Prólogo

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Adrià Leclerd quería desaparecer en este preciso momento. Sabía que aceptar que Duncan, su mejor amigo de quien estaba enamorada, las acompañara a Las Vegas era un error garrafal, pero si se negaba su padre habría sospechado que algo andaba mal y exigiría respuestas, las cuales no estaba dispuesta a dar.

Ya estaba cansada, que esos ojos marrones la mirasen con sentimientos de hermandad, todos estos años guardándose para él y viviendo por él; además, de estar sumergida en sus estudios sin dar cabida a nuevas experiencias. Ahora se arrepentía de no haber experimentado como muchas jóvenes de su edad, un ejemplo fehaciente es su mejor amiga Patty, quien ha gozado de todos los placeres habidos y por haber; mientras ella se lleva la estatuilla de la mojigata del año, quien saldría ganadora vez tras vez.

Aunque tratara de engañarse, Adriá, sabía que no importaba que Duncan la tratara como una hermana, y que le hablara sobre sus conquistas; no, para ella no importa que tenga fama de mujeriego. Lo que era verdaderamente importante, a pesar de que le gustaría que fuera de otra manera, es que estaba enamorada perdidamente de su mejor amigo y posiblemente siempre lo estaría. Era consciente que él no es su pareja destinada, pero poco le importa, estaba decidida a rechazarlo por el amor de su vida.

Su mirada acongojada no se aparta de la pista de baile, ahí se encontraba su amor bailando con una beldad con cabello rubio platinado y sonrisa que es capaz de derretir cualquier iceberg. Es cuando toma la decisión de divertirse y olvidarse de su mal de amor; su mejor amiga, Patty, le pasa un martini seco, el cual se lo toma de un solo golpe sintiendo como la potente bebida se desplaza por su garganta, haciéndola toser por lo abrupto de su accionar.

—Waoo, Adriá. Despacio, no quiero que te emborraches tan pronto, aún la noche es joven—Patty, le guiña un ojo para darle frente al barman—¡Guapo, sírvenos otra ronda! —Elevo su voz para que la pudiese escuchar entre tanto bullicio—Ese idiota no vale la pena.

—Maldita sea, lo sé, pero lo amo. ¿Qué hago?

—No sé, no soy muy buena dando consejos. Pero solo vamos a beber hasta que se nos ocurra algo.

—¡Rayos, debo de verme patética!

—No del todo—Levanta sus manos en son de paz, al percibir una mirada cargada de reproche por la pelinegra.

— Nunca he querido hacerte caso, pero hoy es diferente. Quiero olvidarme de todo.

Entre copas y copas las jóvenes estaban en un estado vulnerable, ni siquiera se percataban que dos hombres tenían tiempo observándolas sin perderle el rastro. En complicidad mientras se sonreían, les enviaron una bebida especial con un toque dulzón, pero que su finalidad nada tenía que ver con ello.

Una vez que las jóvenes confiadamente se tomaron la bebida, algo en ellas cambio, permitiendo que fueran presa fácil de aquellos hombres.

***

Los rayos del sol se colaban entre las cortinas abiertas de la suite presidencial, terminaban posándose entre las sabanas donde una dulce joven se encontraba dormida. Adrià abrió lentamente los ojos, mientras un fuerte dolor le martilleaba la cabeza. Algo no se sentía bien en ella, se enderezo en la enorme cama, percatándose de varias cosas:

En primer lugar, que su amiga no se encontraba y que estaba sola. Segundo, estaba desnuda debajo de la cama y por último, en su dedo había una sortija de oro que resplandecía por los rayos del intruso sol.

Lo último que se acuerda, es que después de ver bailar a Duncan con aquella rubia, comenzó a tomar perdiendo la consciencia. Estaba asustada porque no sabía qué rayos había hecho, se sentía débil, agotada y le dolía el cuerpo. Sin mencionar la sed atosigante que la atormentaba. Al ponerse de pie, tuvo que sostenerse para no caerse, le dolía horrores su entrepierna.

Pego un grito, cuando notó la prueba irrefutable de que había perdido su virginidad en una noche de exceso, lo peor de todo, es que no se acordaba de nada. Se dejó caer al suelo donde vio un certificado de matrimonio, su nombre se encontraba legible, pero el del hombre no se entendía, solo se identificaba la de mayúscula.

Después de pensar tanto, concluyó que era posible que se haya atrevido a confesar su amor a Duncan, siendo este el posible desencadenante de una boda apresurada; aunque no entendía por qué despertó sola, podría ser que al despertar con ella desnuda y con un certificado de matrimonio se haya sentido culpable, volviendo a su suite, la cual quedaba al lado de la suya. Era la única explicación viable para que Duncan y su amiga no se encontraran con ella.

Apurada se coloco el vestido que intuía que ella se había quitado en la noche, presurosa corrió hasta la habitación de su mejor amigo, quien abrió la puerta luego de unos segundos de ella haber tocado. Inmediatamente se percató, de que era imposible que él fuera el sujeto con el cual se había acostado anoche.

Como un balde de agua fría fue este descubrimiento, la princesa solo podía preguntarse ¿Con quién rayos me casé anoche?

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