Sombras y runas: el secreto de Aurora

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Alexander'

Alexander salió de la casa de Aurora sintiendo una alegría inusual en su pecho. Había dado un paso importante al conocer a los padres de su mate. El concepto de "mate" para los hombres lobo era sagrado: en el momento en que conocías a tu alma destinada, el vínculo se sellaba de manera inmediata, casi instintiva. Pero Aurora era humana, y reclamarla como suya de inmediato no era posible ni apropiado. Necesitaba tiempo y sutileza para acercarse a ella, para ganarse su confianza antes de poder confesar la verdad.

Mientras conducía de regreso a la manada, su mente divagaba, centrándose en el libro que Aurora había ido a buscar a la cabaña, el mismo que él había encontrado tiempo atrás. Recordó el día en que, junto con sus guardias, vigilaban las fronteras de la manada de *Lupis Magna*, la más antigua y respetada de todas las manadas de licántropos. Desde los tiempos de los primeros lobos, su manada había preservado no solo la fuerza de la raza, sino también los conocimientos más antiguos, aquellos que conectaban al mundo de los espíritus y la naturaleza con el linaje de los hombres lobo.

Ese día, en una cabaña vieja y casi olvidada en los límites del territorio, había encontrado el libro. Su cubierta gastada y sus páginas llenas de runas extrañas lo habían intrigado. Algunas palabras eran familiares, relacionadas con la magia ancestral de los lobos, pero muchas otras eran ajenas incluso para él. Alexander lo había guardado, consciente de su importancia, aunque en ese momento no sabía que pertenecía a Aurora ni la razón por la cual lo había dejado allí.

Su pensamiento se desvió hacia las luces que Aurora había emanado de sus manos mientras luchaba contra las sombras. Era imposible que eso fuera obra de una simple humana. Sin embargo, no importaba si no lo era. Lo que lo inquietaba no era su naturaleza, sino la incertidumbre de qué más podría ser ella. La fuerza que había mostrado en esa cabaña era algo que no había visto jamás en un humano.

Al llegar a *Lupis Magna*, fue recibido con el respeto habitual. Sus guardias inclinaban la cabeza al pasar, conscientes de la autoridad que Alexander imponía sin esfuerzo. Era un alfa digno de la historia y el linaje de su manada. Sin embargo, la calma exterior no reflejaba la tormenta de preguntas que lo atormentaba.

Llamó a sus betas, sus más leales consejeros, para tratar de resolver el misterio de Aurora. Sin embargo, ni siquiera ellos, con su vasta sabiduría, pudieron darle una respuesta clara. Desesperado por entender lo que estaba ocurriendo, Alexander decidió acudir a Xenia, la poderosa bruja del clan. Xenia era una aliada de la manada, pero también era alguien que manejaba secretos oscuros y antiguos, conocimientos que escapaban incluso a los hombres lobo más viejos.

Lo que Alexander no sabía era que Xenia ya había cruzado el camino de Aurora en su viaje con Aixa, cuando buscaba los materiales para la invocación del amuleto. Aunque su corazón sabía que Aurora no le mentía, no podía ignorar el misterio que la rodeaba. Era su deber protegerla, incluso si eso significaba desvelar los secretos que ella misma desconocía.

Alexander caminaba en silencio por el bosque, sus pasos firmes sobre la tierra húmeda. El viento susurraba entre los árboles, y a su alrededor, la naturaleza parecía contener el aliento, consciente de hacia dónde se dirigía. No era la primera vez que tomaba ese camino, pero cada vez que se adentraba más hacia el pantano, la sensación de inquietud crecía dentro de él.

Las sombras se alargaban a medida que avanzaba, hasta que el aire cambió, tornándose más denso y cargado de energía antigua. A lo lejos, entre la neblina que cubría el suelo, divisó la choza de Xenia, la bruja. La pequeña construcción parecía parte del paisaje, como si hubiera estado allí desde antes de que la manada se asentara en esos territorios. La casa estaba rodeada de plantas extrañas, cuyas hojas brillaban bajo la luz tenue. Animales que no eran propios de la región merodeaban cerca, pero no se atrevían a acercarse más allá de los límites del patio.

Alexander respiró hondo y se preparó para lo que estaba por venir. Sus recuerdos lo llevaron de nuevo a su último encuentro con Xenia. Había sido un desastre. Desesperado por encontrar a su luna, había acudido a ella con la esperanza de recibir respuestas claras, pero Xenia solo le dio palabras enrevesadas y acertijos. El enojo de Alexander había sido tal que había perdido el control, sujetando su cuello con fuerza hasta casi ahogarla. Pero la bruja no era una simple mortal; en un abrir y cerrar de ojos, lo había lanzado contra la pared con un hechizo. Aún recordaba la sensación de ser empujado por una fuerza invisible, su espalda chocando contra el suelo de la choza. Sabía que una pelea contra Xenia sería inútil, pero el rencor persistía.

Cuando entró en la choza, el ambiente dentro era denso, cargado de un olor a hierbas y magia antigua. Xenia lo esperaba, sentada en su rincón habitual, con una expresión de burla en su rostro. "Sabía que vendrías, Alexander," dijo, su voz suave pero cargada de sorna. "Siempre vuelves cuando estás en problemas."

Alexander apretó los dientes, intentando controlar su ira. "No estoy aquí para tus acertijos, Xenia. He encontrado a mi luna."

Xenia lo observó detenidamente, como si ya supiera todo lo que iba a decir. "Aurora..." murmuró, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. "Una mujer noble y bella, ciertamente. Pero también puede ser una mujer con mucho poder dentro , un lado que ni siquiera tú podrías comprender."

Alexander se tensó. "¿Qué sabes de ella?"

La bruja se levantó lentamente, acercándose a una de las extrañas plantas que colgaban del techo, jugueteando con una de sus flores. "Sé más de lo que tú podrías imaginar. Esa chica... Aurora... no es tan simple como parece. En su interior, hay una oscuridad que si se desata, nadie podrá detenerla."

Las palabras de Xenia cayeron pesadamente en la mente de Alexander. No podía aceptar que su mate, su Aurora, pudiera ser un peligro. "Ella es buena. Lo sé"

Xenia soltó una risa suave, como si la ingenuidad de Alexander la divirtiera. "Ah, la bondad y la oscuridad no siempre están separadas. Hay un equilibrio en todo. Aurora tiene un poder dentro de ella, un poder que, si no controla, puede desatar el caos. Y cuando lo haga..." Sus ojos se clavaron en los de Alexander. "Solo alguien podría detenerla. Y ese alguien estaría en grave peligro si se enfrenta a ella o intenta salvarla."

El corazón de Alexander latió con fuerza en su pecho. "¿Quién? ¿De qué estás hablando?"

La bruja sonrió, pero su expresión era sombría. "Ese alguien eres tú, Alexander. Pero si no tiene cuidado, salvarla podría costarte la vida y tu manada."

Un silencio profundo cayó entre ambos. La advertencia de Xenia resonaba en la mente de Alexander, y aunque no quería creerlo, una parte de él sabía que sus palabras contenían verdad. "Entonces, ¿qué debo hacer?" preguntó finalmente, con la voz baja pero firme.

Xenia dio la vuelta y se dirigió hacia una mesa cubierta de objetos extraños y frascos. "Aurora debe aprender a controlarse. Si no lo hace, el caos será inevitable. Tú puedes ayudarla, pero el camino no será fácil. Y, Alexander, si fallas... el precio será más alto de lo que te imaginas."

Alexander se quedó quieto, observando a la bruja mientras procesaba sus palabras. Sabía que su destino estaba entrelazado con el de Aurora de maneras que apenas comenzaba a comprender. Y si lo que Xenia decía era cierto, su papel en ese futuro sería más peligroso de lo que había anticipado.

Luna de AlmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora