gustaba la soledad, ese espacio en el que podía perderse en sus pensamientos sin distracciones. Como estudiante destacado de Literatura, su pasión por la poesía lo había llevado a ser uno de los alumnos más prometedores en su clase. A menudo recibía elogios de sus profesores, pero él no se dejaba impresionar fácilmente. La poesía, para Jimin, era algo íntimo, una forma de entender el mundo y a sí mismo.

De repente, mientras sus ojos recorrían las palabras en la página, sintió una presencia a su alrededor. Era un sentimiento extraño, como si alguien lo estuviera observando. Levantó la vista, y allí estaba él. Un chico alto, con una mochila sobre un hombro, parado a unos metros de distancia. Parecía que había estado a punto de seguir caminando, pero algo lo había detenido. Jimin no pudo evitar sentir una chispa de curiosidad.

Sus ojos se encontraron brevemente. Aquel desconocido tenía una mirada seria, casi impenetrable, pero había algo en él que le llamaba la atención. Quizá era la intensidad con la que lo miraba o la aparente contradicción entre su apariencia desaliñada y su porte confiado. Jimin desvió la mirada de inmediato, incómodo ante la idea de que alguien pudiera haberlo pillado tan perdido en sus pensamientos.

Intentó volver a concentrarse en su libro, pero no pudo evitar pensar en aquel chico. No lo había visto antes, al menos no en sus clases. Parecía más del tipo de estudiante que se pasaba las horas en la biblioteca o en reuniones de negocios simuladas, lejos del arte o la poesía. Lo imaginó como un estudiante de administración o alguna carrera más pragmática, alguien ajeno al mundo de las metáforas y los versos.

Unos minutos después, mientras aún intentaba sacarse de la cabeza la fugaz mirada de ese chico, oyó que alguien arrastraba una silla cerca de él. Jimin levantó la vista una vez más, solo para encontrarse con el mismo desconocido, que ahora estaba sentado a una mesa cercana. El chico había sacado un cuaderno y comenzaba a escribir algo con rapidez. Parecía tan concentrado que Jimin no pudo evitar observarlo, intrigado por lo que estaba escribiendo con tanta pasión.

Había algo casi poético en la imagen: el contraste entre ambos, él, un amante de las palabras y el misterio del arte, y aquel chico, cuya apariencia le gritaba control y lógica. Sin embargo, en ese pequeño momento, Jimin se dio cuenta de que no podía dejar de mirarlo. Había una conexión, aunque no entendía por qué. Era como si, de alguna manera, sus caminos estuvieran destinados a cruzarse.

Los días pasaron, y para su sorpresa, Jimin comenzó a notar al chico en lugares donde antes nunca lo había visto. A veces lo veía en la cafetería, otras veces cruzando los pasillos, siempre con esa misma expresión de calma calculada. Pero lo más curioso era que cada vez que se cruzaban, sus miradas se encontraban por un breve segundo, como si ambos supieran que algo estaba por suceder, algo que aún no podían poner en palabras.

Fue en una de esas tardes, cuando el sol ya empezaba a teñir el cielo de tonos naranjas, que Jimin decidió hacer algo que no hacía a menudo: seguir su instinto. Después de notar una vez más al chico sentado en el café, esta vez con un libro en lugar de su cuaderno, se armó de valor y, antes de que pudiera arrepentirse, se levantó de su mesa y caminó hacia él.

—¿Qué estás leyendo? —preguntó, su voz suave pero clara.

El chico levantó la mirada, sorprendido al principio, pero luego una leve sonrisa curvó sus labios.

—Administración financiera —respondió él, como si fuera obvio, pero con un toque de humor en su tono.

Jimin no pudo evitar sonreír ante lo absurdo de la situación.

—Yo imaginé que eras más de números que de versos —dijo, señalando su propio libro de poesía sobre la mesa.

El chico dejó su libro de lado y extendió la mano.

—Min Yoongi —se presentó con una sonrisa sincera, que parecía poco habitual en él—. Y tú debes ser el estudiante de poesía que siempre está aquí.

—Park Jimin —respondió, estrechando su mano—. Y sí, ese soy yo.

Ese fue el primer momento en el que Jimin sintió que algo empezaba a cambiar. Aquel encuentro, por casual que fuera, no lo era.

TRUE  LOVE YOONMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora