Takemichi cerró los puños con fuerza, sintiendo la mezcla de emociones que lo invadían. Manjiro era la razón de todo su sufrimiento. Hace tres años, cuando empezó a trabajar en ese lugar, jamás imaginó que su vida tomaría un giro tan drástico. Conoció a Manjiro, su jefe, alguien que en un principio parecía ser una figura de autoridad, pero que pronto se convirtió en algo más. Lo que empezó como una relación estrictamente profesional, se fue convirtiendo en algo diferente. No eran pareja, pero había cariño. O al menos eso creía Takemichi en ese entonces.
Las primeras veces que Manjiro le pidió que lo ayudara, no se negó. Lo veía como alguien que necesitaba apoyo, alguien que confiaba en él. Takemichi, siempre dispuesto a ayudar a los demás, fue arrastrado lentamente a una relación donde las líneas entre el trabajo y lo personal se desdibujaban. Las noches que pasaban juntos, las miradas cómplices, la manera en que Manjiro lo hacía sentir especial... todo eso lo llevó a enamorarse de alguien que, sin saberlo, lo estaba destruyendo poco a poco.
Hace un año, todo cambió. Manjiro, con esa sonrisa que siempre lo desarmaba, le propuso matrimonio. Takemichi, aunque sorprendido, sintió que quizás había esperanza para ambos. Y cuando Manjiro lo dejó embarazado, pensó que finalmente estaba construyendo una familia. Pero la ilusión no duró mucho. En su sexto mes de embarazo, Takemichi se enteró de que Manjiro se había comprometido con otra persona. Su mundo se derrumbó en ese instante. Lleno de dolor y traición, fue a enfrentarlo, exigiendo respuestas, pero Manjiro lo ignoró como si no significara nada. Fue como si esos meses juntos no hubieran tenido ningún valor para él.
Con lágrimas en los ojos y un corazón destrozado, Takemichi decidió que no iba a permitir que Manjiro volviera a hacerle daño. Se aferró a la idea de que su hijo, Shinichiro, sería su única prioridad. Dio a luz con esa promesa grabada en su corazón: nadie, ni siquiera Manjiro, volvería a romperle el corazón.
Ahora, mientras estaba frente a él, esos recuerdos lo inundaron. La propuesta de Manjiro de "ayudarlo" no era más que un intento de manipularlo de nuevo, de arrastrarlo al mismo ciclo de dependencia emocional en el que lo había tenido atrapado. No podía permitir que eso sucediera otra vez.
— No acepto tu ayuda, Manjiro —dijo Takemichi con firmeza, sus ojos brillando con una mezcla de determinación y dolor.
Manjiro lo observó en silencio, como si ya hubiera anticipado esa respuesta. Suspiró y cruzó los brazos, recostándose contra el escritorio de su oficina. Luego, con una voz más suave, le hizo una pregunta que Takemichi no esperaba.
— ¿Tus días libres fueron por el cumpleaños de Shinichiro? —preguntó Manjiro, clavando su mirada en los ojos de Takemichi—. ¿Por qué no me dijiste nada?
Takemichi sintió una risa amarga subir por su garganta. ¿Cómo podía tener el descaro de hacer esa pregunta? ¿Después de todo lo que había hecho?
— Porque no eres su padre, Manjiro —respondió, con una risa amarga—. Y si piensas acercarte a mi hijo, te advierto que lo pagarás caro.
Manjiro frunció el ceño, pero antes de que pudiera decir algo, Takemichi se dio la vuelta para irse. No quería estar un segundo más en esa oficina, no quería seguir discutiendo con él. Pero justo cuando estaba a punto de salir, sintió cómo una mano firme lo agarraba del brazo.
— No te vayas —dijo Manjiro, tirando de él con suficiente fuerza para obligarlo a girarse—. No hemos terminado.
Takemichi intentó liberarse, pero Manjiro era más fuerte. Lo atrajo hacia sí y, antes de que Takemichi pudiera protestar, lo besó. Fue un beso demandante, lleno de la intensidad y la autoridad que Manjiro siempre imponía. Takemichi, sorprendido, intentó apartarse, pero Manjiro lo mantenía firmemente sujeto.
Cuando finalmente logró soltarse, Takemichi retrocedió, limpiándose los labios con el dorso de la mano. Su respiración era errática, no solo por el beso forzado, sino por la ira que comenzaba a burbujear dentro de él.
— No vuelvas a hacer eso —espetó, con la voz temblorosa por la mezcla de rabia y humillación.
Manjiro, sin embargo, no parecía arrepentido. Al contrario, lo observaba con esa mirada que siempre lo había hecho sentir vulnerable, como si pudiera verlo por completo, como si tuviera el control total de la situación.
— Necesito tus servicios, Takemichi —dijo con calma, como si el beso nunca hubiera ocurrido—. Eres el mejor en lo que haces, y no puedo permitirme perder a mi mejor… empleado.
Takemichi sintió como si el suelo se desmoronara bajo sus pies. Sabía lo que significaba esa declaración. No podía decir que no a Manjiro. Era su mejor cliente, el que más pagaba, y en su situación actual, no podía darse el lujo de rechazarlo. Pero cada parte de él se negaba a ceder, odiaba estar en esta posición de dependencia.
— Lo odio —murmuró para sí mismo, pero lo suficientemente alto como para que Manjiro lo escuchara.
Manjiro inclinó la cabeza, un destello de interés en sus ojos.
— ¿Qué dijiste?
— ¡Te odio! —gritó Takemichi, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a llenar sus ojos—. Odio lo que me has hecho. Odio que me hayas traicionado. ¡Odio que sigas viniendo a mí como si no hubiera pasado nada!
Manjiro no dijo nada al principio, simplemente lo observó con la misma calma imperturbable. Luego, dio un paso hacia él, reduciendo la distancia entre ambos.
— Lo siento, Takemichi —dijo, pero sus palabras carecían de emoción—. Pero eso no cambia nada. Necesito que trabajes para mí. Y sé que, a pesar de todo, no puedes decirme que no.
Takemichi bajó la mirada, derrotado. Sabía que tenía razón. Manjiro tenía el control, y él no podía hacer nada para cambiarlo.
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El Amor De madre
FanfictionTakemichi, un joven Omega de 22 años y padre soltero, lucha por superar el dolor Atrapado en el mundo de la prostitución, Takemichi se esfuerza por brindar un mejor futuro para su hijo, Shinichiro. A medida que Takemichi enfrenta su pasado y busca p...