Día 23: stuck in a wall

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Aquella noche el olor de los pétalos quemados de las flores del pianista volvió a inundar la habitación del matrimonio. Liv había apilado los muebles, de nuevo, en una esquina, cerrado las persianas, las puertas y advertido a Nare y Aruna para que no entraran a la estancia durante la noche. Ninguno de los dos puso objeción alguna, pues sus planes de karaoke y cervezas implicaba no pisar el hotel hasta la mañana siguiente.

Onyx, por el contrario...

Acurrucado alrededor de su esposa, el dragón seguía atentamente hasta el último de los movimientos de Liv, vestida con el chándal gris. Solo siete velas se encargaban de la iluminación, colocadas minuciosamente en el interior del círculo de brujas brillando en un color caoba. El ambiente era plácido, acompañados de los sinfónicos murmullos de la mujer hablando en el idioma de los alquimistas mezclándose en el suave ronroneo del propio Onyx.

Tumbado en el suelo, los ojos del dios se convirtieron en unos más propios de los felinos. Sus alas caían de su espalda como telas estiradas a lo largo de las baldosas y el extremo de la cola se movía rítmicamente. Si continuaba así acabaría durmiéndose, pero se negaba a dejarla sin supervisión cuando se trataba de, en ocasiones como esa, una poción totalmente nueva cuyos vapores plateados, del mismo tono que el brebaje, se perdían en la oscuridad.

El aroma de los pétalos se inundó las fosas nasales, un aroma dulce y empalagoso. Los párpados le pesaban tanto. El burbujeo de la pócima lo ensordecía. Sentía las alas totalmente relajadas. No ocurriría nada malo si se permitía tomar una cabezadita de media hora, ¿verdad?

El estridente chillido de su esposa le arrancó el sueño de golpe. Las alas se tensaron, las púas irregulares recorriéndole la cola se alzaron, listas para el combate. No obstante, la radiante sonrisa de su esposa lo tranquilizó justo a tiempo.

—¡Lo he conseguido, cariño! —volvió a exclamar alzando los puños al aire—. ¡La poción está lista!

Onyx volvió a acomodarse en el suelo, devolviéndole una sonrisa preocupada, aunque orgullosa. Ya sabía en qué consistía el siguiente paso.

—Enhorabuena, cielo, estaba convencido de que lo lograrías —murmuró mientras se incorporaba, sentándose de piernas cruzadas a su lado antes de darle un beso fugaz en los labios.

—Por supuesto, soy la mejor bruja de la generación —se burló, arrancándole un bufido divertido.

—Lo que usted diga, alta bruja, ¿desea mi señora que consuma su nueva obra?

—Deja de hablar así, pareces un abuelo —se rio su esposa dándole un golpecito en el hombro—. Pero no, en esta ocasión quiero probarla yo.

Aquello provocó que a Onyx le saltaran todas las alarmas y un sudor frío le recorriera la espalda.

—¡No puedes hacer eso, Liv! —le recriminó arrugando la nariz—. ¡No sabes qué puede pasarte si el hechizo ha fallado en algún momento o no has colocado los ingredientes correctos! ¡Puedes morir, Liv, y me niego a perderte!

—Cómo te gusta dramatizar, ¿eh? – dijo tomando el cuentagotas de la bandeja cubierta de plástico film—. No me va a pasar nada, ¿o acaso tú has sufrido algún efecto secundario con las recetas nuevas?

Onyx frunció el ceño, soltando un leve gruñido y agachando las orejas. Por supuesto que él sufría los efectos secundarios, pero su sistema los eliminaba tan rápido que Liv jamás pudo verlo con sus propios ojos.

Sin embargo, antes de tan siquiera tener la oportunidad de pronunciar palabra, Liv ya se echó dos gotas sobre la lengua.

—¡Liv! —la tomó de las mejillas, envolviéndola entre sus alas. Movía los ojos frenéticamente, en busca de cualquier síntoma inusual en humanos; labios verdes; piel azul; uñas podridas; sarpullidos en forma de V. La mujer, entretanto, lo contemplaba en silencio, disfrutando de la presión de los dedos del dragón sobre los mofletes—. ¿Estás... bien?

Kinktober 2024.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora