Narra Adriá
Habían pasado días desde la muerte de mi padre, pero todo seguía siendo un torbellino de emociones imposibles de manejar. No pudimos despedirnos de él, ni siquiera ver su cuerpo por última vez. Don se aseguró de eso. Envió a dos de sus hombres más leales para eliminar cualquier prueba, cualquier rastro que pudiera delatar lo que realmente sucedió. Mi padre desapareció sin dejar rastro, como si nunca hubiera existido. Solo quedaba el vacío que dejó, y un dolor que consumía lentamente a mi madre, mi hermano y a mí.
El castillo estaba en constante movimiento. Preparaban mi coronación. Un evento que debería haber sido motivo de celebración, de orgullo, pero que ahora era una farsa, una sombra de lo que debería haber sido. Pero todo es orquestado para después, arrebatarme el poder o tenerme como títere hasta que logre que lo acepten por completo. Y mientras se organizaba mi ascenso al trono, Don preparaba su propio matrimonio con mi madre. Esa monstruosidad se acercaba cada vez más, y mi madre, destrozada por la muerte de mi padre, no tenía fuerzas para resistirse. Se la veía vacía, casi un fantasma, obligada a casarse con el hombre que había destruido todo.
—Es por el bien del reino —me repetía constantemente, como si esas palabras tuvieran algún sentido para ella. Pero no era por el reino. Era por Don y su ambición desmedida. Estaba tomando todo: el trono, a mi madre, nuestras vidas.
Mientras todo eso sucedía en la superficie, yo tramaba en las sombras.
Una noche, mientras la luna bañaba las torres del castillo, Joa, el mejor ejecutor y leal a mi padre, encontró la manera de hablar conmigo en secreto. Había estado oculto, esperando el momento adecuado para acercarse a mí. Nadie sospechaba de su presencia, ni siquiera Don, que lo creía muerto o exiliado. Joa tenía un plan, uno que podría acabar con Don y sus secuaces de una vez por todas. Él sabia quienes eran aun leales de mi padre, y no todo estaba perdido. Se había escondido muy bien, junto con su familia.
Nos encontramos en una de las salas abandonadas del castillo, lejos de los oídos curiosos. Joa se movía con la precisión y el sigilo de siempre, sus ojos atentos y calculadores.
—No podemos seguir permitiendo que esto continúe, Adriá —me dijo en voz baja, mientras me entregaba un mapa detallado de las rutas de escape y las guaridas secretas de los hombres de Don—. Sabes lo que está en juego. Tu madre, tu reino... tu libertad. Pero necesitamos actuar rápido, antes de que Don asegure completamente su control.
Me explicó su plan: atacar los puntos clave donde Don almacenaba sus armas, desmantelar sus redes de información y, finalmente, atraparlo en su propia red de traiciones. Era peligroso, pero era la única oportunidad que teníamos. Sabía que Joa estaba dispuesto a morir por esta causa, como lo había estado por mi padre.
—¿Confías en mí? —preguntó finalmente, su mirada fija en la mía.
Lo hice. Sabía que Joa era el único aliado verdadero que me quedaba. Asentí con determinación.
—Lo haremos —respondí—. Sea como sea, lo haremos.
Pero justo cuando comenzábamos a trazar los detalles, la puerta se abrió con violencia. Dareck estaba allí, su rostro lleno de furia. Nos había encontrado.
—¡¿Qué estás haciendo, Adriá?! —gritó, su voz llena de rabia e incredulidad—. ¿Te alías con él ahora? ¿Después de todo lo que ha pasado?
Me quedé paralizada por un momento, el choque de su presencia y sus palabras resonando en mi mente. Joa, por su parte, se mantuvo firme, preparado para cualquier cosa. Sabía que Dareck era peligroso, pero no se dejaría intimidar.
—No es lo que piensas, Dareck —empecé a decir, pero la furia en sus ojos lo cegaba.
—¿No es lo que pienso? —repitió con amargura—. Estás conspirando para matarlo, para empezar una guerra. No puedo dejar que hagas esto. Que arruines todo el plan.
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El legado
Fantasy- ¡Te amo Adriá! Dame una oportunidad de ser más que tu amigo. ¡El dilema de mi vida! Tan solo hace unos días deseaba escuchar esta proposición, cuando era libre para tomar la decisión afirmativa que quería darle, pero ya es tarde. ¿Por qué ahora qu...