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El día había comenzado como cualquier otro para Takemichi, aunque en su corazón sabía que ese día sería más difícil de lo normal. Se encontraba en su trabajo, sosteniendo a Shinichiro en un brazo y a Bruce, el cachorro que había adoptado, en el otro. Había algo reconfortante en sentir el calor de ambos a su lado, especialmente cuando el estrés del trabajo comenzaba a pesar en sus hombros.

Sabía que no podía dejarlos solos en casa, no solo porque Shinichiro no quería separarse de Bruce, sino porque también él sentía esa necesidad de tener a sus seres queridos cerca, aunque fuera solo por unos minutos más. Además, dejar a un cachorro solo en casa no era opción, y mucho menos a Shinichiro. Así que había decidido llevarlos a la guardería que estaba en el sótano de su trabajo, el mismo lugar donde las demás trabajadoras dejaban a sus hijos.

— Oye, Chifuyu —llamó Takemichi mientras entraba a la guardería con los dos en brazos.

Chifuyu, un Omega como él, levantó la vista de los juguetes que estaba ordenando. Él siempre estaba dispuesto a ayudar, especialmente cuando se trataba de los hijos de sus compañeros.

— ¿Podrías cuidar a Bruce también? —preguntó Takemichi, algo incómodo—. No quiero dejarlo solo en casa, y Shinichiro no quiere separarse de él. Solo será por unas horas.

Chifuyu miró al cachorro, que movía su cola con entusiasmo, y luego a Shinichiro, que no parecía tener ninguna intención de soltar a su nuevo amigo. Después de un breve suspiro, sonrió.

— Está bien, pero te voy a cobrar un poco más esta vez —dijo en tono de broma—. Ya sabes, no quiero que las otras mamás se molesten. Pero no te preocupes, yo me encargo.

Takemichi dejó escapar un suspiro de alivio y le entregó a ambos, Shinichiro y Bruce, a Chifuyu.

— Gracias, Chifuyu. Te debo una. —Le dio una sonrisa antes de acariciar la cabecita de Shinichiro—. Pórtate bien, ¿de acuerdo? Y cuida de Bruce.

Shinichiro solo balbuceó, probablemente no entendiendo del todo, pero su carita mostraba emoción por pasar tiempo con su amigo peludo. Bruce ladró suavemente, como si también estuviera de acuerdo.

Takemichi les dio una última mirada antes de salir de la guardería y dirigirse al área donde trabajaba. Apenas había subido las escaleras cuando algunos de sus compañeros lo interceptaron, como solían hacer. Eran curiosos y, aunque algunos comentarios solían ser hirientes, no podía culparlos por querer saber sobre su vida.

— Oye, Takemichi, ¿cómo te fue en tus días libres? —le preguntó una de sus compañeras mientras se cruzaba de brazos, apoyada contra la pared—. ¿Hiciste algo interesante?

— Sí, cuéntanos —añadió otro, con una sonrisa traviesa en el rostro—. Siempre tienes historias raras que contar.

Takemichi sonrió con cierta resignación, sabiendo que no se libraría de la curiosidad de sus compañeros. Decidió contarles lo más importante.

— Bueno, fue el primer cumpleaños de Shinichiro, así que decidí llevármelo al acuario, al zoológico y luego a un parque de diversiones para bebés —respondió, mientras sus compañeros lo escuchaban atentos—. Fue un día largo, pero él estaba tan feliz. Sobre todo en el acuario, le encantaron los peces.

Uno de los compañeros levantó una ceja, interesado.

— ¿Y eso fue todo? —preguntó, como si esperara algo más dramático.

Takemichi sonrió, sabiendo que esto llamaría su atención.

— No del todo. De hecho, adopté un perro. Lo encontramos en un callejón, estaba llorando al lado de su madre muerta. No pude dejarlo ahí, así que ahora tenemos un nuevo miembro en la familia.

El Amor De madre Donde viven las historias. Descúbrelo ahora