Capítulo 28

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Narra Adriá

La sala del consejo estaba fría, pero el aire no era lo que me helaba los huesos. Era la mirada de los ancianos. Los jueces del reino, los guardianes de la tradición, aquellos cuyas palabras llevaban el peso de siglos de poder. Había escuchado susurros durante días, pero nunca imaginé que este momento llegaría tan pronto.

Estaba de pie al lado de mi padre, el rey, quien se mantenía firme y sereno, como siempre. Su presencia era inquebrantable, una roca en medio del torbellino que ahora se desataba en la corte. Frente a nosotros, los ancianos, con sus túnicas oscuras, que solo utilizaban cuando es algo de vida o muerte, y ojos llenos de juicio, aguardaban. Pero no todos. Algunos de ellos no se atrevían a mirarme directamente, y eso me inquietaba aún más.

Mi hermano, el príncipe Yeiden, estaba a mi derecha, callado. Lo conocía demasiado bien. Siento pena por el momento tan incomodo que está viviendo. Sé que no había sido idea suya. La ambición nunca ha sido parte de su carácter. Él no deseaba el trono, y, sin embargo, allí estaba, a punto de ser lanzado a la primera línea de una batalla política que ni siquiera comprendía del todo. Por la diosa tan solo tiene diecisiete años.

—Majestad —la voz del principal anciano Mauro Bertín rompió el silencio, resonando en la sala como un eco de autoridad—, estamos aquí para tratar un asunto que concierne al futuro de este reino. Después de mucha deliberación, algunos entre nosotros hemos llegado a la conclusión de que, por el bien del reino y su estabilidad, debería reconsiderarse la sucesión al trono.

El latido en mis oídos se intensificó. Sabía lo que estaba por venir, pero aún así, las palabras golpearon con fuerza.

—Creemos —continuó Mauro, su tono solemne— que sería más prudente que el príncipe Yeiden, el hijo menor, fuera declarado el próximo heredero. Él ha mostrado el temple y la sabiduría necesarias para guiar este reino en tiempos tan inciertos.

Mi corazón se detuvo por un segundo. Todo lo que habíamos temido. Todo lo que mi esposo, mi padre y yo habíamos pensado en silencio, en la oscuridad, se estaba materializando.

Miré a mi padre, pero él no reaccionó. Mantuvo su compostura, como si esta reunión no lo sorprendiera. Sabía que él estaba al tanto, que esto era parte del plan, pero en ese momento sentí una soledad indescriptible. Mi matrimonio repentino y secreto en su momento con Dareck había sido la chispa que había encendido los rumores. Y aunque la mayoría creía que la corte estaba en crisis por nuestra unión, solo unos pocos sabían que todo era una fachada.

Sabía que este movimiento era parte de algo más grande, pero el peso de escuchar cómo los ancianos exigían que se me arrebatara el derecho de suceder a mi padre me dejó sin aliento. Puesto que fueron los mismos que propusieron que presentáramos a Dareck ante el pueblo, que eso los aplacaría al enterarse de nuestros labios sobre la noticia.

—¿Y qué tiene mi hija de inadecuado para no ser la próxima reina? —La voz de mi padre sonó dura, pero sabía que era parte de su actuación, según me había comentado mi esposo. Había que jugar este juego con precisión. No podíamos dejar que sospecharan que estábamos en control.

Bruno levantó una mano, intentando parecer conciliador, aunque no podía disimular el destello de triunfo en sus ojos.

—No se trata de inadecuación, Su Majestad. Pero... hay inquietudes en la corte sobre la estabilidad. El pueblo necesita ver unidad, fuerza, y, con respeto, el matrimonio intempestivo de la princesa ha causado divisiones. El príncipe Yeiden, siendo soltero y sin escándalos, es visto por muchos como la opción más estable. Además, de ser su único hijo varón.

Las palabras me cortaron como un cuchillo. "División", "escándalos" "Varón". Es decir, ¿qué por ser mujer no tengo lo que se necesita? Todo lo que Don, nuestro verdadero enemigo, había querido sembrar desde el principio. Los murmullos sobre mi matrimonio con Dareck, los cuestionamientos sobre mi capacidad de gobernar. Sabía que todo era una trampa, un plan para hacer que mis enemigos se mostraran y revelar sus verdaderas intenciones. Pero ahora, estar en medio de esta tormenta me hacía dudar por un instante.

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