Los troncos rugosos crecían alrededor de Liv como enormes monstruos dispuestos a abalanzarse sobre ella en cualquier momento. El bosque estaba sumido en un silencio tenso, en el que tan sólo el sonido de sus pasos acelerados mezclándose entre jadeos se escuchaba. Sabía que no debía hacer ningún ruido, aunque no podía evitarlo, el corazón le latía demasiado rápido y la linterna a duras penas espantaba la densa oscuridad entorpeciéndole el camino.
La bruja se detuvo, apoyando las manos sobre las rodillas. El frío de la noche le irritaba la garganta, el sudor empapándole el cuerpo solo aumentaba el helor, el cabello pegado a la frente le picaba, a veces incluso le caía en los ojos y le dificultaba la visión. Tenía que escapar de ahí cuanto antes, esa era su meta, no debía descansar.
Sin embargo, el murmullo de las hojas le provocó un escalofrío. Alzó la cabeza lentamente, analizando las ramas y las hojas a más de cien metros de altura.
El alma se le cayó a los pies al percatarse de la enorme figura oculta en las copas, observándola fijamente con ojos verdes, brillantes y hambrientos.
—Oh, no.
El dragón rugió antes de abalanzarse sobre ella con las garras por delante, destrozando las ramas y los troncos interponiéndose en su caída. Afortunadamente, Liv consiguió reaccionar a tiempo, segundos antes de que la bestia aterrizase en el suelo, logró lanzar un conjuro. Miles de raíces gruesas brotaron de la tierra, endurecidas gracias al maná obtenido de la tierra. Treparon a lo largo de las patas del dios, inmovilizándolo, le cerraron el hocico y le tiraron de los cuernos en direcciones distintas, forzándolo a tener la cabeza agachada.
Liv sonrió ampliamente, la adrenalina comandando hasta la última de sus acciones. Había decidido correr a través de la parte más frondosa del bosque, su avance sería complicado, pero también dificultaría el de Onyx, si es que lograba liberarse de la trampa, claro. Pero cuando miró por encima del hombro, la felicidad se esfumó por completo.
De una sola sacudida, el dragón destrozó las raíces que lo mantenían preso. Una docena más trató de capturarlo, sin embargo, las temperaturas se desplomaron y de la garganta de la bestia emergió una poderosa bocanada de hielo que sumergió el suelo en una espesa capa de nieve y hielo. En la lejanía, pudo verlo sacudirse los restos de las raíces atorados entre sus escamas, antes de volver a clavar sus ojos carentes de pupilas en ella.
La bruja tragó costosamente, la caza aún no había terminado. El dios corrió tras ella, alcanzándola en cuestión de segundos. Un grito de terror escapó de la mujer cuando una zarpa estuvo a punto de rozarle la espalda y lanzarla de bruces contra un árbol.
—¡Aléjate de mí, dragón! —alzó las manos envueltas en un color azul neón. Docenas de esferas del mismo color aparecieron en el campo de batalla, soltando poderosas descargas eléctricas que golpearon a Onyx sin clemencia.
El dragón rio, eran carcajadas tétricas, graves y siniestras que le erizaron la piel en cuestión de segundos. Sabía que el ataque no surtiría efecto, pero tampoco planeaba quedarse para investigar su efectividad. Con el poco aliento que le quedaba, consiguió murmurar una frase en el antiguo idioma de las brujas, y de repente, todo su cuerpo se sintió liviano. Los pies abandonaron la tierra firme, permitiéndole flotar entre los árboles a gran velocidad y a duras penas esquivar los incansables ataques de Onyx.
Una sensación de alivio le invadió el pecho al ver la salida del bosque a menos de veinte metros. Podía lograrlo, iba a lograrlo, conseguiría ganar ese juego. En un movimiento ágil se giró, curvando la espalda y quedando bocabajo mientras continuaba volando en línea recta. Ya prácticamente saboreaba la victoria.
—¿¡Eso es todo lo que puedes hacer, dragoncito!? —lo retó, no obstante, nadie la perseguía. El corazón le dio un vuelco.
Por encima.
Liv no tuvo tiempo suficiente de reaccionar. Onyx cayó del cielo, atrapándola bajo la pata delantera izquierda y presionándola ligeramente contra la tierra. La bruja se aferró a sus escamas, consciente de que su parte inferior todavía continuaba libre de las garras de su perseguidor. Lanzó docenas de patadas al aire, pero ninguna alcanzaba a su objetivo.
—Vale, vale —dijo finalmente—, acepto la derrota, tú ganas.
—¿Qué acababas de decir, mi reina? Creo que no te he escuchado bien.
Se cruzó de brazos, doblando las rodillas.
—No pienso volver a repetirlo. Has ganado, ¿qué vas a hacer conmigo?
El dragón emitió una serie de sonidos guturales, agachando la cabeza hasta quedar a la altura de las piernas de su esposa. La mujer se estremeció al sentir la respiración calmada rozándole los muslos por culpa de los pantalones cortos. De verdad el muy maldito no se esforzó ni un poco en capturarla. Onyx se relamió.
—Estoy hambriento, mi reina, y acabo de cazar una jugosa presa. Voy a devorarte aquí mismo.
—¡No me rompas los pant-!
Liv no consiguió acabar la frase. De un solo bocado, su esposo se deshizo de las prendas entrometiéndose en su camino y empezó a lamerle la entrepierna sin descanso, saboreándola todo lo posible. La mujer tan solo podía gritar de placer, agarrándose a la hierba que crecía a su alrededor. La lengua del dragón era fría, muy fría, e incluso rasposa, se sentía tan bien cuando pasaba sobre su clítoris que creía que se correría ahí mismo.
—¡Joder, joder! —jadeó cuando su esposo introdujo levemente la lengua dentro de su coño palpitante. No avanzó demasiado, pero la idea de que se la follara ahí mismo y tras una cacería la volvía loca. Tanto, que sabía que no aguantaría mucho más.
—Tienes un sabor exquisito, cariño —susurró con su voz rota a causa de esa forma—. Córrete, estoy deseando comerte por completo.
No necesitó que se lo dijeran una segunda vez. La mujer se derramó en la lengua del dragón, presa de las oleadas de placer paralizándole los músculos y nublándole los sentidos.
—¡Onyx! —lo llamaba, arqueando la espalda. Él no dejaba de lamer, de beber del líquido caliente emergiendo de su coño y sin desperdiciar ni una sola gota—. ¿Satis-satisfecho?
Su marido al fin la liberó, sentándose a su lado y recuperando la mirada dulce y amorosa a la que estaba acostumbrada.
—Oh, más que satisfecho, amor. Escucharte gemir mi nombre es música para mis oídos.
—Pero he estado a punto de escapar, ¿eh?
—Por supuesto, no esperaba otra cosa de ti. Aunque puede que ese hubiera sido mi plan en todo momento.
—¡Onyx! También te dije que tuvieras cuidado con el pantalón y me has roto hasta las bragas.
—Lo lamento, me emocioné demasiado durante la caza.
—Me debes una cena por los pantalones y las bragas —le recriminó, observando los restos de tela esparcidos a lo largo del suelo.
Onyx asintió, esbozando una sonrisa llena de colmillos.
—Lo que mi amada reina desee.
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Kinktober 2024.
RomanceAdéntrate en este reto cargado de amor, pasión y desenfreno durante 31 días.