Alexander llegó a casa de Aurora temprano, su presencia imponente siempre traía consigo un aire de tranquilidad, pero también de control. Al verla, le dedicó una pequeña sonrisa. Era un gesto casi imperceptible, pero lleno de significado para ella. Su conexión como mates era algo inquebrantable, algo que se sentía incluso en los silencios. Sin embargo, Aurora notaba la tensión en sus ojos, como si estuviera guardando algo que prefería no compartir en ese momento.
—¿Estás lista? —preguntó mientras le ofrecía la mano.
Aurora asintió, sabiendo que el día sería difícil, pero también sabiendo que, al final, Alexander estaría allí para ella. Subieron al coche y condujeron hacia la manada en un silencio que no era incómodo, sino cargado de pensamientos. Aurora, con la vista puesta en el paisaje, pensaba en cómo su vida había cambiado en tan poco tiempo: de la rutina diaria en la biblioteca de sus padres a ser parte de un mundo donde lo sobrenatural no solo existía, sino que ahora formaba parte de ella.
Llegaron a la manada y, al bajar del coche, Alexander la tomó por la cintura, con una protección casi instintiva, como si no quisiera que ella se separara de él. Ella lo entendía; el vínculo entre ellos crecía con cada día, y aunque él confiaba en sus habilidades, también era consciente de los peligros que acechaban.
La bruja los esperaba en el borde del bosque, con una expresión estoica y misteriosa, como si estuviera evaluando cada paso que daban. Sus ojos brillaban con un destello de sabiduría que solo una mujer que ha vivido cientos de años puede poseer.
—Alexander —dijo la bruja, inclinando levemente la cabeza en señal de respeto—. No puedes quedarte.
La reacción de Alexander fue inmediata. Su cuerpo se tensó, sus manos apretaron ligeramente la cintura de Aurora y sus ojos brillaron con un instinto protector. —No voy a dejarla sola —declaró, su voz baja pero firme, como una orden.
La bruja, sin inmutarse, simplemente lo miró con serenidad. —Aurora debe aprender sola. Si estás aquí, su poder jamás despertará. Tienes que confiar en ella.
Aurora sintió el conflicto interno de Alexander. Sabía lo mucho que odiaba dejarla en situaciones que no podía controlar. Se giró hacia él, con una sonrisa tranquilizadora.
—Voy a estar bien, Alexander. Confía en mí —le susurró mientras le acariciaba suavemente el rostro.
Él la miró durante unos segundos antes de asentir, aunque su ceño seguía fruncido. Besó su frente, dejándola ir con cierta reticencia. Alexander se dio media vuelta y desapareció en el bosque, aunque no sin lanzar una última mirada cautelosa a la bruja, como una advertencia silenciosa.
La bruja llevó a Aurora a un pequeño claro en medio del bosque, donde el suelo estaba cubierto de musgo suave y las ramas de los árboles parecían formar una cúpula natural sobre sus cabezas, protegiéndolas del sol. Allí, el aire era denso, cargado de energía antigua, y Aurora pudo sentir una ligera vibración bajo sus pies, como si la misma tierra estuviera esperando algo de ella.
—Empecemos —dijo la bruja, sin más preámbulos.
Primero, comenzaron con algo básico: ejercicios de respiración profunda. Aurora se sentó en el suelo, con las piernas cruzadas, mientras la bruja le indicaba que cerrara los ojos y tratara de conectar con la energía a su alrededor. "Siente el flujo del aire, el latido de la tierra, la vida en las hojas que te rodean", susurraba la bruja en un tono hipnótico. Aurora lo intentó, respirando lenta y profundamente, pero en lugar de encontrar paz, solo sentía el peso de la presión sobre sus hombros. Su mente no dejaba de divagar, y por más que lo intentaba, no lograba captar nada fuera de lo ordinario.
La bruja, sin embargo, no se dio por vencida. —Levántate —ordenó, haciendo un gesto con la mano. Aurora obedeció, y la bruja le tendió unas piedras antiguas, lisas y oscuras, que brillaban levemente bajo la luz que se filtraba entre los árboles.
—Estas piedras están imbuídas con energía mágica —explicó—. Úsalas para centrar tu poder.
Aurora sostuvo las piedras en sus manos, pero no sintió ninguna conexión especial con ellas. Trató de enfocarse, cerrar los ojos, sentir... pero todo lo que obtenía era frustración. La bruja la guiaba en distintos movimientos, pidiéndole que alineara su cuerpo y mente, que permitiera que la energía fluyera a través de ella. Pero por más que lo intentara, todo seguía igual. Intentaron durante horas, con distintas piedras, palabras mágicas y mantras, pero no había ningún destello de poder en Aurora.
—Estás bloqueada —dijo la bruja, finalmente, su voz cargada de impaciencia—. Esto no está funcionando.
Aurora suspiró, sintiendo que le fallaba a todos, especialmente a Alexander. El sol empezaba a descender, tiñendo el cielo de un rojo anaranjado, y su cuerpo ya estaba agotado. Las piernas le dolían, sus manos temblaban levemente por el esfuerzo, y su mente estaba nublada por la decepción.
—Necesito descansar... —murmuró Aurora, cayendo de nuevo en el suelo, sintiendo la suavidad del musgo bajo ella. Cerró los ojos, con la esperanza de poder recuperar algo de energía, pero su mente no dejaba de pensar en todo lo que había pasado.
Sabía que Alexander vendría pronto por ella, pero aún no se acostumbraba a moverse sola dentro de la manada. Era un mundo ajeno, y aunque intentaba adaptarse, sentía que no terminaba de encajar. Extrañaba la tranquilidad de la vida cotidiana, los días simples en la biblioteca de sus padres, las tardes de trabajo sin preocuparse por los poderes mágicos o los secretos sobrenaturales. Sabía que sus padres debían de estar sospechando que algo ocurría, con tantas ausencias y la manera en que ya no dedicaba tanto tiempo a su hogar.
De repente, Aurora sintió un cambio en el aire, una presencia familiar. Abrió los ojos y allí estaba él: Alexander, en su forma de lobo, emergiendo de entre los árboles con su pelaje oscuro brillando bajo la luz menguante. Era una figura imponente, pero a Aurora solo le inspiraba paz.
Al llegar frente a ella, se transformó de nuevo en humano, y sin decir una palabra, se acercó a ella y tomó su mano. El simple toque de Alexander envió una oleada de calidez por todo su cuerpo. Le besó la mano suavemente, como si ese simple gesto pudiera aliviar todo el cansancio del día.
—¿Cómo fue el entrenamiento? —preguntó Alexander, manteniendo sus ojos fijos en los de Aurora.
—Ha sido... difícil —respondió ella con sinceridad—. No hay avances. Estoy empezando a pensar que no hay nada que despertar en mí.
La bruja, que había permanecido en silencio, se acercó de nuevo, pero esta vez con una idea en mente. —Quizás hemos estado enfocándonos mal —dijo, cruzándose de brazos—. Tal vez tus poderes solo se manifiesten cuando sientas una verdadera amenaza... Y no hay mayor amenaza que la de perder a tu mate.
El corazón de Aurora se aceleró al escuchar esas palabras, pero antes de que pudiera decir algo, la bruja alzó una mano y lanzó un hechizo directo hacia Alexander. Un rayo oscuro salió disparado hacia él, envolviéndolo en una red de energía mágica. Alexander cayó al suelo, inmovilizado por el poder del hechizo, mientras sus ojos se llenaban de furia.
—¡No! —gritó Aurora, corriendo hacia él, pero la bruja la detuvo con un gesto.
—Si tus poderes están ahí, Aurora, ahora es el momento de que despierten...
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Luna de Almas
FantasyEn un rincón del mundo, cegado por la luz de la luna donde los susurros del viento parecen secretos "olvidados" se encuentra un pequeño pueblo; lleno de historias y demasiados misterios que podrían todavía seguir preservados muy en lo profundo; pero...