/Ryoko/
—¿A dónde vas? —Preguntó mi hermano, mientras me veía ponerme los calcetines.
—Me voy a casa de un amigo a estudiar —respondí sin mirarle a la cara.
—No irás a la del sinvergüenza ese que me dejó con la palabra en la boca, ¿verdad?
—Verdad que sí. Y por cierto, sí me acompañó a casa. Lo que pasa es que le resultaste un "ser molesto".
—Tsk. Algo es algo...
Salí de casa y en quince minutos estaba allí. El camino era algo árido, seco, vacío y sin muchos artificios. No tenía nada que ver con mi barrio.
Llamé al timbre. Me abrió un chico muy alto, de cabello rubio algo más oscuro que el de Tsukishima.
A decir verdad... era bastante atractivo. Casi tanto como su hermano.
—Eres la amiga de Kei —asentí—. Al fin te conozco. Pasa, lo llamo ahora mismo.
"¿Que este chico tan guapo quería conocerme?"
Entré al salón de aquel hogar que ya me sabía de memoria. Me gustaba la decoración de aquella casa: las paredes de tonos beis, muebles de madera pintados de negro y lámparas, estanterías y mesas de centro de cristal. Las cortinas también ayudaban al ambiente, con sus tonos blancos, negros y gamas de color crema.
—Te dije a las cinco y media, no a las seis.
—Por media horita no pasa nada.
Tsukishima me hizo una señal desde la escalera para que ascendiera por ella hasta llegar a su cuarto.
Supuse que lo hizo de manera silenciosa para no invocar a su madre y nos entretuviese con su amor infinito.
No os voy a aburrir con lo que hicimos; estudiar, bromas tontas, estudiar más... Creo que si no fuese porque era un profesor muy testarudo no hubiese hecho nada en toda la tarde.
En una ocasión, se abrió la puerta de la habitación. Y no, no era su madre. Al parecer se había ido toda la tarde tras mi llegada.
Era su hermano. Con una sonrisa bondadosa, entró en el cuarto.
—¡Hey! ¿Cómo lo lleváis? —Dijo con buenas intenciones.
Sus ojos eran igual de preciosos que los de su hermano menor, aunque sus expresiones eran distintas.
—No te importa —se apresuró a decir el rubio. Bueno, Tsukishima... KEI.
Ahora no podía decirle ni Tsukishima, ni rubio, ni farola ni nada.
Curioso: al parecer, Kei odiaba a su hermano.
—A lo mejor no tengo por qué ayudarte a ti. También puedo ayudar a tu amiga si lo necesita. Por cierto, no nos has presentado...
—Soy Ryoko. Encantada.
—Akiteru. Un gusto conocerte —respondió sonriente.
Los carácteres de ambos hermanos eran imposibles de comparar.
—Bueno, ya puedes irte.
—Vamos, Kei...
—Tranquilo, estamos bien. Ya casi hemos terminado, ¿verdad, Kei? —Intervine para cortar la tensión del ambiente.
—Sí —dijo el rubio... ¡JODER! Kei.
Al final, terminamos viendo una peli cuando ya anochecía.
Estaban saliendo los créditos de la película, al mismo tiempo que ocurrieron dos cosas: se acabaron las patatas y se oyó entrar a la madre de Tsukki en casa.
—¡Hola, Kei! La que está cayendo... ¿Se ha ido tu amiga o sigue aquí?
Miré la hora en el ordenador de Kei, el cual marcaba las once y pico. Luego eché una ojeada al móvil, donde tenía tres llamadas perdidas de mi madre y diez de mi hermano.
El segundo me iba a cagar a palos.
—¡Ups! Se me ha hecho un poco tarde...
—Cierto —reconoció Kei, una vez estuvimos abajo.
—Pues yo no quiero que te vayas de mi casa a estas horas, con frío, oscuridad y lluvia... —Dijo su madre, un tanto preocupada—. ¿Y si te quedas aquí a dormir? Te puedo dejar un pijama.
—Le estaría muy agradecida, señora Tsukishima.
—¿Y a ti te parece bien, Kei? No has dicho nada al respecto...
/Kei/
No podía escuchar la conversación. Me era imposible. Solo podía pensar en una cosa.
Menos mal que esto es mi mente y nadie me está oyendo. Si no, adiós a mi dignidad. A TODO.
Estos días me estaban pasando unas cosas muy raras.
Cada vez que la miraba, se me iban los ojos... El corazón me estallaba de la fuerza con la que latía. Las manos me sudaban si me rozaba, y no podía soportar la mirada directa a sus ojos.
Llevaba ya muchos días intentando evadir ese pensamiento, ese sentimiento, intentando engañarme a mí mismo. No entendía qué me pasaba. Era raro, nunca había sentido algo así. No sabía decir que era, ni describirlo.
Y ahora pretendía quedarse a dormir... Esta noche no iba a poder pegar ojo. No le iba a decir que no, somos amigos. Sería raro decirle que no, y curiosamente aún no me había hecho nada.
—¿Hola? ¿Kei? —Me llamaba mi madre.
—Eh... Sí, claro, que se quede. Me da igual. Un momento —me excusé con intención de preparar la cama donde dormiría mi invitada.
—¿Hm? Oh, el pesado de mi hermano —llamó mi atención Ryoko, como siempre, contestando el teléfono—. Hola. Sigo en casa de Tsukishima. Por cierto, dile a mamá que me quedo a dormir. ¿Qué? Ni de co... —Miró a mi madre de reojo—. Ni de broma. No quiero que le vuelvas a meter en tus tonterías. ¿Qué? Puf, está bien. Pero como le digas una chorrada de las tuyas...
Se separó el teléfono de la oreja y me lo tendió.
—Toma, quiere hablar contigo de nuevo. Si te dice algo estúpido...
—Le cortaré —dije con media sonrisa.
Cogí el teléfono y me dirigí entonces al tontolaba de su hermanito.
—Hola de nuevo. ¿Qué quieres ahora?
—Escúchame, malnacido —su voz sonaba preocupada e irritada a la vez—. No sé cómo coño mi madre ha aceptado para que Ryoko se quede en tu casa, pero como mañana llegue con las piernas temblando, te juro que...
—¿A qué te refieres? —Mentí, un poco trastocado por la imagen que había brindado a mi cabeza.
¿Acaso me veía capaz de hacerle algo así?
—Déjate de juegos. Sabes a lo que me refiero —dijo aún más cabreado—. En fin. Como le hagas algo a mi hermana te juro que te mato, ¿está claro?
—Que sí, pesado...
—¡¿Cómo me has llamado...?! —Empezó a decir, pero... Le corté, de nuevo.
La satisfacción de hacer eso recorría mis venas cada vez que lo hacía. Le devolví el teléfono a su dueña, quién se reía también de lo mismo.
—¿Se lo has vuelto a hacer?
—Sí.
—Como te vea no sales vivo —rió.
—No me va a ver. Y si me ve, que se prepare.
Tras recoger su teléfono, subió las escaleras para darse una ducha. Mientras, llamé al servicio de comida a domicilio y encargué una pizza.
Su pizza favorita, para ser exactos.
Hay que ser buen anfitrión, ¿no?
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Estás loca ☆Tsukishima x tú☆
FanfictionSegún él estabas loca; así es como explicaba que no odiases su personalidad, que tantos problemas causaba a los demás. Pero ¿por qué ibas a estarlo? Pensabas que más bien eras tú el diablillo de la relación, mientras que Tsukishima era un ángel (aun...