Día 5: spell/potion

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Lo primero que recibió a Onyx cuando abrió la puerta del apartamento fue el silencio y el aroma de la miel. Las orejas alargadas del dragón se sacudieron un par de veces, mientras sus ojos vagaban en dirección a la habitación que compartía junto a su esposa.

—¿Liv?

No obtuvo respuesta.

Suspirando, caminó lentamente a lo largo del pasillo, ignorando el paradero de Nare y Aruna; sus pensamientos ahora mismo estaban totalmente ocupados por el casi imperceptible murmullo de un inusual burbujeo. Ni siquiera se tomó la molestia de tocar, tampoco se sorprendió al descubrir lo que se escondía tras la puerta.

—¿Qué se supone que estás haciendo ahora? —dijo cruzándose de brazos y arqueando una ceja—. Te recuerdo que una de las normas del hotel es que está terminantemente prohibido preparar pociones en las habitaciones que no están habilitadas para ello.

Liv casi había sellado la sala: bajó las persianas hasta que ni un mísero rayo de sol conseguía atravesarlas, corriendo las cortinas grises a modo de barrera extra. Arrastró la cama hasta una de las esquinas, apilando en ese mismo lugar casi todos los muebles. Bloqueó el acceso al baño, la alfombra tampoco se libró de ser apartada cual basura. Tan solo cuatro bolitas de luz iluminaban la estancia, además del círculo de hechizos dibujado frente a ella.

—Nadie puede detener el ingenio de la mejor bruja del mundo, cariño. No lo has conseguido tú, tampoco lo hará el personal del hotel.

Onyx bufó, recordando sin atisbo de vergüenza el cómo acabó prendado de aquella mujer y no pudo completar su objetivo años atrás; arrebatarle la magia.

—¿Cómo te las has apañado para no activar el detector de magia? —se acercó un poco más, con las pupilas similares a las de los felinos debido a la escasez de luz.

—Con calcetines empapados en agua y serrín de Árbolsanto —le respondió como si fuera la respuesta más obvia del mundo. Onyx emitió un leve gruñido cuando, en efecto, comprobó que un calcetín blanco rodeaba el detector de magia—. Parece que nunca has hecho ouijas con tus amigos durante los viajes, carcamal.

El marido se negó a rebatir semejante acusación, acuclillándose al fin frente a su esposa.

Liv vestía con el característico chándal grisáceo que siempre usaba al crear nuevos hechizos y pociones, atestado de manchas de una amplia gama de colores y tamaños que jamás abandonarían la tela. Una mascarilla negra le cubría la nariz y la boca, mientras gruesas gafas oscuras se encargaban de los ojos. Guantes de látex le ahorraban molestas quemaduras. Estaba sentada de piernas cruzadas frente al círculo de hechizos, cuyo patrón nunca antes fue entretejido, compuesto de intrincados dibujos en forma de cadenas y símbolos que reconocía como aquellos asociados a los distintos géneros a lo largo de las culturas. Brillaba en un tenue color azul, calentando el frasquito de cristal colocado en el centro.

—¿Y en qué estás trabajando ahora? —no conseguía apartar la mirada del líquido rosado burbujeando en el vial.

—Ya casi está listo, es una sorpresa —aunque no le viera el rostro, afirmaba sin miedo a equivocarse que sonreía victoriosa.

—No tengo opción a negarme a probarla, ¿verdad?

—No es mi culpa que tu resistencia a la magia defectuosa sea superior a la del resto de mortales, cariño —le dio un golpecito en el hombro, siguiéndole el juego—. De cualquier manera, has llegado justo a tiempo. ¡Ya la he terminado! Te prometo que no tiene un sabor asqueroso —Liv deshizo el círculo de brujas antes de traspasar un poco del contenido del frasco a un cuentagotas. Se quitó los guantes, arrastrándose de rodillas hasta quedar frente a su esposo.

Kinktober 2024.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora