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**Capítulo 3: Un Día Perfecto**

Era una mañana fresca y soleada, el tipo de día perfecto para celebrar el primer cumpleaños de Shinichiro. Me levanté temprano, ansioso por empezar con todo lo que había planeado. Después de darle un buen baño y alimentarlo, fui directamente al pequeño armario de nuestro apartamento. Allí, cuidadosamente doblada, estaba la mejor prenda que tenía para él: un conjunto azul con pequeños dibujos de estrellas. Sabía que aún era muy pequeño para entender la importancia de vestirse bien, pero para mí era un día especial, y quería que él también lo sintiera.

— Hoy será un gran día, mi amor —le susurré mientras lo vestía con delicadeza.

Shinichiro solo me miraba con sus ojos grandes y curiosos, moviendo sus manitas mientras jugaba con los botones de su ropita. Una vez que estuvo listo, lo levanté en brazos y me miré en el espejo. Mi reflejo me mostraba a mí, pero mi atención estaba en él. Se veía tan hermoso y tan pequeño en mis brazos. Me emocionaba ver todo lo que estaba por delante.

Cargué su bolsa con todo lo necesario y nos dirigimos al parque. En cuanto llegamos, lo primero que hicimos fue caminar hacia el acuario que estaba cerca. Era la primera vez que Shinichiro veía peces, y sus ojitos brillaban con una curiosidad y emoción que me llenaba el corazón.

— Mira, esos son peces payaso —le dije señalando el tanque lleno de colores—. ¿Ves cómo nadan?

Shinichiro golpeaba el cristal con sus pequeñas manos, sin entender cómo esas criaturas brillantes podían moverse con tanta ligereza. Cada vez que uno de los peces se acercaba, su risa sonaba como una melodía que llenaba el lugar.

— Te gusta, ¿verdad? —le pregunté mientras él continuaba riéndose.

Tomé muchas fotos, queriendo capturar cada expresión, cada brillo en sus ojos, sabiendo que estos momentos no se repetirían. Después de un buen rato en el acuario, decidí que era hora de nuestra siguiente parada: el zoológico. A Shinichiro le encantaban los animales, y sabía que verlos en persona sería toda una experiencia.

Caminamos hasta la zona donde estaban las jirafas. Había una que se inclinaba para que los niños pudieran acariciarla, y Shinichiro, aunque al principio estaba nervioso, pronto comenzó a reír mientras tocaba el largo cuello del animal. Su risa contagiosa se mezclaba con los sonidos de otros niños y familias que estaban allí.

— ¡Mira qué grande es! —exclamé, mientras Shinichiro acariciaba con sus manitas pequeñas la piel suave de la jirafa.

Luego, caminamos por las distintas áreas, observando elefantes, leones y monos. Cada nuevo animal que veía parecía emocionarlo más que el anterior. Me detuve varias veces a tomar fotos. Quería guardar cada momento, no solo para él, sino también para mí. Estos recuerdos serían lo más preciado que tendría.

Después de un rato en el zoológico, nos dirigimos al parque de diversiones para bebés. Era un lugar pequeño, pero tenía juegos suaves y coloridos, perfectos para él. Shinichiro extendía sus brazos, intentando caminar, pero aún no podía hacerlo solo. Me reí suavemente y tomé su mano.

— Vamos, puedes hacerlo, pero mamá te ayudará —le dije mientras lo sostenía.

Caminaba torpemente, pero siempre con una sonrisa en su rostro. Cada paso que daba, aunque inseguro, lo hacía reír. Lo veía mirar hacia los columpios, los toboganes, los colores brillantes a su alrededor. Era como si su pequeño mundo se hubiera vuelto más grande en cuestión de horas, y yo estaba allí, siendo parte de su asombro y alegría.

Después de un buen rato en el parque, decidí que era hora de volver a casa. Pero antes, pasamos por una tienda para comprar comida y algunas cosas que necesitábamos. Mientras caminábamos de regreso, con las bolsas colgando de un brazo y Shinichiro en el otro, escuché algo que me detuvo en seco: un pequeño llanto.

— ¿Qué fue eso? —murmuré, mirando a mi alrededor.

Nos acercamos lentamente a un callejón cercano, y allí, en un rincón,

Vi …allí, en un rincón oscuro del callejón, vi a un pequeño cachorrito, apenas visible entre las sombras. Su llanto era débil, pero lo suficientemente desgarrador como para hacerme detenerme en seco. Me acerqué con cautela, todavía sosteniendo a Shinichiro en brazos. Al acercarme más, noté que el cachorro no estaba solo. Al lado de él, yacía el cuerpo inmóvil de lo que parecía ser su madre, ya sin vida. El pequeño seguía gimiendo, acurrucado contra ella, como si intentara despertarla.

— Pobrecito… —susurré, sintiendo una punzada de tristeza en mi pecho.

Miré a Shinichiro, quien también observaba con curiosidad, sus ojitos grandes y brillantes. Sentí un nudo en la garganta. Recordé los momentos en los que me había sentido solo y vulnerable, sin saber qué hacer ni a quién acudir. Este cachorrito no tenía a nadie, y yo no podía simplemente ignorarlo.

— No puedo dejarlo aquí —le dije en voz baja a Shinichiro, como si él pudiera entenderme.

Me agaché lentamente, con una mano estirándome hacia el cachorro. Al principio, se encogió un poco, pero cuando me acerqué más y lo acaricié suavemente, dejó de llorar. Lo levanté con cuidado, sintiendo su pequeño cuerpo temblar en mis manos.

— Te prometo que te cuidaré —murmuré, mirando por última vez a la madre del cachorro.

No podía hacer mucho por ella, pero lo mínimo que podía hacer era llevarme a su pequeño y darle una oportunidad de vivir. Con Shinichiro en un brazo y el cachorro en el otro, comencé a caminar de vuelta a casa. Sentía el peso emocional del día, entre la felicidad de haber pasado tiempo con mi hijo y la tristeza de encontrarme con una vida tan joven y perdida.

Cuando llegamos a casa, Shinichiro ya estaba dormido, con su cabecita apoyada en mi hombro. Lo llevé con cuidado hasta su cuna, cubriéndolo con una manta suave, antes de colocar al cachorrito en una pequeña caja con una toalla que encontré. Se acurrucó de inmediato, aparentemente agotado de tanto llorar.

— Ahora somos tres —dije en voz baja, acariciando al cachorro antes de irme a la cocina para preparar algo de comer.

Mientras cocinaba, me pregunté qué nombre le pondría al pequeño. No podía evitar pensar en lo irónico que era, cómo apenas había comenzado a criar a mi propio hijo y ahora me encontraba con otra criatura que también dependería de mí. Sin embargo, no me molestaba. Sabía que, de alguna manera, estaba destinada a encontrarlo.

Terminé de cocinar y volví al cuarto donde estaban Shinichiro y el cachorro. Ambos dormían plácidamente, ajenos a todo lo que había sucedido ese día. Me senté en el borde de la cama y suspiré, sintiendo una mezcla de alivio y agotamiento. Hoy había sido un día lleno de emociones, pero había valido la pena. Había celebrado el primer cumpleaños de mi hijo, lo había visto sonreír, reír y descubrir el mundo. Y ahora, también había dado la bienvenida a un nuevo miembro en nuestra pequeña familia.

— Feliz cumpleaños, Shinichiro —susurré, mirando a mi hijo dormir—. Y bienvenido a casa, pequeño.

Me recosté al lado de ellos, sintiendo una extraña pero reconfortante paz. Mañana sería otro día, lleno de desafíos y responsabilidades, pero por ahora, estábamos juntos, y eso era lo único que importaba.

Mientras el sol comenzaba a ponerse y la luz dorada iluminaba la habitación, me sentí agradecido. Había encontrado un nuevo sentido en mi vida, y aunque el camino no había sido fácil, sabía que, de alguna manera, todo valía la pena.

Y así, con el sonido suave de la respiración de mi hijo y el cachorro a mi lado, cerré los ojos y dejé que el sueño me llevara, sabiendo que no estaba solo.

El Amor De madre Donde viven las historias. Descúbrelo ahora