Dolor...

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El sol se había ocultado, dejando tras de sí un cielo oscuro salpicado de estrellas distantes. El claro en el que momentos antes se había librado una batalla feroz ahora era una escena desoladora, teñida de muerte y dolor. La tierra estaba cubierta de sangre, y el aire olía a carne quemada y descomposición. Aurora, de pie en el centro del desastre, miraba con horror el paisaje que se extendía ante ella. Había logrado derrotar a las sombras, pero el precio que se había pagado era insoportablemente alto.

Los cuerpos de los lobos caídos yacían por todas partes. Algunos habían vuelto a su forma humana en la muerte, sus rostros congelados en muecas de terror y dolor. Otros permanecían en su forma de lobo, sus pelajes empapados de sangre, las garras aún extendidas como si hubieran intentado en vano defenderse de las sombras. El silencio era roto solo por los gemidos de los heridos y los sollozos desgarradores de aquellos que habían perdido a sus seres queridos.

Aurora caminó entre los cuerpos, sintiendo cada paso como una carga insoportable. Sus ojos recorrieron el claro, buscando cualquier señal de vida entre los que habían caído. Algunos lobos seguían respirando, aunque apenas. Otros, sin embargo, habían sido arrebatados de sus almas por las sombras, yaciendo en el suelo como un cuerpo flaco sin alma por haber.

Cora, agotada y cubierta de heridas, estaba arrodillada junto al cuerpo sin vida de uno de los lobos más jóvenes de la manada. Era un niño, no mayor de diez años, cuyo pequeño cuerpo había sido brutalmente destrozado por las sombras. Su pelaje, que alguna vez fue suave y brillante, ahora estaba con un color grisáceo y sin alma.Los ojos de Cora estaban fijos en él, su expresión era una mezcla de furia, dolor y culpa. Aurora sintió una punzada en su corazón. No había hechizo que pudiera revertir lo que había ocurrido.

Cora se levantó lentamente, sus piernas tambaleándose bajo el peso de la fatiga y la pérdida. Se acercó a Aurora, su rostro endurecido por la batalla, pero su voz temblaba cuando habló.

—No... no hemos ganado —dijo, su voz ronca—. No cuando hemos perdido tanto. Míralos, Aurora. Niños... ¡niños muertos! Esto no puede ser una victoria.

Aurora no podía responder. Su garganta se cerró, y sus manos temblaban. Había sido testigo de la brutalidad de las sombras, pero la muerte de los más jóvenes, los inocentes, la golpeaba con una fuerza que no había anticipado. Sabía que había hecho todo lo posible, había luchado con cada fibra de su ser, pero las sombras no habían tenido piedad.

Los betas de la manada, aquellos que habían sobrevivido, intentaban organizar a los heridos, llevándolos a un refugio improvisado al borde del claro. Pero la devastación era inmensa, y el dolor, palpable. Los aullidos de agonía y tristeza llenaban el aire, como un lamento que resonaba en lo más profundo del bosque.

Aurora, sintiendo que su magia aún latía dentro de ella, se arrodilló junto a uno de los heridos, un lobo de edad avanzada que había recibido un golpe mortal. Sus ojos se encontraban vidriosos, su respiración entrecortada. Sin saber qué más hacer, Aurora intentó usar su poder de sanación, pero sabía que era inútil. Las heridas que las sombras habían dejado eran profundas, no solo físicas, sino espirituales. Algunas vidas simplemente no podían salvarse.

—Lo siento... —susurró Aurora, sus palabras ahogadas por el nudo en su garganta.

La figura del sub alfa, uno de los líderes secundarios de la manada, emergió de entre los árboles. Estaba gravemente herido, su brazo colgaba a un lado, roto, y tenía profundas marcas negras. Aún así, su voz era firme cuando comenzó a hablar.

—Debemos evacuar a los que quedan. No sabemos si las sombras volverán... no podemos quedarnos aquí.

Aurora asintió, sabiendo que tenía razón, pero la impotencia la consumía. Su poder, tan fuerte durante la batalla, ahora se sentía insignificante frente a la pérdida masiva. No había forma de devolver la vida a los que se habían ido, y la culpa la invadía. Aunque había luchado con todo lo que tenía, no había podido proteger a todos.

Luna de AlmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora