Capítulo 41

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Narra Dareck

El frío de la noche se filtraba en mi piel, pero no lo sentía realmente. Era como si el torbellino de emociones que me envolvía me hubiera anestesiado a todo lo que me rodeaba. Adriá seguía abrazándome, sus manos cálidas sobre mi espalda, su aliento suave contra mi cuello. Aunque me encontraba en el abismo, su presencia era un faro que evitaba que cayera más.

Mis pensamientos volvían a girar en torno a esa revelación imposible. Joa, mi padre. Y luego, Enger. ¿Cómo podía ser todo tan retorcido? ¿Por qué todo acabo de esta forma? Mi hermano no podrá conocer a nuestro padre, y él no conocerá a la persona más maravillosa que pisó esta tierra inmunda. Mi madre había sido una pieza en un plan más grande, una marioneta en manos de alguien más. Y yo... yo no era más que el resultado de ese siniestro juego.

No podía soportarlo. Sentía una ira creciente, una furia silenciosa que no tenía hacia dónde dirigirse. Quería gritar, romper algo, pero a la vez, me sentía tan pequeño, tan impotente. Mi voz se quebró al hablar. En el fondo sé que el culpable de todo es Don, es la mente detrás del macabro plan y su destino final será acorde a su hazaña.

—¿Qué se supone que haga ahora? —le pregunté a Adriá, sintiendo el peso de las lágrimas acumulándose en mis ojos—. Todo lo que he hecho... todo lo que he creído... todo ha sido para llegar a ser libre y conocer a mi padre. Mi madre... Joa... Enger... Nada de esto tiene sentido ahora.

Adriá, que había permanecido en silencio, finalmente se apartó un poco y me miró a los ojos. Su mirada era serena, pero había en ella una determinación que siempre me había reconfortado.

—Dareck —dijo con firmeza, colocando una mano en mi mejilla—, no puedes dejar que esto te destruya. Sé que ahora todo parece confuso, que nada encaja, pero esto no te define. Lo que importa no es cómo has llegado hasta aquí, sino lo que haces con lo que sabes ahora. Eres más que las decisiones de otros. Eres más que su experimento.

No estaba seguro de si podía creerlo. Las palabras se sentían vacías frente a la magnitud de lo que acababa de descubrir, pero había algo en su voz, en su convicción, que me hizo aferrarme a la esperanza, aunque fuera solo por un momento.

—¿Y cómo lo enfrento? —murmuré, buscando en ella una respuesta que ni siquiera sabía si existía—. ¿Cómo encaro a Joa después de esto? ¿Y a Duncan? Perdí un hermano y ahora resulta que tengo tres más.

Adriá me miró durante unos segundos, como si estuviera midiendo cada una de sus palabras.

—Hablarás con ellos. No será fácil, lo sé. Pero ahora que sabes la verdad, también tienes el poder de decidir qué hacer con ella. No puedes volver atrás, pero sí puedes elegir cómo seguir adelante. Y cuando estés listo, enfrentarás a Joa y a Duncan, al igual que tus otros hermanos. Pero, por ahora... solo respira. Un paso a la vez.

Asentí, aunque no estaba seguro de estar listo para eso. Todo era demasiado, y la herida que sentía en mi pecho no dejaría de sangrar tan fácilmente. Pero al menos no estaba solo. Adriá estaba conmigo, y eso, en ese momento, era lo único que me permitía seguir de pie.

Nos quedamos en silencio, mirando el horizonte oscuro del jardín. La noche era espesa, impenetrable, pero en medio de esa oscuridad, me di cuenta de que la vida seguía adelante, imparable, indiferente a nuestras tragedias.

—Gracias —susurré, sin apartar la mirada del cielo nocturno.

Adriá no respondió. Simplemente me apretó un poco más fuerte, como si comprendiera que, a veces, las palabras no son necesarias para sanar.

Después de un largo rato en el jardín, Adriá me tomó de la mano y, sin decir nada, me guió de regreso a la casa. Caminamos en silencio por los pasillos vacíos, el eco de nuestros pasos resonando en la inmensidad del lugar. No era necesario hablar; ambos sabíamos hacia dónde nos dirigíamos. El peso de todo lo sucedido seguía aplastándome, pero sentir la calidez de su mano entrelazada con la mía me anclaba a algo más allá del dolor. Me daba fuerza.

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