Olvidada?

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Aurora despertó con el corazón apesadumbrado. La noche anterior no había logrado conciliar el sueño, dándole vueltas a las mismas preguntas: ¿por qué Alexander no la había contactado? Habían pasado días, tal vez semanas, desde su última interacción, y el vacío de su ausencia se sentía más profundo con cada momento. El día amanecía, y ella no podía sacudirse la sensación de que había sido olvidada.

Sentada en la cama, mirando hacia la ventana, se sentía tonta. Tonta por haber creído que su vínculo como mates significaba algo. Para Alexander, tal vez solo era una carga más, una misión que cumplir. Él, con sus responsabilidades como alfa, probablemente ya habría pasado página, ocupándose de asuntos mucho más importantes que una humana que apenas podía controlar sus poderes. Había sido ingenua al pensar que un hombre como él podría estar interesado en ella de verdad.

"¿Cómo pude ser tan estúpida?", murmuró mientras se levantaba. Cada paso que daba hacia el espejo parecía hundirla más en sus pensamientos. Se vio reflejada: una chica joven, sola, con demasiados sueños rotos. Durante un tiempo, había imaginado que tal vez su relación con Alexander sería diferente, que compartir un vínculo tan fuerte podría sobrepasar cualquier obstáculo. Pero ahora, todo se sentía como una ilusión lejana.

Mientras intentaba arreglarse el cabello y lavarse la cara, recordó los momentos en que habían estado juntos. La fuerza en su mirada, su presencia dominante, pero también los momentos de suavidad que habían compartido, como cuando sus ojos se encontraron por primera vez y sintió esa conexión profunda. Ahora, parecía como si todo eso hubiera sido un simple espejismo, algo que Alexander fácilmente había dejado atrás. Su promesa de estar siempre a su lado se desvanecía como humo.

Sin embargo, lo que Aurora no sabía era que Alexander no la había olvidado, ni mucho menos. Desde el día en que ella había sido enviada a la manada del sur para aprender a dominar sus poderes, él había sido apartado por completo. El consejo había tomado una decisión implacable: prohibirle cualquier tipo de contacto con Aurora. Era su manera de asegurarse de que ella se concentrara plenamente en su entrenamiento, sin la distracción de sus emociones o del vínculo que compartían.

Alexander no solo tenía prohibido visitarla, sino que cualquier intento de comunicación, ya fuera por medio de cartas, mensajes o incluso conexiones mentales entre mates, había sido bloqueado por los poderes del consejo. El acuerdo era claro: él no podría acercarse a ella hasta que demostrara un control total sobre sus habilidades. Solo entonces, cuando Aurora estuviera lista, él podría recibirla de nuevo en su manada.

A pesar de su frustración y desesperación por verla, Alexander había aceptado las reglas, aunque no sin dolor. Cada día se enfrentaba a una lucha interna, queriendo romper las barreras y correr a su lado, pero sabiendo que lo mejor para ella era cumplir con el entrenamiento. Solo cuando fuera capaz de manejar sus poderes con maestría podría regresar. Su ausencia no era un descuido ni un rechazo, sino un sacrificio impuesto por la seguridad de Aurora misma.

Mientras tanto, Aurora continuaba con su rutina, entrenando junto a Cora y la bruja de la manada, pero su motivación comenzaba a desvanecerse. A pesar de que su progreso era notable, la soledad pesaba demasiado. Sentía que, por mucho que se esforzara, nunca sería suficiente. Incluso había comenzado a cuestionar si valía la pena seguir intentándolo.

Durante uno de los entrenamientos, mientras intentaba concentrarse en canalizar la energía que la bruja le enseñaba a controlar, Aurora fue incapaz de sostener el hechizo. La energía se dispersó en el aire, perdiendo su forma. Cayó de rodillas, agotada, con los ojos llenos de lágrimas.

"¿Por qué estoy haciendo esto?", murmuró para sí misma. "¿Para qué? No significa nada si al final... si al final no soy suficiente para él."

Cora, observándola desde la distancia, no dijo nada. Sabía que las emociones de Aurora estaban interfiriendo con su entrenamiento, pero también sabía que cualquier palabra de consuelo sería inútil en ese momento. Aurora necesitaba enfrentar ese dolor por su cuenta.

Al caer la tarde, mientras el sol descendía en el horizonte, Aurora se encontró sola en los límites del territorio de la manada. Las sombras del bosque la envolvían mientras se sentaba sobre una roca, mirando al cielo. Por primera vez, permitió que las lágrimas corrieran libres por su rostro, sin contenerse. Se sentía tan pequeña, tan insignificante.

"Me equivoqué", susurró entre sollozos. "Pensé que a alguien como él le importaría una humana como yo. Pero estaba equivocada..."

Lo que Aurora no podía ver era que, en ese mismo momento, Alexander estaba sentado en su despacho, con los ojos cerrados, luchando por mantener la calma. Quería verla, sentirla, asegurarle que no la había abandonado. Pero hasta que el consejo levantara la prohibición, solo le quedaba la espera...

Luna de AlmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora