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Takemichi sentía su cuerpo temblar. El odio, la frustración y la impotencia lo devoraban desde adentro. Después de todo lo que había pasado, ¿cómo podía Manjiro pretender que las cosas volvieran a ser como antes? ¿Cómo podía tener el descaro de actuar como si su traición no hubiera sido suficiente para destruirlo? Pero, al mismo tiempo, sabía que Manjiro tenía razón en algo: no podía rechazarlo. No con la situación económica en la que estaba, no con Shinichiro dependiendo de él.

Se pasó una mano por el rostro, intentando calmarse, pero sus lágrimas ya corrían libremente. ¿Cuántas veces más tendría que sacrificar su propio bienestar para proteger a su hijo? ¿Cuántas veces más se vería atrapado en el ciclo de dependencia que Manjiro había creado a su alrededor?

- No quiero seguir haciendo esto -murmuró Takemichi con la voz rota-. No quiero seguir trabajando para ti. No después de todo lo que has hecho.

Manjiro lo miraba en silencio, pero había algo diferente en su expresión. Aunque no lo decía en palabras, parecía que una parte de él realmente entendía el dolor que estaba causando. Pero, como siempre, no lo suficiente como para detenerse.

- No tienes otra opción, Takemichi -respondió finalmente, con esa voz suave pero llena de autoridad que siempre había usado para controlar la situación-. Lo sabes. No puedes permitirte renunciar ahora.

Takemichi sintió que su corazón se hundía aún más. La verdad era cruel y clara. No podía renunciar. Manjiro tenía razón. Pero tampoco podía seguir con esta tortura.

- Quiero condiciones -dijo de repente, levantando la mirada con una determinación renovada-. Si voy a seguir trabajando para ti, será bajo mis términos.

Manjiro arqueó una ceja, intrigado, pero no se inmutó.

- ¿Y qué condiciones crees que puedes imponerme, Takemichi?

Takemichi respiró hondo. Sabía que no tenía el poder en esta situación, pero al menos podía intentar recuperar algo de control sobre su vida. **Tenía que hacerlo**, por Shinichiro y por sí mismo.

- No vuelvas a tocarme nunca más -dijo, su voz firme a pesar del nudo en su garganta-. Esto es estrictamente profesional. No más besos, no más toques, nada. Somos dos personas que trabajan juntas, y eso es todo.

Manjiro lo observó por un largo momento, como si estuviera evaluando sus palabras, pero no hubo ningún indicio de protesta. De hecho, una pequeña sonrisa apareció en el rostro de Manjiro, como si encontrar esa situación divertida.

- Bien -dijo finalmente-. Si es lo que necesitas para sentirte cómodo trabajando conmigo, lo aceptaré. Pero recuerda, Takemichi, que esto no cambia lo que somos.

Esas últimas palabras hicieron que un escalofrío recorriera la columna de Takemichi. ¿Qué eran? ¿Dos personas atrapadas en una red de traiciones y poder? ¿Un amor no correspondido destrozado por la realidad? No quería pensar en ello. Solo quería sobrevivir.

- Y quiero trabajar desde casa -añadió Takemichi, tratando de sonar más fuerte de lo que se sentía-. No más venir a la oficina. Quiero dedicarle más tiempo a Shinichiro.

Manjiro asintió lentamente, como si estuviera considerando la idea.

- Lo permitiré -respondió-. Pero no te sorprendas si necesito verte en persona de vez en cuando.

Takemichi cerró los ojos, aceptando la pequeña victoria. Había logrado establecer algunos límites. Pero sabía que, al final, Manjiro siempre encontraría la manera de mantener el control.

El silencio entre ellos se alargó, y por un momento, Takemichi pensó que la conversación había terminado. Dio un paso hacia la puerta, pero la voz de Manjiro lo detuvo.

- Takemichi.

El tono de Manjiro había cambiado, sonaba más... vulnerable, casi irreconocible en él.

- ¿Alguna vez me perdonarás?

Esa pregunta hizo que el tiempo se detuviera por un segundo. Takemichi sintió su corazón latir con fuerza en su pecho. ¿Perdonarlo? ¿Cómo podía perdonar a alguien que había destrozado su vida, que lo había manipulado y traicionado? La simple idea le parecía absurda, pero también había algo más profundo en esa pregunta, algo que hacía dudar a Takemichi por primera vez en mucho tiempo.

- No lo sé, Manjiro -respondió con la voz baja, sin atreverse a mirarlo a los ojos-. No lo sé.

Sin decir nada más, Takemichi salió de la oficina, cerrando la puerta detrás de él. Su cuerpo estaba exhausto, pero su mente no dejaba de correr en círculos. Sabía que, aunque había ganado pequeñas batallas, la guerra con Manjiro estaba lejos de terminar.

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Ya en su apartamento, Takemichi se dejó caer en el sofá, abrazando un cojín con fuerza. Se sentía agotado, pero no solo físicamente, sino emocionalmente. Sabía que había hecho lo correcto al poner límites, pero al mismo tiempo, sabía que todo esto era solo un parche temporal en una herida profunda que no dejaba de sangrar.

Shinichiro dormía en su cuna, tranquilo y ajeno a todo el caos que rodeaba a sus padres. Takemichi lo observó desde la distancia, sintiendo una mezcla de amor y dolor. Ese pequeño ser era lo único bueno que había salido de todo este desastre. Su única razón para seguir luchando.

- Lo haré por ti -susurró Takemichi, dejando que una lágrima solitaria recorriera su mejilla-. Todo esto... lo haré por ti.

Sabía que tendría que seguir trabajando para Manjiro. Sabía que no podía escapar completamente de su control. Pero mientras pudiera proteger a su hijo, mientras pudiera asegurarse de que Shinichiro tuviera una vida mejor, eso sería suficiente.

De repente, su teléfono vibró. Era un mensaje de Manjiro.

**"Nos vemos mañana. A las 10 en punto. No llegues tarde."**

Takemichi apretó los labios, su cuerpo tensándose de nuevo. Incluso cuando pensaba que tenía un respiro, Manjiro seguía encontrando la manera de recordarle que estaba ahí, esperando. No podía escapar de él, al menos no todavía.

Dejó el teléfono sobre la mesa y se levantó, caminando hacia la cuna de Shinichiro. Se inclinó suavemente sobre su hijo, acariciando su pequeño rostro. **Él** era lo único que importaba ahora. Lo demás tendría que esperar.

Mientras lo observaba dormir, Takemichi hizo una promesa silenciosa.

- Nunca dejaré que te lastime -susurró, sintiendo una determinación renovada florecer en su corazón-. Nunca dejaré que nadie te haga daño, ni siquiera tu padre.

Sabía que la batalla no había terminado. Pero también sabía que ahora, más que nunca, estaba dispuesto a luchar por lo que realmente importaba.

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