La bruja...

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El sol se deslizaba por el horizonte, tiñendo el cielo de tonos naranja y rosa mientras Aurora y Alexander regresaban a la casa. La felicidad brillaba en los ojos de Aurora, pero había una sombra de preocupación que no podía ocultar. Alexander, siempre atento, notó el cambio en su energía.

—¿Estás bien? —preguntó con suavidad, su voz envolviéndola como un abrigo cálido.

Aurora forzó una sonrisa, tratando de disipar las dudas que la asediaban. —Sí, solo estoy un poco cansada.

—No me engañas, Aurora. —Su tono era firme pero cariñoso—. ¿Qué sucede?

Después de un momento de titubeo, Aurora finalmente cedió. —La manada es hermosa. Me sentí bienvenida, pero... —su voz se apagó, como si las palabras pesaran demasiado.

—Pero... —inquirió Alexander, alentándola a continuar.

Ella suspiró, buscando las palabras adecuadas. —Me preocupan las sombras. Y también los destellos que salieron de mis manos en la cabaña cuando me protegi de ellas.No entiendo lo que está sucediendo conmigo.Se que hay algo en mi que no me hace humana.

La expresión de Alexander se tornó seria. Era evidente que esas palabras la inquietaban, y él no podía ignorar el eco de su preocupación. —Aurora, quiero que sepas que lo que sientes es importante. No estás sola en esto.

Aurora lo miró, sintiendo la calidez de su apoyo. Pero aún así, una parte de ella temía lo desconocido. Sin darle tiempo para reflexionar, Alexander tomó su mano con firmeza.

—En lugar de regresar a casa, vamos a ver a la bruja de la manada. Ella podrá ayudarte a entender lo que está sucediendo contigo.

Aurora frunció el ceño, sintiéndose insegura. —¿La bruja? ¿De verdad existen otros seres mágicos?

—Sí, te sorprenderias ... —afirmó Alexander, con un brillo de determinación en sus ojos—. Ella tiene conocimientos que pueden responder a tus preguntas sobre los destellos y las sombras. Es la bruja mas antigua de nuestra manada.

A pesar de sus dudas, Aurora asintió. La confianza que tenía en Alexander le daba valor, y la idea de entender lo que estaba ocurriendo en su interior la impulsó a seguir adelante. Juntos, se encaminaron hacia la casa de la bruja, un lugar que Aurora imaginaba lleno de misterio y magia.

El sendero que los llevó a la cabaña de la bruja estaba en un pantano, rodeado de arboles y naturaleza. Mientras caminaban, Aurora se permitió disfrutar de la belleza del entorno, dejando que la luz del sol filtrada por las hojas la envolviera. Pero su mente seguía agitada por preguntas sin respuesta.

Finalmente, llegaron a la cabaña, una construcción sencilla pero bonita a la vista de Aurora.La puerta estaba entreabierta, como si invitaran a los visitantes a entrar.

—¿Lista?—preguntó Alexander, mirando a Aurora con una mezcla de seguridad y ternura.

Ella asintió, sintiendo que había tomado la decisión correcta. Entraron, y el aroma de hierbas secas y aceites esenciales los envolvió.

Aurora avanzó lentamente dentro de la cabaña, pero sus pasos se detuvieron abruptamente cuando vio a la mujer que los recibía. Sus ojos brillaban bajo la luz tenue de las velas que iluminaban el lugar, y una sonrisa cálida, pero cargada de misterio, se dibujaba en su rostro. A pesar de lo imponente que resultaba su presencia, había algo más que inquietaba a Aurora: una sensación de familiaridad, como si ya conociera a esa mujer de alguna parte.

La bruja no dijo una palabra al ver la confusión de Aurora, simplemente sonreía, con una mirada que parecía traspasar el tiempo y el espacio. Entonces, Aurora lo comprendió. Un recuerdo resurgió en su mente: la tienda pequeña y acogedora donde había comprado los utensilios para el ritual del amuleto con su amiga Aixa. Esa misma mujer había estado detrás del mostrador, ofreciéndoles lo que necesitaban sin hacer preguntas, como si ya supiera quién era ella, como si aquel encuentro hubiera sido predestinado.

Luna de AlmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora