Secreto olvidado del Alpha

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Alexander no podía conciliar el sueño. La inquietud lo asfixiaba y, por más que intentaba encontrar una posición cómoda en su cama, los pensamientos sobre Aurora lo acosaban sin tregua. ¿Cómo era posible que ella, una simple humana, hubiera desatado un poder tan inmenso? Nada en sus padres sugería que ellos fuesen otra cosa que personas normales. No había detectado ningún rastro sobrenatural en su hogar, ni en su sangre, ni en su linaje. Y, sin embargo, Aurora era diferente. No olía como los humanos que había conocido a lo largo de sus 200 años de vida, pero tampoco desprendía ningún rastro de magia hasta que estuvo en peligro. Quizás su poder solo despertaba en esos momentos críticos.

El hecho de no tener respuestas lo estaba volviendo loco. Se revolvió en la cama una vez más, incapaz de ignorar la sensación de urgencia. Finalmente, aceptó la derrota. No podía quedarse allí, perdido en su angustia. Se levantó, vistió una camiseta negra y unos pantalones de pijama, y salió de su dormitorio hacia su oficina privada, un espacio al que solo él tenía acceso.

Pasó por la puerta de seguridad que llevaba a su santuario de documentos confidenciales. Solo él conocía el código para entrar. La oficina estaba repleta de papeles importantes, archivos de la manada y antigüedades que habían pertenecido a sus ancestros. Pero su atención no estaba en los documentos habituales. Su objetivo era el libro.

Se sentó en su escritorio de madera oscura, la luz de una pequeña lámpara apenas iluminaba las paredes cargadas de historia. Colocó el libro frente a él y lo abrió con cuidado, sus dedos rozando la gastada cubierta de cuero y las runas inscritas en las primeras páginas. Esos símbolos, tan antiguos como el linaje de su propia manada, eran familiares solo en parte. Algunos de los caracteres hablaban de magia lupina, hechizos que su gente había utilizado durante siglos. Pero otras inscripciones... eran ajenas incluso para él, el alfa de una de las manadas más antiguas.

Frunció el ceño mientras recorría las páginas, incapaz de descifrar el verdadero significado de los textos más oscuros. ¿Qué había en este libro que Aurora no debía ver? Sabía que guardaba secretos peligrosos, hechizos que un humano no debía intentar comprender. Lo que menos deseaba era exponerla a ese conocimiento antes de que estuviera preparada, si alguna vez lo estaría.

De repente, una palabra en particular captó su atención. Un término antiguo que casi parecía susurrar desde las páginas, retorcido y sombrío. Aunque no podía entenderlo completamente, su instinto le decía que aquello no presagiaba nada bueno. Si Aurora llegaba a leer esos conjuros, el peligro sería enorme.

Decidido a encontrar respuestas, se reclinó en su silla de cuero y suspiró profundamente. No podía hacer esto solo. Necesitaba la ayuda de alguien con más experiencia, alguien que pudiera leer esos textos antiguos y desvelar su verdadero significado. Inmediatamente, pensó en uno de los lobos más viejos de la manada, Tiberius.

Tiberius no era solo un antiguo consejero, sino también el lobo que había sido el mejor amigo de sus padres antes de su trágica muerte a manos de las sombras malignas que asolaban el territorio en ese entonces. Tras perder a sus padres, Alexander había estado sumido en la oscuridad, incapaz de aceptar su destino como alfa. Tiberius lo había ayudado a salir de ese abismo, guiándolo y entrenándolo para ser el líder que era ahora. Siempre había confiado en él, y si alguien podía descifrar lo que el libro decía, era Tiberius.

Decidió contactarlo al amanecer. Traería a Tiberius a su oficina, donde juntos podrían investigar más a fondo el misterio que rodeaba a Aurora y el libro. Alexander sabía que su antiguo amigo tendría respuestas, o al menos, el conocimiento suficiente para orientarlo.

Al amanecer siguiente, Alexander, intranquilo por lo que había leído en el antiguo libro, decidió contactar a **Tiberius**, el lobo más antiguo y sabio de la manada. Este hombre había sido cercano a sus padres antes de que murieran trágicamente y había ayudado a Alexander a convertirse en el alfa que era hoy. Sabía que, si alguien podía interpretar los símbolos y textos extraños del libro, era él.

Tiberius llegó a la oficina de Alexander al mediodía, tras recibir la urgente llamada. La oficina de Alexander, una sala privada y segura, guardaba documentos importantes y secretos de la manada, y el libro estaba ahora entre ellos, esperando ser descifrado.

—¿Qué es esto que te preocupa tanto, Alexander? —preguntó Tiberius, mientras tomaba asiento frente a su alfa.

Alexander le mostró el libro. —Este texto... No puedo entenderlo. Es algo más antiguo de lo que jamás he visto, y siento que su contenido tiene que ver con Aurora. Necesito saber qué significa.

Tiberius examinó el libro durante varios minutos. Sus ojos se entrecerraron al recorrer las runas y los extraños símbolos que cubrían las páginas. Finalmente, con una profunda exhalación, dijo:

—Este libro relata una historia que ha sido olvidada por la mayoría, pero que es de suma importancia. Se habla de una mujer con poderes inimaginables, una figura que podría estar relacionada con lo que estás enfrentando.

—¿Qué mujer? —preguntó Alexander, adelantándose en su asiento.

Tiberius comenzó a leer el texto, traduciéndolo lentamente:

—Hace miles de años, existió una mujer llamada **Eliara**, cuyo poder iba más allá de lo que cualquier ser sobrenatural podría comprender. Sus habilidades eran codiciadas por muchos líderes de clanes antiguos, quienes, temerosos de su fuerza, decidieron capturarla para intentar apropiarse de su poder. La sometieron a todo tipo de torturas y crueldades, buscando despojarla de su magia. Sin embargo, no lograron doblegarla.

Alexander permanecía en silencio, absorbido por cada palabra.

—Cuando logró liberarse —continuó Tiberius—, Eliara desató su ira en todo el mundo. Su rabia y desesperación se transformaron en una fuerza oscura, que afectó a los líderes de las manadas que la habían traicionado. Esa energía perversa empezó a perseguir a los alfas, buscando destruirlos, comenzando por lo que más valoraban: sus parejas. Si un alfa y su pareja eran separados, ya fuera por muerte o traición, la manada se debilitaba rápidamente. Y así, lentamente, las fuerzas que protegían a las manadas comenzaron a desaparecer.

Alexander se inclinó hacia adelante, incrédulo. —¿Eliara creó esta maldición?

Tiberius asintió. —Ella buscaba venganza. No solo contra los líderes que la torturaron, sino contra todos los que se interponían en su camino. Quería ver cómo las manadas se desmoronaban desde adentro, cómo la desesperación y la pérdida las destruían. Las parejas de los alfas, cuando morían, llevaban consigo toda la vitalidad de la manada. Sin fertilidad ni esperanza, las manadas se desvanecían con el tiempo.

La garganta de Alexander se tensó al escuchar esas palabras. —¿Qué tiene esto que ver con Aurora? —preguntó, temiendo la respuesta.

Tiberius lo miró con gravedad. —El poder que ella desató en el bosque... Hay similitudes con lo que Eliara fue capaz de hacer. No estoy diciendo que Aurora sea como ella, pero podría haber una conexión más profunda con esa energía. Si Aurora no aprende a controlar su poder, podría atraer no solo a las fuerzas que destruyeron a Eliara, sino también a lo que ella dejó atrás.

Un silencio pesado cayó en la sala. Alexander intentaba asimilar lo que significaba proteger a Aurora en este contexto. No solo era su responsabilidad como alfa, sino también un vínculo personal, un lazo inquebrantable. Y ahora, sabía que enfrentaba un peligro mucho más antiguo y oscuro de lo que había imaginado.

—Debemos prepararnos —dijo Tiberius finalmente, levantándose de su asiento—. Si esta antigua historia se repite, las consecuencias podrían ser devastadoras. No solo para ti y Aurora, sino para todas las manadas.Debes enseñarle a que ella pueda controlar su poder, y el que el poder no la controle a ella.

Luna de AlmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora