Capitulo 29

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Charlie despertó en una habitación que no reconocía, su corazón acelerado palpitando con fuerza. Miró a su alrededor, confundida. Las paredes estaban decoradas con opulencia, terciopelo rojo y oro adornaban cada rincón, y el suelo era de mármol pulido. No había ventanas, solo una tenue luz que provenía de candelabros antiguos. A pesar de la belleza del lugar, algo en el aire se sentía denso, pesado.

Intentó moverse, pero pronto notó la brillante cadena de plata que rodeaba su tobillo. La cadena no era común; estaba impregnada con una luz sobrenatural que la mantenía en su lugar, anclada a una gran cama con dosel. Charlie frunció el ceño, su mente recorriendo desesperadamente las posibilidades. Trató de usar su magia, de invocar algún hechizo que pudiera liberarla, pero nada sucedió. Era como si sus poderes estuvieran drenados, reprimidos.

—Maldición... —murmuró, tirando de la cadena con frustración. Nada funcionaba. Respiró hondo, tratando de calmarse, aunque su interior estaba al borde del pánico.

El sonido de una puerta abriéndose suavemente la sacó de sus pensamientos. Alzó la mirada y vio a Nathaniel entrar en la habitación. Su presencia llenó el espacio, imponente y calculada. Vestía con la misma elegancia oscura que en el baile, pero ahora, sin las miradas ajenas, se veía aún más peligroso.

—Deberías estar agradecida —dijo con una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. Te he liberado del animal que te tenía atrapada.

Charlie apretó los dientes, negándose a dejarse llevar por el tono persuasivo de Nathaniel.

—¿Agradecida? ¿Por secuestrarme? —respondió con dureza, sus ojos chispeando de ira—. ¿Qué es lo que quieres de mí?

Nathaniel se acercó lentamente, su voz baja y suave, pero cargada de poder y veneno.

—¿Qué quiero? —repitió, como si la pregunta lo divirtiera—. No se trata de lo que yo quiero, Charlie. Se trata de lo que tú puedes ofrecerme. Tus poderes son extraordinarios, mucho más de lo que esos lobos jamás podrán entender. Ellos han reinado sobre estas tierras por demasiado tiempo, pero nosotros, los demonios... hemos estado aquí desde el principio.

Charlie sintió un escalofrío recorrer su espalda. Nathaniel hablaba con una convicción oscura, casi mística. Sus palabras parecían envolverse alrededor de ella como una serpiente, lenta pero segura.

—Los lobos —continuó Nathaniel, su tono endureciéndose—, han dominado durante siglos, utilizando su fuerza bruta, su arrogancia, para someter a otros. Nos han tratado como si fuéramos inferiores, como si fuéramos sombras, cuando, en realidad, somos mil veces más poderosos que ellos. Y tú, Charlie, con tus habilidades, serás la clave para restaurar el equilibrio, para devolverle el poder a quienes realmente lo merecen.

Ella lo miró, tratando de procesar sus palabras. Había odio en su voz, un rencor profundo y antiguo. Nathaniel había vivido durante eones bajo el yugo de los lobos, y ahora parecía que estaba listo para cambiar la balanza. Pero algo en sus palabras resonó en su interior. Stephan. El nombre apareció en su mente como una llama que ardía en su pecho.

—No entiendo... —dijo Charlie, su voz quebrada por la confusión—. ¿Qué tiene que ver Stephan con esto? Él... él me necesita, me protege.

Nathaniel soltó una carcajada baja, una risa que carecía de humor.

—¿Te protege? ¿De verdad lo crees? —sus ojos oscuros la perforaron, leyendo cada uno de sus pensamientos—. Stephan no te protege, Charlie. Te posee. Para él, eres una herramienta. Tu poder es su ventaja frente a los demás. ¿No lo has notado? ¿No te has dado cuenta de cómo te vigila, cómo controla cada uno de tus movimientos?

Charlie sintió un golpe en el pecho. Las palabras de Nathaniel hicieron eco de sus propias dudas, sus propios miedos. Stephan había sido celoso, posesivo, y aunque había intentado suavizar su trato, siempre había algo en su mirada, algo que le recordaba que él la veía como parte de su territorio.

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⏰ Última actualización: Sep 20 ⏰

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