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Alpha murmuró algunas maldiciones cuando su madre abrió las cortinas de su habitación

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Alpha murmuró algunas maldiciones cuando su madre abrió las cortinas de su habitación.

― Sería bueno si intentas salir de la cama. ― Esa no era la voz de su madre.

Alzó un poco la cabeza, solo lo suficiente para poder ver a Luna parada en la esquina de su cama.

― ¿Tú no estabas de vacaciones?

― No podía dejar a mi enamorada cargar con algo que no podía controlar. ― Asintió y volvió a tirar su cabeza contra su almohada.

Sus sentidos se activaron cuando logró percibir una fragancia diferente a la suya, una más dulce e inocente, pero adictiva en cualquier sentido.

Charoen.

¿Ella estaría bien? Esperaba que sí.
Lamentablemente no había podido enviarle mensajes o ir a verla, Sam seguía en el patio de su casa casi todos los días, y Alpha comenzaba a sospechar que la estaba vigilando para que no fuera a buscar a su ex pareja.

Mordió su lengua para ahogar un grito. Vaya mierda.

― ¿Alpha?

― ¿Uhm?

― Ya te dije que te levantes. ― Luna le quitó la sábana de un solo tirón, obligando a su cuerpo a tiritar cuando la brisa fresca lo acarició. ― Ven conmigo. Aylin no quiere que te quedes aquí cuando él llegue.

Él llegaría en unos horas. Solo unas horas, y ella no estaba preparada para enfrentarlo a él y su sonrisa orgullosa, o tal vez a él y sus muestras de cariño, aunque ahora sabía que dicho cariño no era muy sincero.

― No quiero verlo.

― Entonces levántate y ven conmigo.

― Pero tampoco quiero pararme. ― Luna bufó por lo bajo, y, aunque no la estuviese viendo, sabía muy bien que estaba sacándole el dedo corazón.

― No puedes quedarte aquí para siempre.

― Soy adolescente, ya estoy muerta de cualquier forma.

― ¿Y? Nadie vendrá a salvarte, Alpha, tienes que aprender a hacerlo tú sola.

― Yo aún quiero que alguien me salve.

― Bienvenida al mundo real. ― Sabía que Luna solo lo hacía para que salga antes de que su tío llegue, pero eso solo podía recordarle que había fallado en una tarea tan sencilla como nunca fallarle a Charoen.

Antes de poder volver a llorar, sintió como una parte de su cama se hundía, luego, los brazos de su amiga la envolvieron y el suave tarareo de una canción de cuna la hizo sentir segura, viva.

Vaya, cuando nadie estaba con ella solía olvidar que podía sentir.

― Está bien, somos adolescentes, pero nos tenemos a nosotras para darnos apoyo y jamás soltarnos, ¿Lo sabes?

¡𝗣𝗈𝗿𝗻𝗈... 𝘀𝗈𝘁𝗿𝖺𝘀! Donde viven las historias. Descúbrelo ahora