Día 8: monsterfuck

101 11 8
                                    

El sol brillaba con intensidad en aquel cielo limpio de nubes. Desde las alturas, Liv observaba fascinada las playas paradisíacas y solitarias ocultas gracias a las enormes paredes delimitando las fronteras entre el bosque y el océano. La arena dorada se extendía hasta el horizonte, contrastando con las aguas cristalinas centelleando como diamantes.
—¿¡Qué os parece aquí!? —exclamó Nare sosteniéndose a una de las púas irregulares del gran dragón de plata.
Liv, sentada de piernas cruzadas, se giró para contemplarla. La mujer era hermosa, de piel pálida cubierta de una ligera capa de sudor e inocentes ojos celestes. Era rechoncha, una venus recién sacada de un cuadro y el conjunto del bikini verde aguamarina junto al largo cabello rosado al viento, la pamela blanca y el pareo fino, quedaban a la perfección en ella. Incluso su postura, espalda recta y piernas recogidas a un lado, parecía propia de una princesa.
—¡Sí, a mí me parece bien! —gritó Liv, a duras penas logrando que su voz se escuchase entre el batir de las alas—. ¡Aruna, ¿tú qué opinas!?
La bruja tuvo que contener la risa al ver a su mejor amigo aferrándose a las escamas de Onyx como si la vida le dependiera de ello. Tenía los ojos cerrados mientras murmuraba plegarias que lo mantuvieran a salvo de una caída de más de quinientos metros de altura. La camisa abierta se sacudía violentamente, el viento tironeaba incluso del bañador estampado de palmeras naranjas y le enredaba los largos mechones negros.
—¡Aruna! ¿Todo bien por ahí atrás? —se burló la bruja sin esconder una sonrisa pícara.
—¡P-por supuesto! ¡¿Me to-tomas por un nov-novato!? —las palabras emergieron distorsionadas, pues en ningún momento se atrevió a levantar la cabeza.
—Todo va a ir bien, Aruna. Pronto aterrizaremos y podrás respirar tranquilo —intervino Nare con voz acaramelada. Liv suspiró engatusada, recordando todas las ocasiones en las que su mejor amiga la reconfortó utilizando ese mismo tono. A Aruna, por el contrario, pareció fracturarle el orgullo.
—¡N-no le tengo miedo a las alturas! —refutó apretando el agarre—. ¡Llevo volando desde que tenía diez años! ¡No, cuatro!
—Claro que sí, Aruna —Nare sonrió de manera nerviosa.
—¡Era el mejor de la clase, para vuestra información! ¡Na-nadie puede superarme!
—Bueno, entonces está decidido, paramos aquí. ¡Onyx, cariño, ¿lo has escuchado!? —el enorme dragón giró el cuello, contemplándola con ese mar de jade que les daba vida a los ojos. Las joyas de los cuernos tintinearon al asentir—. ¡Agarraos, que nos vamos!
Y sin darle tiempo a nadie de añadir nada más, el dios emitió un rugido ensordecedor. Docenas de aves alzaron el vuelo, abandonando el refugio de las ramas del bosque y creando un hermoso espectáculo de plumas multicolores salpicando el cielo. La bruja procuró recoger varias de ellas, seguramente le serían útiles en un futuro.
La adrenalina le recorrió las venas cuando su marido plegó las alas, dejándose caer en picado a una velocidad vertiginosa, lanzándola de cabeza a un estado similar al de estar colocado. Sentía el viento golpeándole las mejillas, tironeándole del cabello y la ropa en un intento de arrojarla al vacío. Liv se sentía como una adolescente subida a la atracción más intensa de la feria, contemplando a las personas reducidas a hormiguitas que aguardaban a la caída de la cabina mientras lucía una sonrisa de pura emoción. Durante aquellos años solo el cinturón de seguridad evitaba que saliera despedida a una muerte segura, ahora, estaba totalmente convencida de que Onyx acudiría a su rescate en cualquier situación, envolviéndola en un abrazo protector antes de llevarla de vuelta a un lugar seguro.
Afortunadamente —para Aruna— el descenso no duró ni dos minutos. Su marido desplegó las alas poco a poco, evitando movimientos bruscos.
El murmullo de las tímidas olas rompiendo en la orilla los recibió de inmediato. El mundo pareció enmudecer ante la presencia de las cuatro criaturas mágicas, dejándolas a solas junto a la sinfonía del mar, el canto de las gaviotas y sus exclamaciones maravilladas.
—Muy bien, todos abajo —Liv se levantó sobre el lomo del dragón con maestría, arrojando la bolsa llena de toallas y ropa a la arena.
—Liv, cielo, no hagas eso —le recriminó su esposo sin apartar la mirada del contenido desparramado por el suelo.
—No te preocupes, no había nada frágil dentro. Los botes van en la mochila, con la comida, el agua y los teléfonos. Venga, ¡déjanos bajar, que todavía tenemos que montar las sombrillas y estoy deseando darme un baño! —le tendió la mano a Nare, ayudándola a incorporarse.
—Muchas gracias, Liv —la mujer se pasó el reverso de la mano a lo largo de la frente, limpiándose las gotas de sudor—. Yo también estoy deseando meterme en el agua, hoy el sol quema como nunca —solo en ese momento, Liv pudo fijarse en los temblores recorriendo el cuerpo de su amiga. Le pasó un brazo sobre los costados, ofreciéndole un apoyo firme. A modo de agradecimiento, le dio un beso en la mejilla antes de girarse en dirección a Aruna. El pobre hechicero continuaba congelado en la misma posición.
—¿Necesitas ayuda?
Onyx apartó la mirada de las toallas, contemplando al hombre que respondió entre tartamudeos.
—¡N-no, por sup-supuesto que no! ¡Soy el gran he-hechicero del alca-alcalde, no ten-tengo miedo a las alturas!
—Por supuesto, Aruna —le respondió la bruja irónicamente—. No te burles del pobre, Onyx, que es su primer viaje —le regañó a su amado cruzándose de brazos. El dragón replicó en un bufido, ahorrándose las palabras que tanto le costaba pronunciar en esa forma—. Anda, túmbate para que podamos bajar y empezar a colocar las cosas.
Con cuidado de no arrojarlas al suelo, pues Liv y Nare continuaban en pie, el dios obedeció, desplegando el ala derecha para que se deslizasen por la membrana como si de un tobogán se tratase.
Liv suspiró de alivio al notar la arena cálida entre los dedos de los pies, cosquilleándola e invitándola a tumbarse para relajarse y disfrutar de los rayos del sol. Casi parecía que el mismísimo verano de Almendros intentaba hechizarla. Pero primero debían alistarse.
Dando una palmada, Nare captó la atención de los presentes.
—¡Muy bien! —exclamó con las piernas temblando, contrastando con la enorme sonrisa iluminándole el rostro. Su emoción era tan contagiosa que Liv no tardó en contraerla—. Vamos a clavar las sombrillas y a extender las toallas. Tendremos que poner las neveras a la sombra cuanto antes, por si acaso.
Montaron en tiempo récord, impulsados por la necesidad de escapar del calor abrasador. Sentadas en una de las toallas, Liv esparcía con efusividad la protección solar a lo largo de la espalda de Nare, asegurándose de cubrir toda la superficie posible, lo que menos necesitaban durante las vacaciones eran quemaduras.
—Muchas gracias por ayudarme, Liv —le dijo dejando caer el cabello rosado que mantuvo en alto.
—No es nada, preciosa, para eso estamos.
—No me quejaría si me ayudaseis a mí también con la crema —intervino Aruna en un tono picarón. Ambas lo contemplaron, incapaces de ocultar los sentimientos reflejados en sus expresiones a medio camino entre la perplejidad y la diversión. El hombre estaba tumbado en el costado, con la cabeza apoyada en una mano y la rodilla doblada. No dejaba de mover las cejas de arriba abajo, paseando los dedos a lo largo del pecho desnudo cubierto de protección—. Cuatro manos extra me vendrían muy bien. No me quejaría en lo absoluto, más bien todo lo contrario.
Liv puso los ojos en blanco, incapaz de contener la risa ante las insinuaciones de su amigo. En un movimiento fugaz, la bruja conjuró una pequeña maraña de destellos que arrojó a Aruna. El hechicero lanzó un quejido de dolor demasiado exagerado, cubriéndose el rostro y cayendo de espaldas.
—Eres un actor fantástico, ¿alguna vez has pensado en apuntarte a un casting? —bromeó Liv, ganándose un suave empujón por parte de Nare—. Además, no hemos traído condones, ¿recuerdas?
El de cabello blanco se detuvo de repente, cesando su ruidosa actuación. Cuando abrió la boca, dispuesto a proponer otras opciones, Nare se adelantó:
—Ya veremos qué ocurre, Aruna —la vergüenza le sonrojó las mejillas—. El día es largo y necesito refrescarme.
—Nare tiene razón —añadió Liv, desviando la atención hacia la gran explanada repleta de arena dorada, franqueada por el muro de roca oscura de más de cien metros de altura—. ¡Onyx, amor, ven para que pueda echarte la crema!
Sin embargo, el dragón no pareció escucharla. El dragón se encontraba revolviéndose en la tierra como si de un katio gigante se tratase. Ronroneaba mientras tanto, manteniendo los ojos cerrados al tomar el baño de sol.
—No creo que ahora necesite crema —rio Nare frente a semejante escena—. Dudo mucho que sus escamas se puedan quemar con el sol.
—Y creo que tampoco tendría tantos botes de crema —guardó el bote en el cesto de la playa—. Espero que cuando se transforme no esté lleno de arena hasta las orejas.
—No creo que se vaya a transformar en todo el día, Liv —Aruna se cruzó de brazos.
—Aruna tiene razón, cielo, ¿cuándo fue la última vez que pudo estar en su forma real?
—Creo que hace un par de semanas... La verdad es que lo he notado un poco torpe después de transformarse. Torpe, oxidado y libre, no sé explicarlo.
—Yo sí puedo explicarlo. Al pasar dos días sin poder transformarme, me siento atrapada en mi propio cuerpo. Todo me pica, todo me irrita —Liv frunció el ceño, tratando de recordar algún momento en el que Nare estuviera irascible. Ninguno le vino a la mente—. Por lo menos yo puedo transformarme en cualquier momento, las sirenas formamos parte de la sociedad igual que las brujas y los elfos.
—Pero solo existen dos dragones en el mundo —susurró agachando la cabeza. Nare asintió lentamente y la mirada intensa de Aruna se convirtió en una de compasión.
—Pero solo existen dos dragones en el mundo... —repitió su mejor amiga.
La bruja se levantó de la toalla, abandonando la sombra e internándose en el territorio del sol. Caminó en silencio hacia su marido, sin quitarle los ojos de encima. Onyx no tardó en percatarse de la presencia de su esposa.
El dios se detuvo, permaneciendo tumbado como un cachorro. Recibió con gusto las caricias de Liv en el hocico.
—¿Cómo estás, cariño? —dijo en voz baja, sintiendo un escalofrío al abrazarse a él. Onyx respondió entre ronroneos graves, escondiéndola entre la pata derecha—. ¿Quieres acompañarme a dar un paseo por la orilla? —Onyx se incorporó rápido, sacudiéndose la arena atrapada entre las escamas. Liv se cubrió el rostro entre risas—. Supongo que eso es un sí —exclamó después de que su esposo le diera un suave empujón, incitándola a liderar la marcha—. ¡Nos vemos en un rato, chicos! ¡Ah, y mucha suerte, Nare!
El agua fría la recibió con los brazos abiertos, bañándola hasta los tobillos y salpicándole el vientre gracias a las olas rompiéndose en la orilla. La bruja soltó un ligero gemido de alivio, permitiendo al agua salada arrastrar sus preocupaciones. Onyx se internó un poco más en el mar, permaneciendo cerca de ella en todo momento.
— ¿Qué? —se rio al notar la mirada de su amado clavándose en ella.
Onyx emitió un sonido gutural.
—Preciosa —fue lo único que pronunció en su voz rota, sobrenatural.
—Gracias, cariño, ya sé que lo soy —Onyx bufó divertido—. Tú también eres precioso, espero que lo sepas. Más hermoso que todas esas joyas que llevas en los cuernos. ¿Vamos?
Caminaron durante unos diez minutos, dejando atrás las sombrillas hasta perderlas en el horizonte. La mayor parte del paseo fue en silencio, disfrutando de la presencia del otro y los agradables sonidos del mar. De vez en cuando su esposo decidía que era una buena idea salpicarla, iniciando un pilla-pilla que terminaba cuando el dragón intentaba empaparla de arriba abajo.
—Voy a descansar un poco —dictaminó la mujer tras escapar victoriosa de las garras de Onyx.
Salió del agua de manera poco elegante, pues las piedrecillas se le clavaban en los pies y el barro se la tragaba unos centímetros, aunque eso no le impidió dejarse caer en la arena. El sudor le perlaba la piel, incluso tras haberse refrescado en el agua, afortunadamente, el frescor de las escamas de Onyx no tardó en envolverla. En un abrir y cerrar de ojos se vio atrapada entre las patas delanteras del dios observándola desde las alturas.
—¿Qué te ocurre, Liv? —la pregunta de su esposo la tomó desprevenida, tanto, que se reflejó a la perfección en la expresión de sorpresa. Intentó formular una excusa, cualquiera le bastaba, pero Onyx no se lo permitió—. No trates de engañarme, cariño, te conozco demasiado bien.
Cabizbaja, tomó una profunda bocanada de aire, seleccionando las palabras mejor sonantes. Era consciente del esfuerzo que su marido hacía por hablar en esa forma, de la preocupación anegándole los ojos, todo aquello solo conseguía apretarle el alma.
—Te quiero con todo mi corazón, Onyx, ya lo sabes... Nare me ha contado cómo se siente cuando no puede transformarse durante dos días. La aprensión que siente, el cómo la afecta incluso anímicamente —Onyx agachó la cabeza hasta quedar a su misma altura, emitiendo un gruñido agudo. Liv le acarició el hocico—. Y no pude evitar preocuparme por ti. Llevas semanas sin transformarte, no me puedo ni imaginar cómo te debías de sentir. ¡No, Onyx, ni se te ocurra volverte humano! —el dragón sacudió la cola, deteniendo el brillo que lo envolvió durante breves segundos.
—No puedo permitir que te preocupes por semejante hecho, cariño. Yo no soy como Nare, ni como el resto de cambia formas que habitan este mundo.
—No quiero que te sientas ni física ni mentalmente mal por mi culpa.
—¡Eso nunca va a ocurrir! —las alas se le tensaron—. Es cierto que me siento libre al regresar a mi aspecto real, pero ni mi cuerpo ni mi psique se ven afectadas si me mantengo como un humano durante un largo periodo de tiempo, mucho menos si es para estar a tu lado. Eres mi mayor tesoro, Liv, no lo olvides, lo que más ansío en este mundo es poder formar una familia junto a ti.
—¿Incluso si nunca conseguimos tener un hijo?
Onyx se apegó a ella, ronroneando.
—Eres mi familia, mi corazón te pertenece y siempre te pertenecerá, incluso si no conseguimos tener descendencia.
No podía negar que semejantes palabras consiguieron tranquilizarla. Le dio un beso sobre las escamas, apoyando la frente en el morro poco después. La cercanía del dragón le erizó el vello de la nuca, una idea comenzaba a nacerle en la mente.
—¿Y por qué no hacemos que te sientas un poco más libre? —pronunció Liv en un tono meloso.
—No creo que sea buena idea, cielo.
—Tranquilo —le susurró paseando los dedos a lo largo de las escamas. El dragón se estremeció, aunque no se alejó de las caricias—. Podemos usar portales, confía en mí.
Un silencio se instaló entre ambos durante unos segundos.
—¿Estás completamente segura? —preguntó al fin.
Liv se tumbó bocarriba, estirando los brazos sobre la cabeza y abriendo ligeramente las piernas.
—Arriba, dragoncito.
La mirada de Liv recorrió a su esposo mientras que él se incorporaba con delicadeza, creando efímeras cascadas de arena. Algunas de ellas se derramaron en el estómago de la bruja todavía atrapada entre las garras.
Se mordió el labrio inferior cuando finalmente se fijó en la entrepierna del dragón. Donde en un inicio no había nada, una polla enorme emergió de su interior de manera similar a las serpientes. Estaba endurecida, era de un suave color rosado, de aspecto similar a la de un reptil, y como un reptil, se imaginó que los testículos no abandonarían el interior de su cuerpo.
<<Una lástima>>, pensó arqueando la espalda ante el pensamiento de tener de una vez por todas semejante pene en su coño. Dioses, ya estaba empapada.
Rápidamente se colocó bocarriba, deshaciendo los nudos que sostenían las bragas del bikini en su lugar. Las lanzó lejos. Sus manos viajaron de la vagina a las tetas. Tenía los pezones erectos, un gemido le escapó de entre los labios al amasarse los pechos, esforzándose en imaginar que se trataban de las manos de su marido.
Onyx tampoco perdió el tiempo. Con cuidado, sostuvo los tirantes del sujetador, tirando de las cuerdas con los colmillos. La prenda se desprendió de Liv, obligándola a acelerar el ritmo de las caricias, excitándolo todo lo posible.
Liv enterró los dedos en la arena dorada, arrastrando los brazos y arqueando la espalda hasta quedarse en una posición comprometida. El contraste de temperaturas le provocó un escalofrío, sentía el calor sofocante de la playa recorriéndole las tetas, acariciándole las mejillas, cosquilleándole las piernas, sin embargo, el frío implacable de su marido le mordía la espalda, las nalgas, la nuca...
Ya no podía esperar más, su coño empapado reclamaba la polla del gigantesco dragón que se alzaba sobre ella, escondiéndola entre sus cuatro patas gruesas como columnas de templos antiguos. Por el rabillo del ojo pudo ver el pene de Onyx totalmente erecto, listo para penetrarla en cuanto ella se lo permitiera. Le costó tragar, no por los nervios, sino por la necesidad creciente inflamándole el pecho.
—Se un buen dragón y estate quieto —jadeó la mujer incapaz de ocultar la sonrisa lasciva curvándole los labios. Movió el dedo índice en pequeños círculos preciosos mientras murmuraba un conjuro en el antiguo idioma de los alquimistas, y pronto, dos portales de colores rosados aparecieron en el aire.
El de mayor tamaño flotaba a escasos centímetros de la polla del dragón, quien sacudió las alas conteniendo la tentación, el más pequeño, por el contrario, se manifestó justo frente a la entrada de la bruja.
—Vamos, no seas tímido —susurró Liv sacudiendo el culo de un lado a otro. Onyx emitió un gruñido gutural, acomodándose frente al particular umbral—. No hagas esperar más a la princesa secuestrada, malvado dragón.
—Muy divertida —le respondió su marido con la voz envenenada de ironía.
Un grito le desgarró la garganta al sentir la presencia de algo duro y áspero abriéndose paso en su interior, moviéndose a una velocidad que la sacudía de adelante a atrás con violencia. El placer le recorrió el cuerpo como una descarga eléctrica, haciéndola temblar y apoyar la mejilla derecha en la arena.
—¡Sigue, no pares! —gimió la bruja aferrándose a la arena, contemplando con ojos llorosos a Onyx penetrando el portal como si de un animal se tratase—. ¡Lléname, hazme tuya! —oh, lo mucho que había deseado poder tenerlo encima—. ¡T-te quiero joder, te amo!
Onyx contestó a aquellas exclamaciones llevadas por la lujuria en gruñidos constantes, acompañados de una espesa columna de vaho emergiéndole de la boca.
Su coño palpitaba alrededor del pene ahora de un tamaño más asequible de su marido. Seguía siendo demasiado grande, a cada embestida que daba creía que sería la última, que acabaría partida a la mitad una vez que Onyx al fin la penetrara hasta el fondo, sin embargo, aquella idea tan sólo conseguía avivar el fuego quemándole la piel. Pero, ay, ¿cuántos podían decir con orgullo que hacían el amor con un dragón de semejante tamaño?
—¡M-me vengo, cielo! —Liv estaba completamente paralizada, el placer la tenía sometida. Algo en el momento de verse totalmente indefensa bajo el cuerpo real de su marido le ponía demasiado y su coño reaccionaba en respuesta a ello—. ¡No creo que pueda aguantar más!
—Yo t-también, cariño —le respondió tensando las alas. No podía detenerse, no en ese momento.
—Haz-hazlo dentro —la mujer cerró los ojos, lágrimas de placer se le
deslizaban a lo largo de las mejillas, mezclándose con el sudor y la arena—. Como siempre. Por favor, córrete dentro de mí. Hazme tuya. Fóllame hasta dejarme sin aliento.
—No, no creo que sea buena idea.
Sin embargo, Liv no tuvo oportunidad de reprochar ni cuestionar a su esposo. Se le tensó todo el cuerpo, presa de un placer sin igual. Gritó y jadeó desde lo más profundo del alma, temblando bajo aquellas descargas furtivas. Se había corrido, las paredes de su coño se contrajeron alrededor de la polla de Onyx, tratando de mantenerla en su interior hasta que el semen la desbordarse, pero él salió de su interior rápidamente, manchándola levemente de aquel líquido cálido y blanquecino antes de retroceder entre gruñidos guturales y terminar corriéndose sobre la arena.
Entre respiraciones agitadas, Liv logró recuperar las fuerzas que se le desvanecieron durante el acto sexual, dejando caer el culo y alzándose sobre los antebrazos.
Tenía la mirada algo borrosa, no obstante, sus ojos recorrieron la figura de su esposo sentado de arriba a abajo, hasta fijarse en su polla cubierta de semen, justo encima del charco espeso ensuciando la arena.
Liv tragó costosamente al presenciar semejante momento. El corazón se le aceleró, las mejillas le ardieron y en un hilo de voz, pronunció:
—Vale, tal vez tenías razón en lo de no correrte dentro de mí en esta ocasión. Pero no niego que la idea de que me hubieras desbordado con todo eso me ha vuelto a poner como un tren.
Onyx bufó, empujándola con el morro hasta ponerla bocarriba y darle un lametón desde la barriga hasta la cabeza. Al terminar, Liv se sacudió asqueada.
—Voy a tener que darme un baño. Ahora mismo —le reprochó dándole un beso sobre las escamas.
Se levantó a duras penas, las piernas todavía le temblaban, pero logró dar un par de pasos sin derrumbarse.
—¿No te vas a volver a poner el bikini? —le preguntó el dragón sin mirar a la ropa de baño desperdigada por el suelo. Desde la orilla, la bruja negó con la cabeza.
—No hace falta, estamos solos, nadie aparte de ti va a verme desnuda —se encogió de hombros—. Y si alguien me ve, que disfrute de las vistas. ¿Me acompañas? El agua está perfecta, cielo.
Onyx suspiró derrotado antes de acompañarla al mar de aguas cristalinas. Sí, desde luego que estaban siendo unas vacaciones de ensueño.

Kinktober 2024.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora