Capítulo 39

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Narra Adriá

Cuando decidí hablar con mi padre, sentí una mezcla de emociones tan intensas que apenas podía pensar con claridad. La herida que me había causado descubrir su papel en todo esto seguía abierta, latiendo en mi pecho como un recordatorio constante de su traición. Pero también había algo más, una necesidad de entender por qué lo había hecho, y, sobre todo, de dejarle claro que ya no iba a permitir que me tratara como una niña que no podía manejar la verdad.

Caminé por los pasillos hasta su despacho, un lugar que siempre había tenido una presencia imponente para mí. De niña, solía venir aquí a buscar consuelo o respuestas cuando las cosas me confundían. Hoy, la situación era diferente. No venía a buscar respuestas, venía a exigirlas.

Toqué la puerta con firmeza y, sin esperar respuesta, entré. Mi padre estaba sentado detrás de su gran escritorio de madera, con la cabeza inclinada hacia unos papeles. Parecía absorto en su trabajo, pero cuando sintió mi presencia, levantó la mirada. No pude descifrar de inmediato qué emoción cruzó su rostro, pero sabía que no era sorpresa. Seguro esperaba este momento.

—Adriá —dijo con su voz grave, aunque noté un matiz de cautela en su tono—. Sabía que vendrías.

—Claro que vendría —le respondí, cruzando los brazos frente a mí—. Después de lo que descubrí, lo mínimo que podías esperar es que quisiera hablar contigo.

Me acerqué lentamente, manteniéndome de pie frente a su escritorio, sin sentarme. No iba a suavizar este encuentro con la comodidad de una conversación casual.

—Todo fue por tu bien —dijo, como si esas palabras fueran suficientes para justificar todo.

Lo miré fijamente, intentando controlar la rabia que burbujeaba en mi interior. Sus palabras me irritaban, pero no iba a dejar que me dominara la emoción antes de decir lo que necesitaba.

—¿Por mi bien? —repetí con incredulidad—. ¿Jugar con mis emociones, hacerme dudar de todo lo que creía y de las personas que amo? ¿Eso lo hiciste por mi bien, padre?

Él suspiró profundamente, apoyando las manos en el escritorio, pero no se levantó. Su mirada me analizaba, como si estuviera midiendo cada una de mis palabras antes de decidir cómo responder.

—La situación era más complicada de lo que crees, Adriá —empezó a decir con esa voz calmada que siempre usaba cuando creía tener el control—. Teníamos que asegurarnos de que nadie pudiera sospechar nada. Sabías que estabas en peligro, pero no podíamos arriesgarnos a que mostraras algún indicio de que conocías el plan. Tus reacciones, tus emociones... todo tenía que ser real.

—¡Y lo fueron! —interrumpí, mi voz temblando por la rabia contenida—. ¿Pero a qué costo? ¡Me hiciste dudar de Dareck! Me hiciste sentir que no podía confiar ni en él ni en ti. Pensé que él había cruzado una línea terrible. ¡Todo por la maldita estrategia! ¿Acaso crees que lo único que importa es que tu plan funcionara? ¿Y mis emociones? ¿Mi confianza? ¿El sufrimiento de mi madre?

Sus ojos se endurecieron ligeramente, como si mis palabras lo incomodaran, pero no quería mostrarlo.

—Lo hice para protegerte —insistió, levantándose por fin, acercándose un poco más a mí—. Puede que no lo entiendas ahora, pero era la única forma de asegurarnos de que todo saliera bien. A veces, para proteger a quienes amamos, tenemos que tomar decisiones difíciles. Cuando seas madre lo entenderás.

Lo miré, incapaz de creer lo que estaba escuchando. Ese argumento lo había escuchado tantas veces antes, la clásica justificación de las mentiras y los secretos: todo por el bien de los demás. Y esta vez, me había quemado profundamente.

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